sábado, 30 de abril de 2011

LA ENSEÑANZA: VOLVER A EMPEZAR

Ni los padres ni los abuelos ni los maestros. Los medios de comunicación de masas se han erigido en los nuevos y más eficaces educadores del mundo, en los promotores de valores alternativos. En definitiva, un electrodoméstico (la mayor parte del cine se ve ya en casa) programado por una multinacional y enchufado a la red del presente continuo y del contemporáneo olvido. Por eso, hoy más que nunca, la tarea prioritaria del pensador, del hombre de ciencia, del artista, del profesor debiera ser oponerse a esa pegajosa presión del presente, a toda esa parafernalia banal de palabras trilladas, de imágenes esclerotizantes y reanimar el cerebro, ese inmenso territorio ignoto.
El cerebro es básicamente imaginación y memoria, un centro nervioso donde se alojan la creatividad y el recuerdo, las dos piedras angulares del cualquier sistema de educación digno de tal nombre. Hemos olvidado con demasiada ligereza que buena parte de lo que somos descansa en lo que hemos sido, en ese inmenso legado cultural que el pasado nos ofrece a través de la escritura, la pintura, la arquitectura o cualquiera otra disciplina del pensamiento. El maestro, el profesor debería tener a su cargo el fascinante compromiso de mantener viva esa tradición que es, a fin de cuentas, la que dota de sentido a su función.
Los medios de comunicación y la tecnología no tienen por que dejar de ser útiles instrumentos en ese sentido pero quedan inservibles en manos de individuos y corporaciones sin respeto por la memoria y la creatividad, sin amor a su tradición cultural y sin unas propuestas de ideales. En ese caso son como espejos que sólo reflejan la más triste vaciedad. No nacemos con la virtud y el conocimiento; hay que aprenderlas y, por tanto, alguien las tiene que enseñar. Pero, para nuestra desgracia, ¿a qué Academia, a qué Liceo van hoy las élites culturales y los políticos que nos desean gobernar para aprender virtud y conocimiento?

miércoles, 27 de abril de 2011

Bird on a wire: Joe Bonamassa

 "Como el pájaro en el alambre, como un borracho en un coro nocturno he intentado, como he podido, ser libre.Como el gusano en el anzuelo, como un caballero de novela antigua he guardado todas mis cintas para ti..." Así empieza la canción. De todas las versiones que conozco de este tema de Leonard Cohen, la de Joe Bonamassa, un rockero clásico, es la que, sin duda alguna, más me emociona. Con una instrumentación de reminiscencias mediterráneas (griegas y españolas) que tan bien se arreglan con su guitarra eléctrica este cantante consigue uno de los momentos más memorables de toda la discografía asociada al mundo de Leonard Cohen. Escúchenla y no hagan nada...

martes, 26 de abril de 2011

Sevilla Cairota

Aquellos que aún confían en que el progreso de la historia nos hará mejores y más libres deberían leer a Spengler. Para el filósofo alemán todo lo que existe en el tiempo tiene un principio, un desarrollo y un final; como  los animales y las plantas, sin más fin que expresar su respectivo momento. Olvidémonos, pues, de la épica del progreso y fijémonos, por ejemplo, en Sevilla, donde aunque sus oligarcas no quieran verlo, también se ejecuta el ciclo spengleriano. La ciudad, como cualquier otro organismo vivo, es empujada por el tiempo y en su obligado progreso expresa su momento, que en el caso de Sevilla es obstinadamente cairota. Los que hayan estado alguna vez en El Cairo lo habrán pillado a la primera, a los que aún no, les explico.
Quizá porque, al igual que les ocurre a los cairotas, los sevillanos de todas las épocas suelen pensar que la Creación tuvo lugar en su ciudad, son tan desconfiados de todo estímulo exterior que les pueda desequilibrar su muy subvencionado subdesarrollo. La población sevillana, como la cairota, aplastada por el peso de un pasado espléndido, vive su presente imperfecto con una resignación casi bovina que le tapona cualquier reacción positiva ante desgracias cotidianas como su incívico y bochinchero tráfico para el que ya ni los semáforos significan nada o su hipertrofiada y jaranera clase funcionarial que cuando no está de feria o romería anda con el capirote puesto o está desayunando.
En fin, largo momento cairota de una ciudad que, como la del Nilo, ha hecho de la picaresca diaria un arte que no se sabe dónde tiene la gracia. Pero El Cairo encontró, no hace nada, otros usos para su gran plaza Tahrir. ¿Se atreverá el sevillano a usar, por ejemplo, su flamante plaza de la Encarnación para otros usos que no sea subirse a la azotea para ver, de nuevo, qué bien parece La Giralda?

lunes, 25 de abril de 2011

CUERPO DE AMOR: ALDA MERINI

Poetizar la figura de Jesús en estos tiempos tan osadamente prosaicos es asumir un riesgo añadido al riesgo que toda empresa poética conlleva. Hacerlo en la plenitud de una biografía creativa de largo recorrido, con la reputación en sus máximos niveles y a la eterna espera de un Nobel que no llegó, como es el caso de Alda Merini, es ya jugar con fuego. Merini lo hizo y salió indemne. Indemne no, salió reforzada, refrescada. Como ser humano pero, especialmente, como poeta. 
Cuerpo de amor fue su penúltima osadía (2002) y es una obra inatacable. Se incardina en la tradición de la poesía mística cristiana empezada a practicar en la Edad Media y que alcanza su cenit con San Juan de la Cruz. Una poesía que busca el encuentro con Jesús y que, a la vez, no intenta evitar la interpretación erótica de ese encuentro. Pero que, en esencia, es un inmisericorde ejercicio de introspección destinado a purgar, hasta la total desinfección, el alma herida.
Dice, por ejemplo, de la fe en Jesús: "Quello che mi dici non ha importanza,/nessuno dei due ascolta l´altro/perché i nostri richiami sono calati in un mondo/dove viviamo solo io e te/in compagnia di un amore/che non discuterà mai nessuno/perché a nessuno ne abbiamo parlato". Lo que me dices no tiene importancia,/ninguno de los dos escucha al otro/pues nuestras demandas alcanzaron un mundo/donde sólo tú y yo vivimos/en compañía de un amor/que nadie podrá discutir jamás/porque con nadie lo hemos hablado".
Pero el campo de batalla está ahora, en un poeta moderno, en la Lengua y el Pensamiento. Dice Merini: "Il pensiero di Dio fu un pensiero gigantesco, un pensiero talmente gigante che sconvolse albe, tramonti, terre, tenebre, un pensiero che noi non potremmo mai capire perché è di una vastità tanto bella quanto inutile, rispetto ai nostri desideri". El pensamiento de Dios fue un pensamiento gigantesco, un pensamiento tan enorme que devastó albas, ocasos, tierras, tinieblas, un pensamiento que jamás podremos entender, pues es de una vastedad tan bella como inútil, comparado a nuestros deseos.
Y dos versículos más: "El gran miedo nace al ver que los demás pueden leer en tus ojos lo que piensas de ellos, por eso se mataba a los esclavos" (...) "El árbol echa sus raíces en el miedo y la semilla antes de crecer aprende a morir".

martes, 19 de abril de 2011

Amelia:La La La Human Steps

Esta pieza es maravillosa. Amelia se llama y es creación del grupo de danza contemporánea La La La Human Steps, canadienses a los que sigo todo lo que puedo desde que los descubrí en una gloriosa tarde de verano en Edimburgo, allá por el año 1991. Una más de las epifanías poéticas de las que diariamente doy gracias a los cielos. Ellos son para mí la danza moderna: precisión técnica y belleza formal.

Pintores del XX: Balthus

¿Qué clase de espacio es aquel que separa a un hombre de sus semejantes y le convierte en un ser singular o en un solitario o en ambas cosas a la vez? Habría que dominar la gramática de los estímulos y las experiencias vitales para saberlo, pero de lo que no cabe duda es de que la plasticidad del cerebro de Balthus es repelente a cualquier clasificación o encasillamiento artístico. Si la pintura de este asceta aristocrático soporta algún adjetivo a su lado es el de atemporal.
Balthus, sin duda, se cuenta entre los más destacados pintores del siglo XX que ha pasado por su tiempo sin mostrar el más mínimo interés por tratar los mitos de su contemporaneidad. Por el contrario, volcó desde joven sus energías en aprender de los primitivos maestros italianos a ser invisible. A fuerza de hacer una pintura no actual y sólo atenta a la luz y sus múltiples fosforescencias, lo logró. 
Asimilación de los grandes maestros del pasado y un respeto natural por las cosas tangibles e intangibles de este mundo. "Hoy se habla más de pintores que de pintura" dijo de nuestra época, que no era exactamente la suya. Cuando se vuelva a hablar más de pintura que de pintores se le pondrá en el alto y definitivo lugar que por mérito le corresponde.

lunes, 18 de abril de 2011

Pintores del XX: Hopper

Al igual que cuando pasamos por un campo de girasoles pensamos en Van Gogh, si entramos en alguna anónima y desangelada habitación de hotel se nos aparece Edward Hopper. Su curiosa y analítica mirada acuñó esa imagen, hoy ya universal, de la mujer pensativa y sola en un cuarto tan lóbrego como ajeno.
Hopper tuvo una sensibilidad especial para percibir los entresijos más vulnerables del alma humana. Por eso, el tema que atraviesa su obra es la soledad. La soledad que se infiltra como una negra sombra por la ventana abierta a la noche urbana. Otras veces, en cambio, en un pintor tan preocupado de los efectos lumínicos, lo que entra es la luz del sol y la brisa marina de Cape Cod por la mañana.

Sorprende que sea Edward Hopper, un pintor en el fondo afrancesado y postimpresionista, el artista que mejor ha sabido descifrar las peculiaridades de la Norteamérica contemporánea: la incomunicación metropolitana, el alienante trabajo de oficina y el viaje como posible escapatoria o modo de vida alternativo. Quizá esto explique que el cine y la publicidad hayan saqueado tan a menudo su obra, desde Hitchcock en Psicosis hasta Ralph Lauren en sus anuncios de jóvenes esbeltos en veleros de recreo. Sin embargo, en sus personajes palpitan demasiadas cosas nuestras de las que casi nunca tenemos ganas de hablar. Quizá por eso sus personajes están tan solos.

viernes, 15 de abril de 2011

Pintores del XX: Klee

Los más frescos y emocionantes paraísos infantiles del XX están recreados en las telas, papeles y cartulinas del Paul Klee. Y no deja de ser paradójico que hayan salido de la mente de uno de los pintores más agudamente reflexivos de la historia reciente de la pintura. Klee huyó a conciencia del legado clásico de Grecia e Italia para refugiarse en el bárbaro poder de la imaginación. La luz de África le ayudó a ver que el mundo que sus ojos registraban, el mundo fenoménico, no era el único mundo posible. Y se dispuso a dar cobijo en su obra a las otras realidades: la subjetiva, la poética, la espiritual. 
Como dijera Tristan Tzara, "el arte, en la infancia del tiempo, fue plegaria". Así, en los delicadísimos fetiches de Klee palpitan las oscuras potencias del cosmos, vibrantes de color, ejecutando el milagro de la visualización. Klee debió de pensar que como el mundo ya existía no tenía sentido volver a hacer una réplica de él. Y se dedicó en cuerpo y alma a escarbar en las esencias más puras de la realidad. Por eso sus obras nos hablan del inconsciente con una pasmosa voluntad de mantenerse fuera de este mundo. Misterioso, alegórico, analógico, Klee es en la pintura alemana "la salida de la luna en el Sur".

miércoles, 13 de abril de 2011

Pintores del XX: Soutine

Las manos de Soutine eran huesudas y delicadas e impresionaban a los que las miraban, pero él, en sus autorretratos, nunca se pintó las manos. Las de los demás las retrató una y otra vez con ahínco y devoción. Manos de pasteleros, botones y camareros, niñas de primera comunión y monaguillos. Gente de la calle, un poco desamparada y otro tanto enajenada bajo el uniforme propio de sus oficios. Todas ellas instrumentos del anonimato, formando una orquesta policroma y espeluznante de menesterosos y perdedores entre los que, si alguna vez bajáramos la guardia, podríamos descubrirnos a nosotros mismos.
Soutine fue uno de ellos y, en su atormentada existencia, nunca quiso olvidarlo. Pintor visceral, el más imprescindible de todos los expresionistas, se dedicó a dispararnos paisajes al alma, estrellándolos contra la tela como los de Céret, en los que la naturaleza parece en estado de permanente conmoción. Paisajes de cielos imposibles de belleza que nos siguen asombrando y conmoviendo como cuando la primera vez. Enfermo del estómago, terminó pintando lo que no podía comer, en una suerte de ejercicio compensatorio donde el pincel en el lienzo sustituye al tenedor en la boca.


martes, 12 de abril de 2011

Pintores del XX: Derain

Cuando el fauvismo era el último juguete de las fieras, Derain se encerró en la jaula a jugar con ellas. Luego, conoció a Picasso y le ofreció de balde el rico yacimiento de la primitiva talla africana que el malagueño explotó a su antojo ya desde las mismas Señoritas de Avinyó. Una vez pudo salir de "la más colosal, sanguinaria y mal planteada carnicería que en el mundo había habido", según opinión de Hemingway sobre la Gran Guerra, su alma y su obra se vieron obligadas a rehacerse por completo y buscaron acomodo y consuelo en el ejercicio de una nueva clasicidad que pudiera ofrecer algunas pocas certezas. Esta vuelta al orden hizo de aquel joven enfebrecido por el color, un hombre melancólico y un punto descreído.
Sus retratos y desnudos rezuman introversión y casi nunca miran de frente quizá porque enfrente no hay nada interesante que mirar. Miradas que jamás se fijan en quien las contempla, esquinadas o absortas, parecen fuera de este mundo. Bodegones que son lecciones de austeridad, paisajes tan bellos como amargos. Es imposible, una vez vistos, librarse de ellos.

La sombra ancha y oscura de Derain, después de cincuenta años bajo tierra, todavía nos alcanza y nos refresca.

lunes, 11 de abril de 2011

Égloga de la Tarde

(Me gustaría mucho que el poema pudiera leerse con la música de Einaudi de fondo, y que la lectura y la audición se fundieran como la lluvia fina en el mar)



Cae la luz pulimentada de este atardecer
tan puro. Los niños del campo
hacen silbatos con los tallos huecos
de las ortigas y absorben el néctar
de las flores.
Quisiera perderme en esta república de sombras
y abandonarme a los sentidos y no regresar.
¿Qué hora es en la penumbra?
¿Quién me liba estos besos al oído?
¿Qué artilugio puede enfrentarse
a la terca eternidad de este momento?
No arrulla ya la tórtola ni canta el mirlo
ni bajan los barcos por el río...
Quisiera hacerme un manto de hojas secas
y acurrucarme en un hueco de la tierra
y abrazarme al viejo sauce y esperar
a que vengan a buscarme las tinieblas.

Blandura en el Atardecer: Joaquín Sáenz

Corría el año 2007 y el Museo de Alcalá de Guadaíra organizaba una retrospectiva de buena parte de las marinas gaditanas de Joaquín Sáenz. Con tal motivo fui invitado a comentar uno de los cuadros allí presentes dentro del ciclo Contar un Cuadro que los gestores del Museo llevaban a cabo. Elegí Blandura en el atardecer que ya desde su mismo título me atrajo. No tengo reproducción del cuadro y lo siento de veras. A cambio he elegido una panorámica de playa con casetón, también de la zona de Conil, donde el artista ha pintado tanto y con tanta devoción. Lo que allí dije es algo parecido a lo siguiente:

Soy consciente de que el gusto por la pintura es un placer anacrónico. Y no veo ninguna razón para avergonzarme de tal afirmación, al fin y al cabo la mayoría de nuestras ocupaciones predilectas, si lo pensamos bien, son ya placeres anacrónicos: el gusto por la lectura reposada, los paseos por parajes idílicos, el disfrute de los objetos nobles y bellos o el ejercicio de las buenas maneras; todas ellas costumbres anacrónicas…
Pero, al menos, el anacronismo tiene la ventaja de que no hace daño. En cambio, no estoy tan seguro de que la creciente incapacidad de saber deleitarse con las bellas artes, aún siendo muy contemporánea, no sea dañina al espíritu y a la sensibilidad, si es que todavía hoy pueden utilizarse estas palabras sin ser inmediatamente acusado de reaccionario.
En una época en que Dios es historia y la pintura agoniza lentamente en los Museos y galerías de arte contemporáneos, no tiene nada de raro que unos pocos no tengamos demasiados motivos para la esperanza. No hace falta ser un lince para detectar que nuestros jóvenes estudiantes, dominados por una especie de hipnosis masiva, no tienen la más mínima intención de desatender sus muchas ocupaciones electrónicas, consumistas, deportivas y copulativas para, por ejemplo, encontrar un buen rato para el disfrute de la pintura o la poesía. Sólo pensarlo ya nos produce un cierto sonrojo. Y podemos juzgar que “peor para ellos”, quizá a alguno le sirva de consolación. Lo malo es que también es peor para nosotros.
Ya sé que la pintura no ha sido nunca un arte democrático (ni falta que le hace) pero nunca como ahora ha estado tan desconectada de las preocupaciones e intereses de los ciudadanos. Que las grandes y mediáticas exposiciones de pintura canonizada se vean asaltadas por ejércitos de pacientes y desocupados visitantes no debiera confundirnos. Son entretenimientos gratis o mucho más baratos que el Centro Comercial, sobre todo si vas con los niños. Y además, suelen estar bien refrigerados en verano y calentitos en invierno. El interés por los contenidos y la curiosidad por conocer mejor las motivaciones creativas del artista es ya otro cantar. Y no seré yo quién los culpe por eso. En realidad, nadie se ha tomado en serio su formación estética y lo verdaderamente milagroso es que, a pesar de su desconocimiento, sigan yendo a pasar el tiempo ojeando cuadros en vez de estar viendo la televisión, navegando por Internet o practicando pilates.
La pintura de Joaquín Sáenz está lejos del ruido del mundo moderno. Contemplativa y absorta en los ritmos lentos pero constantes de la Naturaleza.
Si han visto la Exposición que sobre su obra el Museo de Alcalá nos ofrece se darán cuenta de que sus vistas son traslaciones al plano de la tela de una mirada atmosférica, abarcadora y bondadosa; y todas ellas, variaciones sobre un mismo tema: el paisaje natural.
Evidencian una dicha, un estado de ánimo muy próximo a la beatitud y el recogimiento. Aunque el pintor elija para ello el tono melancólico, tan propio de las horas inciertas, cuando la luz empieza a confundirse con las sombras, sus amplios paisajes nos revelan un idilio con lo dado, con aquello que ha estado ahí mucho antes de que nosotros llegáramos para verlo y cuya existencia no depende de nuestra voluntad ni de nuestra mano.
Si se fijan notarán una distancia natural frente a lo creado, la Naturaleza. El pintor opera desde fuera, no desea penetrar en su objeto. Primero, la mirada lo contempla con sosiego. Y después, la mano, igual que haría un demiurgo, realiza el prodigio de hacerlo aparecer.
Una operación de marcado carácter impresionista, que busca a veces la pincelada rápida y otras, la de largo recorrido, pero siempre en función de la mancha de color capaz de elaborar una superficie rica, culinaria, que en buena parte renuncia a la tarea de analizar la lógica constructiva de la obra prefiriendo la pincelada sensación.
Hay en estos paisajes de Sáenz un permanente interés por los estados transitorios de la luz (atardeceres, amaneceres, días grises o nublados) como ocurre muy a menudo en los lienzos de Monet.
A diferencia, sin embargo, de lo que en ocasiones vemos en Monet, en los paisajes de Joaquín Sáenz se huye premeditadamente de la anécdota. En las escenas fluviales de Giverny o Argenteuil del maestro francés nos solemos encontrar con distintas figuras humanas. En las playas y los campos de Sáenz no hay nada más que tierra, mar y cielo. Son paisajes huérfanos de hombre, empeñados exclusivamente en comprender las simbiosis naturales, esos abrazos en el horizonte de los cielos con las aguas y esos besos del agua con la arena. ¿Es aquí el mar el que arropa a la tierra o es la playa la que ampara al océano?
Sáenz nos acerca, desde la sobriedad expresiva y el repudio del sentimentalismo o el heroísmo, al esquivo misterio de las cosas. Por medio de una composición serena y simple y utilizando una paleta reducida de tierras, ocres, sienas y verdes y azules agrisados el pintor nos invita a compartir con él sus espacios naturales de intimidad, su hábitat más privado en el que nunca hay nadie porque a él se va para estar solo.
En “Blandura en el atardecer”, por ejemplo, una obra de poético título, la soledad está, si cabe, más acentuada por la presencia del propio casetón o merendero del que penden dos alegres banderitas (dos puntos de color) que testimonian la huella de una voluntad humana. Un casetón sin gente, sin signo alguno de actividad humana en el blando atardecer de una playa solitaria se erige en la soledad edificada.
Podemos interpretar esta visión, y yo diría casi toda la obra paisajística de Sáenz, como la de un testigo solitario de la naturaleza que observa de manera contemplativa la transitoriedad del tiempo y el espacio.










domingo, 10 de abril de 2011

Borges Virgen

"El señor murió virgen". La que fuera mucama del señor Borges se muestra así de lapidaria en una sentencia sin complejos que desnuda a su antiguo amo frente al mundo y sus atribulados lectores. Epifanía Uveda de Robledo, el historiado nombre de la indiscreta ex criada, a pesar de haber llevado cuarenta años al servicio del escritor se ve que no logró impregnarse de su elíptico y decoroso estilo, y en una frase que no tiene vuelta de hoja lo ha instalado en el camerín de los irreparablemente vírgenes, al menos, en el sexo femenino. "Pobrecillo, no tuvo nunca relaciones con ninguna mujer (...) No era algo que le interesara, le tenía pánico". Vale, pero a cambio, y quizá para compensar tamaña apatía, se encerró en una biblioteca, que es otra forma de encerrarse por pasión. Y a fe que supo aprovechar esas miles de horas en compañía de querencias tan productivas como la Cábala, el Aleph, las literaturas germánicas medievales, Walt Whitman, la Biblia, Martín Fierro y algunos selectos traidores y héroes. Sin duda todas ellas compañías menos recomendables que una esposa complaciente, según doña Epifanía. Para ella Borges sólo es "un pobre señor que murió virgen". Y puede que hasta tenga algo de razón en su compasión resentida de fiel sirvienta despedida, para colmo, por una viuda intacta y japonesa de la que apostilla que lo maltrataba y "un día lo empujó en la puerta del ascensor". Ya se sabe que el exceso de roce nos hace perder la perspectiva y hasta el equilibrio.
Sea como fuere, para Epifanía, la indiscreta, Borges era básicamente "un pobrecillo que murió virgen". Y, ahora que lo pienso, el dato empieza a resolverme más de una duda sobre su asexuada literatura y su purísimo estilo. ¡Mira que si la tal Epifanía Uveda de Robledo hubiera hecho con sus chismes una inestimable contribución al corpus crítico borgiano!

spiegel im spiegel

Me gusta Arvo Pärt. No sé si la melodía de esta celebérrima composición (espejo en el espejo, podría traducirse) puede ser calificada de minimalista, serial o atonal pero su austera y transparente sacralidad me conmueve en lo más íntimo.

DESCRÉDITO DEL INTELECTUAL PROGRESISTA

Lo habían previsto escritores intelectuales como Huxley u Orwell y no cejan en confirmarlo pensadores contemporáneos como Irving Kristol, Finkielkraut o Glucksmann: creer que el progreso, por su propia cuenta, nos conduce a la reconciliación social es un error de perspectiva de efectos potencialmente devastadores. Sólo basta recordar en nombre de qué principios se orquestaron las grandes revoluciones de las sociedades del siglo XX en tan enormes y distantes territorios como Rusia, México o China. Todas no sólo se iniciaron con sangre (lo que, hasta cierto punto, resulta inevitable) sino que se mantuvieron inmisericordemente con sangre y desfallecieron con más sangre. ¿Recuerdan las plazas de las Tres Culturas o de Tiananmen, las invasiones de Checoslovaquia y Afganistán, las represiones en Polonia, Georgia o Lituania?
Es posible que aún en tiempos de Diderot y Montesquieu se pudiera considerar honestamente al progreso como el principal dinamizador de las mejoras en las condiciones de vida del hombre. Pero tan pronto como llegaron los siglos XIX y XX se ha demostrado que los espectaculares avances técnicos, científicos y sociales no siempre perfeccionan la vida humana y hasta pueden acarrear su propia desaparición: desde la eutanasia y el aborto planificado (que la izquierda vende como productos del progreso) hasta la bomba nuclear o la búsqueda interesada de la mediocridad y la enajenación que los medios de información de masas y el sistema democrático necesitan para poder sobrevivir.
El mito del progreso ha sido, en realidad, la nueva superstición que vino a ocupar la ausencia de Dios, al que Nietzsche terminó por dar la definitiva puntilla. De este modo el progreso se ha constituido en la nueva y genuina ortodoxia en la que infinidad de intelectuales de la facción más progresista han decidido ejercer el papel de los antiguos sacerdotes. Una comunidad soberbia y un tanto autista, como todas las que detentan la Verdad, que resultó no ser de ideas sino, por el contrario, de creencias, al modo de cualquier otra iglesia. Y Europa ha sufrido en carne propia y ha exportado la nefasta influencia de este tipo de intelectual. Ella los ha creado, en ella se han cultivado y ella, en fin, los ha lanzado por el ancho mundo con autosuficiencia y sin rubor alguno. A intelectuales del tipo de Sartre, Neruda, Marcuse, Saramago o Chomsky habría que recordarles lo obvio: un intelectual no es la referencia moral ni la conciencia crítica de su época. Al menos, estos no pueden ser sus objetivos. Un intelectual es simplemente aquel cuyo juicio, fundado en la reflexión y el conocimiento, es menos arbitrario que el juicio de los no intelectuales.
El siempre incisivo Castoriadis en una memorable intervención, precisamente en un congreso de intelectuales en Valencia en 1987, terminó preguntándose por qué tantos intelectuales que, en teoría, debían ser luminarias de la humanidad se convertían tan a menudo en los apologistas de la tiranía. Y casi siempre en nombre del progreso social, económico o científico. Es llamativo y bastante tétrico que desde aquel célebre “j´accuse” de Zola una desoladora porción de intelectuales de variado pelaje ideológico se hayan alineado a ciegas con el poder derivado del terror de una revolución. Artistas e intelectuales, por fortuna en progresivo descrédito, que como una plaga mórbida han justificado o silenciado el negrísimo historial de personajes tan despreciables como Lenin, Stalin, Mussolini, Hitler, Mao, Pol Pot o Fidel Castro.
No es de extrañar, y hasta se agradece, que se hayan convertido hoy en un trasunto inútil a los que se les hace menos caso aún que a Benedicto XVI o a telepredicadores tipo Darío Fo o Eduardo Galeano. Ellos se lo han buscado.


jueves, 7 de abril de 2011

W. Baumeister, pintor lúcido

Conocí la obra de Baumeister cuando la Fundación Caja Madrid trajo una gran selección de su obra en el otoño del 2003. Antes sólo tenía algunas referencias fotográficas de su elaboradísima abstracción. Me cautivó desde el primer golpe de vista. Con el tiempo he ido valorando su obra cada vez más. Y sus cuadros me llevaron a sus escritos sobre arte. Suele ser ya tradición entre los abstractos dedicar parte de su tiempo a la meditación por escrito de cuestiones relacionadas con aspectos de su práctica artística. De Kandinsky a Motherwell casi todos han sucumbido a esa tentación. La lucidez y la profundidad de pensamiento de Baumeister son, sin embargo, infrecuentes. Hoy sólo quiero traer a colación unas palabras suyas sobre el hombre y su comportamiento en sociedad: "Los hombres son como una familia de erizos, con púas en su piel. En invierno se aproximan para darse calor, pero, al juntarse, se hieren entre sí: obtienen calor a costa de las heridas que se producen..."
Sabía, sin duda, de lo que hablaba pues no en balde había sido humillado por los nazis y su país se recuperaba lenta y dolorosamente de una guerra que le perseguiría como un estigma.

miércoles, 6 de abril de 2011

lunes, 4 de abril de 2011

Mala hora de España

Recupero la frase que Francis Bacon, canciller de Inglaterra, aplicó a su nación a principios del  XVII y que tan actual me suena todavía: "No hay cosa que haga tanto daño a una nación como que la gente astuta pase por inteligente".

domingo, 3 de abril de 2011

the light will stay on by Walkabouts

El grupo tiene larga vida -su primer album creo que data del 84- pero para mí existen desde hace apenas dos años, así de tarde llegué a ellos. Y ocurrió gracias a esta canción, brujuleaba por spotify y de repente la oí. Fue un enamoramiento repentino, que luego se fue confirmando canción tras canción.
Así de prometedora comienza: "Me duermo antes de que el diablo se despierte y me despierto antes de que los ángeles se lleven todos mis deseos mundanos y mis más vacilantes miedos..."
El estribillo repite algo así como: "Y mucho después de que nos hayamos ido, la luz seguirá encendida..."
La letra es de Chris Eckman, piedra angular de Walkabouts, y la voz femenina es la de Carla Torgerson, una voz que expresa mucho más de lo que dice.
Espero que en su próxima e inminente gira europea pasen por España.


sábado, 2 de abril de 2011

Picasso, 7:30 de la mañana


He debido de fumar mucho esta noche
pues los labios me saben a gauloise.
La estufa no me hace olvidar el frío y
antes que cruzar la habitación para hacer gárgaras
frente al espejo, preferiría quedarme aquí,
en la cama, jugando con mis cajas de cerillas.

¡Marcel, súbeme el correo!”
Los periódicos de ayer por la tarde no decían
nada y el libro de Cocteau es
demasiado libertino para leerlo sin haber desayunado.
El rey de los traperos dice que soy porque
me vio recoger de las basuras ciertos cartones
una noche.

Yo hago como aquel que por pobreza
no se atreve a tirar nada. Soy el pavor
de las limpiadoras, me detestan en silencio.
¿Qué puedo hacer si levantar esculturas con
desechos es mi inclinación?

No, dile que no Sabartés, que estoy
indispuesto, que he cogido frío”.
No tengo ganas de enseñar nada esta mañana.
Si quieren verme ya vendrán otro día.
Los coleccionistas me deprimen tan temprano,
me obligan a hablar cuando no quiero. Aunque
no sé si sabría ya vivir sin un céntimo..
Pero, ¿dónde habré puesto ese batín?

Otra Tarantinada

Para "Malditos Bastardos", penúltimo derrape mental de Tarantino el friki, propongo el siguiente eslogan a modo de entradilla: "Se trata de una historia ridícula contada por un imbécil". Seguro que hubiera ayudado a hacer más taquilla, en serio.

pregunta retórica

En nuestra vida diaria casi todo defrauda, disuade o neutraliza. ¿También ocurriría así en la de Kant?

viernes, 1 de abril de 2011

amore che vieni, amore che vai

algunas canciones nos hacen más sabios aunque nos pongan más tristes, ésta es una de ellas. A su autor, Fabrizio de André se le sigue echando de menos como el primer día. La música y la poesía modernas italianas estoy seguro de que no lo olvidan.

Ars Longa

No sé si desde antiguo vivir acelerado ha sido una costumbre del homo faber, pero de lo que no cabe duda es de que vivimos unos tiempos en los que el propio tiempo parece consumirse compulsivamente. Sales a la calle y ves que la gente tiene prisa. Hablas por teléfono y oyes que la gente tiene prisa. Coges el coche y sientes que la gente tiene una temeraria prisa. Prisas, muchas veces, improductivas y absurdas, como la del que espera de pie, en el pasillo, a salir del avión o como la del que pretende conocer El Prado en una visita de dos horas.
Yo puedo entender perfectamente a aquel que tiene urgencia porque va a recoger un premio millonario que le liberará del fastidioso espectáculo de la sombría y pertinaz cara de su jefe, o al otro, que confiesa que tiene una cita galante con un cuerpo joven y glorioso o, desde luego, al que corre sin resuello porque hay vidas en peligro y dependen de él. Sin embargo, se da la casualidad de que nunca me he tropezado con nadie con prisa que alegase alguna de estas circunstancias, salvo, quizá, algún bombero. Más bien he visto a muchos apremiados que andan todo el día tirándose de la manga para consultar su reloj mientras aceleran todavía más el paso sin saber exactamente los motivos de su apremio. Esos que tienen prisa por costumbre, por la misma prisa de tenerla y porque, acaso, no puedan tener otra mejor cosa. Y pienso que en muchos de ellos se da la paradoja de que cuanta más actividad parecen demostrar, menos rendimiento aportan. Y es que existe hoy, supongo que como ayer, un cierto tipo de dinamismo continuado que, en el fondo, no es otra cosa que una manera permanente de perder el tiempo. Con ser esto patéticamente ridículo, lo peor es su efecto contagioso.
Tengo comprobado que en el mundo en que vivimos el ganar tiempo se ha convertido en el ejercicio favorito de aquellos que nunca tienen tiempo para nada. Al menos, para nada de lo que realmente importa. Todas las cosas esenciales de la vida llegan lentamente y se alcanzan después de un largo esfuerzo; desde el dominio de una disciplina o instrumento hasta la sabiduría y la paz interior. La formación moral o intelectual de los hombres no se logra, cuando se logra, sino después de mucho y constante empeño. Los ciclos naturales llevan su tiempo y desde que se planta hasta que se cosecha tienen que pasar varios meses.
Pero hoy todo parece urgir. Queremos cocinar en dos minutos, llegar en dos horas y triunfar en dos días. También en el amor o en el arte. En esta inestable sociedad tecnologizada parecen imposibles los valores duraderos y los significados sostenidos. Todo queda confundido en la superficial celebración de la pluralidad de los valores, la multitud de significados y la diversidad de los propósitos cotidianos. Si a esto añadimos la manipulación que los medios de la mal llamada cultura de masas ejercen sobre nuestra vida interior no es de extrañar que, alguna vez, nos hayamos sentido empujados por esa corriente inútil de la prisa que, sin apenas darnos cuenta y por inercia, nos ha ido llevando de un lugar a otro hasta abandonarnos en el páramo desierto del vacío.