lunes, 6 de febrero de 2017

Algunas mujeres desnudas

ALGUNAS MUJERES DESNUDAS

La Gran Odalisca, Ingres

 Va ya para diez años que decidí dedicar unos cuantos meses de mi tiempo a redactar lo que luego se convertiría en una larga ponencia de unas Jornadas sobre arte moderno y contemporáneo pero que en origen tuvo intenciones de ser libro. Libro, ya digo, que menguó en ponencia básicamente por la combinación de desidia y falta de confianza mías. El objetivo era reflexionar sobre la evolución sufrida por el género del desnudo femenino desde los últimos años del Antiguo Régimen hasta principios del XX, con la llegada de las Vanguardias. Por acotarlo artísticamente lo titulé “El desnudo femenino: un itinerario de Goya a Picasso”.  Por si hay alguien que tenga interés en su consulta decir que aparece en las actas de aquellas Jornadas publicadas bajo el epígrafe de “El Cuerpo, Combinarte II” por el Ayuntamiento de Alcalá de Guadaira en 2007. Digo todo esto no para repetir con variantes nada de lo allí dicho y defendido sino porque ayer, revolviendo en mis papeles, me topé con unas notas sueltas de las muchas que debí de tomar para la redacción de aquel trabajo.
Ya se sabe –o al menos lo sabemos los que tenemos por costumbre escribir con la esperanza de no decir tonterías- que en la escritura de un libro o, incluso, de una ponencia como ésta el volumen de lo escrito, anotado y, finalmente, desechado ocupa bastante más que las páginas destinadas al escrutinio público. Así es mi método de trabajo y así es como creo que debe hacerse cualquier labor que entrañe una voluntad estética.  La nota a la que, en este caso, me refiero no encontró hueco en la versión final de la ponencia y sin embargo hoy, extraída de su contexto, me sigue gustando y me parece que contiene en su interior una sugestiva posibilidad de reflexión.  Para poneros en antecedentes deciros que hablaba sobre pintores que trataban el desnudo femenino desde un punto de vista, digamos, “intelectual” en contraposición a otros pintores que abordaban el género desde una posición más “sensual”. La nota dice literalmente así:

“Pintores intelectuales como Ingres o Puvis de Chavannes logran desnudar a sus mujeres sin causar perplejidad o desasosiego en el espectador, nos muestran desnudeces tan serenas, invulnerables y olímpicas que no nos conturban sino, al contrario, nos tranquilizan y consuelan. A la manera de un Giorgione o un Correggio las desvisten sin vergüenza, como si fueran cuerpos del Paraíso en un mundo imaginario creado por el pintor en el que el impudor no existe porque nunca se ha experimentado; un mundo cerebral ajeno a la lascivia humana. ¡Qué diferentes de la Venus de Cabanel (ilustración erótica para onanistas inconfesos) o, incluso, y por otras razones, de la desnuda mujer de Manet en su célebre “Almuerzo en la hierba” (con indudables prisas para vestirse después del apuro de esa escena)! Ahí podríamos localizar la diferencia: mientras las mujeres desnudas de Manet y Cabanel nos dejan la sensación de que van a vestirse en cuanto nos vayamos (incluso siendo una diosa, lo cual es una enorme torpeza de Cabanel), las de Ingres o Puvis de Chavannes no precisan volver al vestido pues ellas mismas son su mejor traje”.

Almuerzo en la hierba, Manet