miércoles, 29 de junio de 2011

Borges y la Literatura

Creo que fue Borges quien afirmó que hay autores que perduran en la historia de la literatura y "otros, los menos, en la propia literatura". Borges mismo -a lo mejor pensaba en él cuando lo escribió- tiene todas las papeletas para quedarse a vivir por mucho tiempo dentro de la literatura. En cambio, parece harto probable que autores como Alejo Carpentier o Ernesto Sábato -por no salir del ancho cementerio de las letras hispanas- residan un poco más allá, en ciertos capítulos de los manuales de historia de la literatura, y quizá no por mucho tiempo.

lunes, 27 de junio de 2011

Camino de Guanajuato, a la casa de José Alfredo.

Me encanta la música popular mexicana. No hay nada en el folclore moderno hispano como una ranchera o un corrido bien cantado por una voz mexicana de verdad. Esas voces grandes y anchas como las de José Alfredo Jiménez o Lola Beltrán. Camino de Guanajuato, tierra de José Alfredo en donde se encuentra Dolores Hidalgo, su población natal, es una de mis rancheras preferidas. Cuando oigo cómo va desgranando sus recuerdos más personales a través de los paisajes de su infancia y adolescencia siento un pellizco que me aprieta  entre la faringe y el estómago. 
Y pensar que este artista tan grande no tenía apenas formación musical ni sabía leer una partitura... Milagroso si consideramos que entre los cientos de temas que José A. Jiménez creó están títulos tan memorables como El Rey, El Jinete, Amanecí en tus brazos, El Caballo Blanco o éste mismo, Camino de Guanajuato.
¿No les parece esa conjunción de violines y trompetas como una inyección de tequila en vena?

sábado, 25 de junio de 2011

La Sutil Fragancia

Escribí estos versos para dar salida a una tensión emocional. Así, la composición canaliza, en una especie de ascesis que se resuelve en dulce comunión con la naturaleza, determinadas emociones y sensaciones que la visión de unas obras de arte concretas habían producido en mi interior. Da igual ahora de qué obras estemos hablando. Lo trascendente es que la experiencia estética, el contacto directo con la obra de arte, sea capaz de provocar en quien lo experimenta una reacción tan profunda, tan literalmente entrañable que le lleve a convertirse en el arúspice de su propio corazón.

Nota: el poema es, completo, una sola oración gramatical. Conviene leerlo despacio, pero sin descanso, hasta el final. Y luego si acaso, respirar.
                                                
                                                          La Sutil Fragancia


Siento que me pierdo en la espesura
y me atiranto entre rayas, flechas y asteriscos
y floto, y atravieso geografías de electrones
y amapolas sin linaje, y desciendo
más abajo, a los huesos desleídos
de mi madre, hacia la piedra y su 
organismo, y a través de una maraña
de raíces verdecidas, con las yemas
de los dedos, busco a tientas las costuras,
los signos, las señales, y palpo
el brote blando y seminal de los monemas
y trago tierra, y no me ocupo ya sino
de dejarme penetrar por la sutil fragancia
del misterio.

Cimabue, víctima de la Fatalidad

Para los intereses a largo plazo de Cimabue en la historia del arte, el célebre libro de Vasari y ciertos comentarios presuntamente elogiosos de Dante han resultado fatales. La errónea atribución de la Madonna Rucellai (una más de tantas) al pintor por parte de Vasari acarreó, a la larga y para colmo,  una gran desconfianza y un cierto descreimiento general sobre la importancia y la singularidad de la figura de Cimabue y, por ende, del papel que pudo desempeñar en el desarrollo de la pintura de su tiempo.
Con ser todo esto malo para él, lo peor fueron, sin duda, los comentarios del gran poeta medieval. Porque Dante ligó para siempre el destino de Cimabue a la irresistible irrupción estelar de Giotto. Como probablemente recordarán en el Canto XI del Purgatorio, en alusión a la inscripción de la sepultura de Cimabue, dice Dante: "Credette Cimabue nella pitura/ tener lo campo; ed ora ha Giotto il grido/ si che la fama di colui è oscura". (Creíase que Cimabue no conocía rival en la pintura y ahora se alza Giotto con los aplausos, oscureciendo la fama de aquél). El pobre Cimabue aparece así como el mejor pintor que dieron las tierras toscanas hasta que Giotto llegó. En otras palabras, Cimabue gozaba de la mejor reputación como maestro pintor hasta que su pupilo empezó a blandir los pinceles. Hay elogios cargados de veneno y estos versos comprometerían por mucho tiempo la merecida fama de Cimabue. 


Está bastante claro, como afirma Luciano Bellosi, que esta interpretación de Cimabue como "precursor de Giotto", como una especie de "crisálida de la que había de salir Giotto" no ha beneficiado en absoluto al pintor florentino, además de ser inexacta y, por tanto, injusta.




Incluso hoy, a pesar de todos los avances historiográficos sobre Cimabue y después de estudios importantísimos como los de White o Nicholson, la imagen que tenemos de este pintor sigue siendo borrosa y como desvaída. Sólo el hecho de unas pocas obras de paternidad indiscutible nos lo confirman como un artista consumado y de refinadísima técnica.

viernes, 24 de junio de 2011

Hombre frente al Mar

¿Qué pides mar? ¿Qué clamas?
¿Deletreas mi muerte? ¿Te levantas?
Tu voz resuena aún en los confines
y agita las flores transparentes y las caracolas.
Vienes y te alejas y trastornas el sueño de los niños, 
el nombre claro de las cosas, mi tristeza.
No entiendo, mar, tu bronca lengua,
tu azulina lengua que delira o me susurra
algas, espumas, trilobites al oído.
He venido a verte solo, mar. Y aquí estoy
tan chico frente a ti, tan aturdido,
tan humano.

jueves, 23 de junio de 2011

L´estaque: una decepción

¡Qué terrible decepción! Yo quería ir a L´estaque y, a pesar de conocer el célebre aserto de Heráclito, soñaba con bañarme en su mar. El mar de esa famosa bahía que la historia del arte de los siglos XIX y XX se ha encargado de mitificar por medio de Pisarro, Cézanne, Mattise, Derain o Dufy. Me empeñé en ir a la playa de L´estaque en agosto, cuando la luz es más fauve y el mar más azul. Llegamos en coche hasta la playa de Corbière y encontrar aparcamiento fue tal odisea que ya debía haberme puesto sobre aviso. Pero yo quería bañarme en las aguas que probaron esos genios y sentirme así, acaso, un poco más cerca de ellos. ¡Qué tamaño error! La playa era un hervidero de bullangueras familias africanas, árabes y aproximadamente europeas. La estampa, en perspectiva, era un híbrido de razas y culturas cada una con sus característicos atuendos para el baño. Un orondo padre árabe se bañaba en largas calzonas  de motivos tropicales mientras sus núbiles hijas lo hacían completamente vestidas hasta los pies, unos chiquillos negros, sin embargo, daban saltos inauditos y escupían arena por doquier sin más atuendo que unos vistosos collares de pedrería. Una familia indígena y muy pálida de piel comía unas larguísimas baguettes de ensalada mientras la madre sacaba del canasto vasos y más vasos de plástico para el agua. Para colmo, la playa era una perfecta imitación de lo que un ingeniero debió de diseñar en unos planos, más artificial que la nieve del Madrid Xanadú.
En fin, "me lo tengo bien merecido", fue lo que pensé. ¿Cómo se me ocurre querer bañarme a mi edad en un cuadro de Derain, en una marina de Cézanne?
No volveré jamás a L´estaque. Salvo que vaya a verla a algún museo.

martes, 21 de junio de 2011

Jay Hawkins, aullidos de Blues

Quizá fue el tema que lo hizo más universal, pero Jay Hawkins, el aullido de Ohio, ya era en 1957, cuando lo firmó, el más iconoclasta de los dioses negros del Blues. Un animal de la escena, un histrión con unos registros vocales que lo animaron de jovencito a acercarse al mundo de la ópera.
De I put a spell on you su propia versión es la que más me sigue gustando, en las antípodas musicales de la elegante asepsia pop de un Brian Ferry, que muchos años después hizo una versión de ella llena de talento.
No dejen de reparar en sus bigotes blancos, tan impostados como dalinianos (y en esa mano que se mueve sobre la tapa del piano...)

lunes, 20 de junio de 2011

Florencia o el dulce encanto de la discreción

Quedan en Europa todavía un buen puñado de ciudades hermosas. De todas las que conozco Florencia me parece la más discreta y apetecible. Una serie de afortunadas coincidencias ha logrado que aún hoy la capital de la Toscana siga pareciéndose con razonable fidelidad a aquella población que vio crecer y trabajar entre sus muros a hombres tan eminentes como Miguel Ángel, Galileo o Antonio Magliabecchi.
Ya antes de llegar a ella todo parece contribuir a su disfrute. Uno no se resiste a creer que esa sucesiva y pautada ondulación de colinas y frondosos valles por entre los que baja el impetuoso Arno y que conforman tan dulce orografía no estuviera esperando, para su más bello cumplimiento, a que los hombres levantaran una ciudad a su medida con la que poder dialogar de tú a tú. Y es que si la vista desde lo alto del campanile, que Giotto proyectara y Talenti logró por fin ver terminado, se deleita en un piélago de verdes y marrones y violetas salpicado de pinos, cipreses, olivos y viñedos a los que, en lontananza, protege la larga cordillera de los Apeninos, el recorrido inverso o, lo que es lo mismo, la vista que puede disfrutarse desde, por ejemplo, las puertas de la iglesia de San Miniato al Monte, joya del románico toscano, es la prueba irrefutable de que nos encontramos ante una de las ciudades más serenamente emocionantes del mundo.
Guardo un maravilloso recuerdo de la última vez que allí subí. Nos llevó Roberto -tengo el privilegio de ser amigo de un florentino de pura cepa, alguien de una gentileza y educación que ya no se estilan- cuando la tarde ya languidecía. Sobre la ciudad, abajo, a los pies del recoleto cementerio que flanquea ambos lados de la entrada de la iglesia, parecía que hubieran esparcido polvo de nácar y por el cielo lo hubieran barrido con finísimo pincel.
El enorme solideo octogonal que Brunelleschi levantara hace casi seiscientos años sigue siendo la principal referencia visual del perfil urbano. Todas las miradas convergen en él. Y luego van hacia las espigadas torres: la cercana del campanario del Duomo y la esbeltísima torre de piedra de ese campanario laico que crece sobre el macizo palacio Vecchio. Y luego las miradas descansan en las arcadas de los sucesivos puentes que cruzan el espejo fluido de las aguas del Arno.
Si algo tiene Florencia es medida, escala humana, belleza escanciada con sabia dosificación.Quizá ese sea su mayor encanto: que siendo tan bella no te grite al oído su belleza.

viernes, 10 de junio de 2011

Concha Ybarra: el momento suspendido

Recuerdo que en aquella ocasión Concha se sentía especialmente atraída por el bodegón y los altares profanos. Me enseñó algunas acuarelas y óleos sobre lino y quedé atrapado en su mundo interior, como envuelto en un aroma sutilmente afrutado. En seguida reparé en que era una pintora con un mundo interior propio, refinado y circunspecto. Todo en su obra me parecía equilibrado: la composición, el diálogo cromático, las proporciones de las cosas. Y le hice un texto. Me salió un poema que titulé En el minuto ensimismado. Corría el año 2003 y luego vendrían otras exposiciones de ella, igualmente elegantes, sencillas y metafísicas. Y viajes por España y el ancho mundo compartidos con amigos con similares intereses e inquietudes. Y conversaciones y clases de cerámica y cervezas en la calle. Y siempre me ha parecido ella misma, la Concha que conocí el primer día: afable, modesta, educada y generosa. Tengo algunas obras de ella en casa y debo confesar que verlas, contemplarlas de pronto en mitad de la tarde, cuando hago un alto en el trabajo con un té en la mano, me siguen produciendo el mismo goce estético, la misma alegría emocional que me produjeron la primera vez que me las enseñara. 



Es ahora, en el minuto ensimismado de la tarde,
cuando se revelan los secretos.
No todas las cosas son corrientes o materia.
Las miras tercamente y alcanzas su murmullo,
como una leve infiltración de calcio en el oído.
La taza, el vaso, la fruta en el frutero,
el pájaro en su rama, la luz en su espejeo.
No son de nadie, ocupan su misterio.
Tocadas por un orden bondadoso
que acepta su reflejo
se dejan ser miradas, se aquietan en silencio.




jueves, 9 de junio de 2011

Sobre la inutilidad de discutir

Las discusiones, especialmente con gente obtusa, son esfuerzos inútiles. Como decía Schopenhauer, la mayor parte de las veces de una controversia así lo único que sacaremos es una profunda irritación. Y añadía que, si lo hacemos, no solo debemos estar dispuestos a soportar la incapacidad intelectual del interlocutor sino, lo que es peor, su baja estofa moral que, tarde o temprano, saldrá a relucir a causa de su inasumido complejo de inferioridad. Incluso, a menudo, se da la paradoja de que el argumento tosco y cerril parece imponerse por culpa de la generalizada ignorancia de la audiencia. ¿Se acuerdan, por ejemplo, de los debates electorales con Zapatero? Ante un líder así al oponente más le valdría no salir a la palestra. Tendrá siempre las de perder.

miércoles, 8 de junio de 2011

Songbird: Fleetwood Mac in Sausalito


Podía haber elegido cualquier otra. Todas las canciones de Rumours me parecen redondas. Si he elegido Songbird es porque ahora me apetecía escuchar una balada romántica, es mi hora del té. De todos los discos de Fleetwood Mac buenos éste me parece el mejor. La prueba es que lo sigo escuchando sin saltarme ningún tema desde hace más de 25 años. Grabado en el 77 en Sausalito me evoca el estilo y los gustos de mi adolescencia inquieta y costera. La voz de Chirstine McVie me sigue resultando deliciosa y sugerente. Y eso que la letra no es especialmente poética sino más bien estereotipada. Pero ella la defiende de un modo que consigue hacer de la canción una experiencia emocionante.

ALBERT KAHN O CUANDO EL DINERO FLORECE

Cada vez que los cerezos del jardín japonés de Albert Kahn abren su flor y toda esa zona del parque comienza a temblar en una lluvia suspendida de copos de algodón, un milagro visual ocurre en los suburbios del suroeste de París.
Tengo en mi despacho, frente a mi mesa de trabajo, una bella foto apaisada que recoge ese momento. Y en ella refresco los ojos cuando de leer o escribir los siento turbios y cansados. Es como un colirio, el bálsamo ideal para un espíritu nostálgico de verde como el mío. Entre tanta nota blanca destaca, en medio, el arco violeta del puente de madera que salva el estanque. Ver esa imagen es sentirse lenta y suavemente acariciado en la nuca.
El jardín moderno es un exquisito diseño del paisajista Fumiaki Takano y compone, junto a la pequeña aldea levantada en 1898 por artesanos y jardineros llegados de Japón por la gracia de su emperador, la más delicada y perfecta pieza natural de inspiración oriental de toda la región parisina. Takano la concibió como una metáfora que homenajeara la vida y la figura del ideólogo y propietario del terreno, el banquero Albert kahn. A este potentado filántropo de origen judío le debemos todos aquellos que alguna vez nos hemos desplazado hasta la que fue su finca de Boulogne-Billancourt el regalo de unas horas inolvidables.
Aconsejo llegar temprano. A las once, cuando abre sus puertas, las cuatro hectáreas del parque están a tu entera disposición y si tienes la suerte de llegar en primavera los cedros, las hayas, los cerezos, rosales y azaleas te mostrarán radiantes sus más cumplidas formas bajo el suave sol parisino.
Pasear sin prisas y sin rumbo por los serpenteantes senderos y entre la floresta ecuménica de esta finca es un viaje ecológico desde el Japón milenario hasta la Europa dieciochesca (hay un jardín francés que, por desgracia, perdió sus dos invernaderos en la Gran Guerra y un parque inglés y, por tanto, más abierto) con parada sentimental en un pequeño bosque de los Vosgos, mandado diseñar por Kahn en memoria de su infancia.
Kahn era un idealista que creía en la utopía de la convivencia pacífica de los pueblos gracias a la comunicación y la cultura, quizá para compensar sus escrúpulos por el origen de su inmensa fortuna amasada a fuerza de especular con el precio de los diamantes que mandaba traer de las minas de Sudáfrica. Si eso fue así, de su mala conciencia nos hemos beneficiado todos. Desde su equipo de fotógrafos que viajó por todo el mundo consiguiendo hacer más de 72.000 fotografías pioneras del color y 180.000 metros de película entre 1909 y 1929 hasta un buen número de jóvenes estudiantes a los que becó para que pudieran viajar al extranjero y especializarse en disciplinas tan diversas como medicina, biología, arquitectura o música.
Su legado, que desde hace décadas pertenece al estado francés, se puede consultar en el Museo que lleva su nombre, en el nº 14 de la rue du Port, y la joya son Los Archivos del Planeta, posiblemente la colección de placas estereoscópicas y autocromas más amplia del mundo. Escenas de Vietnam, Mongolia, Japón, India, Brasil, Estados Unidos, Noruega, Inglaterra, Egipto o España. En nuestro país, por cierto, se fijaron en el exotismo de Granada y tomaron nota de su pintoresca arquitectura, sus paisajes y su paisanaje.

París brilla como siempre, soberbia e imponente. La he visitado muchas veces e incluso he pasado largas temporadas de mi juventud en ella, pero nunca había cogido la línea 10 del metro hasta Boulogne-Pont de St. Cloud. A partir de ahora, en cada nueva visita, volveré a hacerlo como se hacen los íntimos rituales electivos, por el simple gusto de sentirme un poco más feliz.