El caso de Poelzig es paradigmático
de cierta visión reductora y simplista, muy en boga hasta los años 60 del
pasado siglo, que consideraba “arquitectura moderna” solo a aquella que se
ajustaba a los parámetros puristas y/o racionalistas de la bauhaus o de un Le
Corbusier, o, a lo sumo, los anunciaba. Y así ha sido Poelzig, a menudo,
tratado como un arquitecto “expresionista” o “excéntrico” por su tendencia a
las formas enfáticas y emotivas sin reparar en el profundo rigor de su
planificación funcional o en su sincera preocupación por los detalles más
pequeños de la construcción, proporción y ritmos interno y externo de sus
edificios.
Nacido en Berlín en 1869 sus
contemporáneos fueron Behrens, Fischer o Muthesius, todos ellos mejor
considerados por los jueces de la “modernidad”, y muy temprano destacó del
grupo de los arquitectos “reformistas” aglutinados bajo la marca Deutscher Werkbund (Liga Alemana del
Trabajo). Pero a diferencia de Behrens (véase entrada correspondiente a la
fábrica de turbinas AEG) Poelzig nunca se consideró a sí mismo como “artista”
sino como un simple técnico o arquitecto interesado por la naturaleza, forma y
escala de sus edificaciones. Quizá por lo mismo su taller-estudio de Berlín
llegó a ser considerado el más riguroso y selectivo de toda Alemania. Como
arquitecto y teórico Poelzig estuvo siempre particularmente atento al
desarrollo de un lenguaje específico para edificios fabriles que, en su
opinión, constituían el objetivo monumental de la arquitectura de su tiempo.Hay
que tener en cuenta que su actividad como arquitecto coincidió con la etapa de
mayor expansión industrial de su país.
La fábrica de productos químicos
Moritz Milch & Company de Luban (Polonia) es probablemente de todos sus
proyectos el más grande y representativo. Ya antes de su realización era
conocido a través de conferencias, artículos y exposiciones que el propio autor
se encargó de promocionar. Para la fabricación del fertilizante se precisaba un
complejo de varios edificios independientes: planta de producción, hornos,
cobertizos, talleres, almacenes, además de una gran sala de turbinas. A todo
ello había que sumar un edificio de oficinas y otro para el esparcimiento y
descanso de los trabajadores. Un complejo edilicio de tal envergadura se presta
mal a cualquier descripción pero es imposible no darse cuenta, por ejemplo, de
cómo en las altas y alargadas fachadas las pequeñas ventanas siguen un preciso
ritmo ornamental. O cómo la pared escalonada de uno de los almacenes se
enfrenta amenazante y majestuosa al desnudo paisaje. El dinamismo de los aleros
de los edificios principales así como el orden y la disposición de los mismos
traducen el esfuerzo del arquitecto por recrear el recorrido del proceso
productivo. En este complejo de Luban, Poelzig, a diferencia de Behrens en AEG,
no se entrega ni al phatos ni a la solemne clasicidad sino que prefiere pegarse
a una extrema funcionalidad sin renunciar a expresar una nueva belleza muy
cercana a la reciente estética cubista.
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