martes, 30 de agosto de 2016

Fábrica de productos químicos de Luban, Hans Poelzig, 1911-12


El caso de Poelzig es paradigmático de cierta visión reductora y simplista, muy en boga hasta los años 60 del pasado siglo, que consideraba “arquitectura moderna” solo a aquella que se ajustaba a los parámetros puristas y/o racionalistas de la bauhaus o de un Le Corbusier, o, a lo sumo, los anunciaba. Y así ha sido Poelzig, a menudo, tratado como un arquitecto “expresionista” o “excéntrico” por su tendencia a las formas enfáticas y emotivas sin reparar en el profundo rigor de su planificación funcional o en su sincera preocupación por los detalles más pequeños de la construcción, proporción y ritmos interno y externo de sus edificios.


Nacido en Berlín en 1869 sus contemporáneos fueron Behrens, Fischer o Muthesius, todos ellos mejor considerados por los jueces de la “modernidad”, y muy temprano destacó del grupo de los arquitectos “reformistas” aglutinados bajo la marca Deutscher Werkbund (Liga Alemana del Trabajo). Pero a diferencia de Behrens (véase entrada correspondiente a la fábrica de turbinas AEG) Poelzig nunca se consideró a sí mismo como “artista” sino como un simple técnico o arquitecto interesado por la naturaleza, forma y escala de sus edificaciones. Quizá por lo mismo su taller-estudio de Berlín llegó a ser considerado el más riguroso y selectivo de toda Alemania. Como arquitecto y teórico Poelzig estuvo siempre particularmente atento al desarrollo de un lenguaje específico para edificios fabriles que, en su opinión, constituían el objetivo monumental de la arquitectura de su tiempo.Hay que tener en cuenta que su actividad como arquitecto coincidió con la etapa de mayor expansión industrial de su país.



La fábrica de productos químicos Moritz Milch & Company de Luban (Polonia) es probablemente de todos sus proyectos el más grande y representativo. Ya antes de su realización era conocido a través de conferencias, artículos y exposiciones que el propio autor se encargó de promocionar. Para la fabricación del fertilizante se precisaba un complejo de varios edificios independientes: planta de producción, hornos, cobertizos, talleres, almacenes, además de una gran sala de turbinas. A todo ello había que sumar un edificio de oficinas y otro para el esparcimiento y descanso de los trabajadores. Un complejo edilicio de tal envergadura se presta mal a cualquier descripción pero es imposible no darse cuenta, por ejemplo, de cómo en las altas y alargadas fachadas las pequeñas ventanas siguen un preciso ritmo ornamental. O cómo la pared escalonada de uno de los almacenes se enfrenta amenazante y majestuosa al desnudo paisaje. El dinamismo de los aleros de los edificios principales así como el orden y la disposición de los mismos traducen el esfuerzo del arquitecto por recrear el recorrido del proceso productivo. En este complejo de Luban, Poelzig, a diferencia de Behrens en AEG, no se entrega ni al phatos ni a la solemne clasicidad sino que prefiere pegarse a una extrema funcionalidad sin renunciar a expresar una nueva belleza muy cercana a la reciente estética cubista. 


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