lunes, 29 de octubre de 2012

La balada de la yegua ausente

"La balada de la yegua ausente" es una de las canciones más hermosas jamás escrita por Leonard Cohen. Una canción que seguramente debió de ser escrita en una noche estrellada y rural allá por esa edad donde uno empieza a ver alejarse la juventud sin lograr todavía  distinguir la madurez.
No cuenta una historia al uso aunque en ella aparezcan un vaquero y su yegua. Una yegua que se ha ido a pastar sola y que es bastante más que una yegua. Y un vaquero que la cree perdida y la busca desesperadamente, y que es algo más que un jinete.

Es la inspirada composición de un amor místico desgranado lentamente a ritmo de dulcísima ranchera por un trovador en estado de gracia. Es un canto a la naturaleza, una celebración de la comunión del hombre con las bestias del campo donde el río y el pájaro y la hierba que crece y los grillos que en la noche cantan sin descanso asisten encantados a la divina alianza, al enlace sagrado de un vaquero, que no solo es un jinete, y su yegua, que trasciende el reino de lo animal.


Nota: siento de veras que aquellos que no sepan inglés no puedan disfrutar en toda su plenitud la canción. La versión castellana que conozco, aunque está bien cantada, es muy deficiente y no alcanza a traducir ni la mitad de la poesía que Leonard Cohen ha conseguido crear. Yo mismo he intentado traducirla y lo he hecho. Pero visto el resultado tampoco me atrevo a publicarlo porque reconozco que no he conseguido trasladar las sensaciones tan profundas y bellas que me llegan cuando la oigo en su lengua original.

sábado, 27 de octubre de 2012

Corrupciones Hermanas

¿Cómo se viviría en España sin la viscosa carga de la corrupción política o el asfixiante hábito del fraude fiscal? Eso mismo se acaban de preguntar en Italia algunos medios de comunicación y en las cifras que han ofrecido se halla la mejor respuesta. Tirando por lo tímido (léase Tribunal de Cuentas), unos sesenta mil millones de euros cuesta al honrado contribuyente italiano (es decir, todos los que no tienen más remedio) la impotencia del estado para hacer cumplir sus leyes.
En España, según los técnicos de Hacienda, en la bolsa de fraude caben unos ochenta mil millones (de euros, por supuesto). Y puede que siga llenándose con las nuevas subidas de impuestos. Aquí, como en Italia, defrauda hasta el más pintado (en este caso, léase algún miembro de nuevo cuño de la familia real) y quien no lo hace es, ay, porque tampoco puede.

No sé si servirá de algo que se aprueben leyes anticorrupción que impidan algo tan natural como que los políticos condenados por prácticas corruptas no puedan volver a presentarse a unas elecciones. En Italia han tenido que desalojar del poder a un anciano y empolvado delincuente de apellido Berlusconi para que alguien como Domenico Zambetti, arrestado por comprar votos a razón de 50€ la unidad a la mafia calabresa, no pueda volver a salir diputado. Y lo más curioso es que Berlusconi y su Pueblo de la Libertad fueron elegidos en su día como la salida más honorable para superar aquello que se llamó el caso Tangentópolis ("ciudad de las mordidas") que con epicentro en Milán sacudió todas las estructuras políticas de la nación hasta terminar en la disolución del parlamento en 1994 y la detención de un rosario de altos cargos de casi todos los partidos. ¿De qué sirvió entonces el movimiento Mane Pulite ("manos limpias")?
el diputado Viera
En España ni siquiera ha habido eso. Las manos (blancas) las hemos utilizado para denunciar la barbarie terrorista de ETA (que ahora se sienta y se siente a sus anchas en el parlamento) pero todavía no hemos empezado a utilizarlas para empujar a su casa (o a la cárcel) a los responsables políticos del fraude masivo de los Eres en Andalucía, por ejemplo.

martes, 23 de octubre de 2012

jueves, 18 de octubre de 2012

Algo salió mal


                                                                                                         
 ¿Se puede explicar la historia del arte moderno sin citar a Andy Warhol? Me temo que no. Y si no se puede explicar la historia del arte de nuestro tiempo sin citar a ese escaparatista que consiguió nada menos que precipitar “el fin del arte” a base de una dieta severa de sopas en lata y plátanos sin pelar es que algo salió mal.

martes, 16 de octubre de 2012

Émile Gallé o el mar como misterio

¿No es acaso mágico fundir arena y obtener vidrio? En realidad, todo aquello relacionado con las artes del vidrio tiene algo de hechizante, incluso feérico. Dar forma a una superficie y una materia tan dúctil, ambigua y delicada como el vidrio y hacerlo con las más refinadas técnicas de grabado al ácido o con buril (de influencia oriental) o moldeando el vidrio en caliente en una horma para luego añadirle distintos relieves es labor poética en la que cuesta distinguir lo vítreo de lo cerámico.
Alguien de sensibilidad tan aguda como Gallé, consumado maestro vidriero y experto conocedor de las tradiciones europea y japonesa, sólo tuvo que dirigir su mirada al mar para darse cuenta del ilimitado potencial inspirador del líquido y misterioso elemento. Nacido en la región interior de Lorena, el artista descubre el océano y sus costas cuando se alista como voluntario en Toulon en 1870. El encuentro lo maravilla y hasta bien cumplida la década siguiente decora sus creaciones vítreas y cerámicas con motivos acuáticos como puede observarse en su Modelo de escribanía en loza con decorado de fauna y flora acuáticas.
modelo de escribanía
Son estos años en los que Gallé percibe las íntimas correspondencias entre los misterios del mar y el vidrio y su arte empieza a experimentar una lenta y constante transición de lo decorativo a lo simbólico. Y para ello el vidrio se presta como la materia más capaz: maleable, fosforescente, traslúcido, opalino, de ambivalentes efectos de luz y sombra...
Por lo demás, se sabe que Gallé está al día en los estudios de Darwin y que en su biblioteca figura el libro de Haeckel Kunstformen del Natur, de inspiración darwinista y pionero del estudio de la vida submarina.
El tema del mar es así constitutivo de la obra de Gallé y en el brilla con luz rara y única "La mano con algas y conchas" (La main aux algues et aux coquillages). La pieza es a la vez hermosa e inquietante y sus fuentes iconográficas habrá que buscarlas tanto en el ámbito de las religiones budista como cristiana. El tema de la mano podemos hallarlo con frecuencia como metonimia sígnica en el culto budista en posturas como la wara-mudra o la abhaya-mudra (que simbolizan la caridad y la ausencia de miedo respectivamente) y, por supuesto, en nuestra tradición medieval de los brazos relicarios y exvotos de bronce de práctica tan extendida entre los barqueros del mundo grecorromano.

mano del musée d´Orsay
Esta mano misteriosa, realizada con técnica única en la obra de Gallé -modelado en caliente-, debemos interpretarla según el ascendiente de sus circunstancias íntimas, las de un hombre gravemente enfermo que se sabe condenado. Y así, las preguntas que ella nos plantea no pueden quedar si no sin respuesta concluyente: ¿sale esa mano envuelta en caracolas, lapas, abulones, algas y equinodermos del mar o, por el contrario, se hunde lentamente entre las sombras? ¿Es, pues, un símbolo de nacimiento o más bien de muerte?
Seguramente es esta dualidad enigmática entre la vida y el ocaso la que dota a esta obra excepcional de un poder de fascinación que no se agota ni se agotará en el futuro.

Nota: existen dos ejemplares de La mano con algas y conchas. Uno, se presentó en 1904 en la Exposición de Artes Decorativas de Nancy y hasta que entró en las colecciones del musée d´Orsay en 1990 se mantuvo en poder de la familia de Gallé. El otro, lo adquirió el musée de l´Ecole de Nancy en 1971. Las dos manos se distinguen notablemente, pero en ambas la palma aparece abierta y con los dedos hacia arriba enredados entre algas y conchas.
mano del musée de Nancy

viernes, 12 de octubre de 2012

Cuando el Arte se engasta en la Naturaleza (una visita al Kröller-Müller)



(una visita al Kröller-Müller)


La felicidad que sentí al cruzar en bicicleta los bosques de coníferas y arenales del parque de Hoge Veluwe, en la zona central de Holanda, un día del pasado mes de agosto todavía vibra en mi recuerdo y hace que mi deseo de fundirme con la naturaleza y el arte se vigorice con más razón si cabe.

entrada al parque
La mañana se había levantado de un azul intenso y la lluvia del día anterior había dejado el aire limpio y transparente, con esa nitidez de perfiles que sólo en los climas del norte se percibe tan cumplidamente. Primero cogimos un tren hasta Apeldoorn y desde su estación, un autobús que nos dejó a las puertas del parque natural, muy cerca de la pequeña ciudad de Otterlo. El viaje desde Amsterdam con las pequeñas dificultades de horarios, enlaces y consultas acrecentaba aun más nuestro interés y le daba un aire de aventura a la jornada.


Para mí el motivo principal de la excursión era, sin duda, el museo Kröller-Müller, uno de mis lugares míticos del arte, pero todavía no podía imaginar cuán emocionante iba a ser el continente que envolvía el contenido. Una vez franqueada la entrada y pagados los 14€ que te dan derecho a visitar museo y parque uno entra en una especie de lugar encantado donde todo transcurre más lento, desde la velocidad de los coches que se cruzan contigo hasta el mecimiento de las hojas en las arboledas. Más de mil quinientas bicicletas blancas se ofrecen para que puedas recorrer a tu aire los cincuenta y cuatro kilómetros cuadrados del parque por estrechas carreteras y senderos desde los que, si tienes suerte y llegas en los meses oportunos, puedes toparte con ciervos, corzos, muflones o jabalíes. Nosotros llegamos a mediodía y a esas horas es difícil atisbar alguno, aún así tuvimos la fortuna de encontrarnos con un zorro de pelaje rojizo como el fuego que sobre un tocón del bosque nos observaba con cautela desde mucho antes de que reparáramos en él.  No hace falta decir que todo el trayecto lo hacíamos pedaleando con una sonrisa en el rostro y una leve excitación en el ánimo.

pabellón caza s. hubertus
Yo había leído algo acerca de un pabellón de caza que el señor Anton Kröller, un rico hombre de negocios muy aficionado a abatir venados, había encargado construir en 1914 al probablemente más afamado arquitecto holandés de la época, H. P. Berlage, y tenía gran interés en verlo. Lo que  aún no sabía es que ese pabellón de caza pudiera tener las trazas de una fortaleza de aire candorosamente megalómano, como si de una potente aparición pétrea en plena naturaleza se tratara. Y, en verdad, algo de eso había. Por lo visto, Berlage concibió todo su proyecto arquitectónico según el relato de la conocida leyenda de San Huberto, un joven cazador furtivo que con el tiempo llegaría a convertirse en obispo de Lieja y Maastricht. Persiguiendo a un ciervo, el joven Huberto sufrió una visión divina en la que contempló una enorme y luminosa cruz dispuesta entre los cuernos del animal; se acercó a él y después de librarlo de la cruz y cargarla a sus espaldas decidió retirarse a un monasterio y purgar todos sus pecados. Así, la planta del edificio de Berlage representa los cuernos del ciervo y la espigada torre, la cruz sobre su testa. Como programa constructivo para un cazador con conciencia ecológica, que si bien añadía cada vez más hectáreas para satisfacer su afición cinegética también preservaba esos terrenos del afán predatorio del desarrollismo industrial, no parece demasiado descaminado. Lo cierto es que el conjunto funciona y cuando llegas a él y lo contemplas desde la orilla del gran estanque repleto de nenúfares la sensación visual tiene algo de mística aparición. En su tiempo Berlage era considerado un arquitecto moderno, adscrito a la Nueva Objetividad, y el interior del edificio, creación también suya, está repleto de novedades técnicas como calefacción central, sistema centralizado de aspiración, elevadores eléctricos o ventanas aislantes.
Recuerdo que hicimos un descanso en un banco frente al estanque y me llamó la atención el cuidado con que un buen número de jardineros reponían y podaban los setos y macizos de flores de los jardines y cultivaban las huertecillas que flanqueaban el enorme pabellón.

museo Kröller Müller, 

Y por fin llegamos al museo, a los dominios de la señora Helene Müller, una enamorada de la obra de Van Gogh, que llegó a atesorar la colección privada de arte más grande de su tiempo en Europa. Mujer de carácter y con una visión social de su papel como coleccionista –“yo no colecciono pensando en poseer para mi presente, siempre he pensado que mi colección tiene que tener una proyección en el futuro, en el sentido de hasta dónde son capaces las obras de resistir el examen del futuro” escribió en 1912- para prevenir el desmembramiento de su legado artístico cuando la crisis económica de finales de los veinte empezó a golpear su patrimonio familiar creó la Kröller-Müller Foundation en 1928. A ella se vino a sumar la Hoge Veluwe National Park Foundation siete años más tarde y ambas fueron vendidas al estado holandés con la condición de que éste levantara un museo que debería ser diseñado por el arquitecto belga Henry van de Velde que terminó de construirlo en 1938, apenas unos meses antes de la muerte de la señora Müller que, al menos, se fue con el consuelo de ver cumplida su misión.
Entrar en el alargado y discreto racionalismo espacial de van de Velde, perfectamente integrado en el entorno natural, y empezar a contemplar decenas de telas y dibujos de Van Gogh, algunos de ellos tan universales como “los comedores de patatas”, “el sembrador” o “terraza de café de noche”, exquisitos retratos y bodegones de Fantin Latour, una de las más fascinantes composiciones de Seurat como es “la chahut”, súmmum del cartel caricaturesco, emblemáticos paisajes de Cézanne y Monet o el elegantísimo payaso con violín de Renoir o el tierno cíclope de Odilon Redon y tantos Picasso y Juan Gris y Mondrian  es una experiencia realmente alucinatoria, un escape del mundo real, una inmersión total en una dimensión desconocida que tanto debe a la perfecta armonía entre arte y naturaleza.
jardín, a. maillol
 Y como último regalo para los sentidos, ya devueltos al aire libre, el maravilloso jardín de las esculturas en el que se puede hacer uno de los paseos mejor acompañados de Europa. Deambular entre las sombras de un bosque salpicado de obras de Rodin, Maillol, Moore, Serra, Dubuffet, Barbara Hepworth, Arp, Oldenburg, Carl André y un abrumador etcétera y, además, poder tocarlas, acariciarlas y hasta jugar en ellas como ocurre con el Jardin d´hiver de Dubuffet es un lujo que ya no se puede disfrutar casi en ningún rincón del mundo civilizado.
Aunque sólo fuera porque existe este lugar mágico y milagroso en Holanda ya merecería la pena un viaje a este país. Yo, sueño con volver.
jardín esculturas Kröller Müller








es

lunes, 1 de octubre de 2012

Edad Media versus Renacimiento

Dice Fulcanelli (seudónimo que sigue escondiendo la figura o conjunto de figuras mejor guardadas del siglo XX) que a partir del siglo XVI "arquitectos, pintores y escultores, eligiendo su propia gloria en vez de la del arte, acudieron a los modelos de la Antigüedad ya desfigurados en Italia. Los constructores de la Edad Media habían heredado la fe y la modestia. Artífices anónimos de verdaderas obras maestras, edificaron para la Verdad, para la afirmación de su ideal (...) Sin embargo, los del Renacimiento, obsesionados sobre todo por dejar huella de su personalidad, celosos de su valor, edificaron para perpetuar sus nombres. La Edad Media debió su esplendor a la originalidad de sus creaciones; el Renacimiento debió su fama a la fidelidad servil de sus copias. Allí, una idea, acá, una moda. De un lado, el genio; del otro, el talento.
En la obra gótica, la hechura permanece sometida a la Idea; en la obra renacentista, la domina y la anula. La primera habla al corazón, al cerebro, al alma: es el triunfo del espíritu. La otra se dirige a los sentidos: es la glorificación de la materia. Del siglo XII al XV, no se deja de observar una evidente pobreza de medios, pero brilla una espléndida riqueza de expresión; a partir del XVI, prima la belleza plástica sobre la creatividad (...) El antagonismo de estos dos períodos, nacidos de conceptos opuestos, explica el desprecio del Renacimiento y su profunda repugnancia por todo lo gótico".

Quizá el choque de sensibilidades quede expuesto de forma harto maniquea (aunque bella en lo literario), pero, sin duda, nos enfrenta a cuestiones muy profundas y trascendentes en lo cultural y en lo ideológico que todavía hoy siguen sin encontrar su justo acomodo en la manera de interpretar la historia de la Estética en el arte moderno occidental.