Al principio era solo el viento. Su
torvo silbido no auguraba nada bueno. Al poco, se desató por el cielo una
tempestad de negruras y funestos ruidos. Por la ciudad empezaron a correr
temores antiguos y se oían gritos que anunciaban la llegada de Armagedón y el
final del gobierno de los hombres.
A lo lejos se cernían nubes más
negras que las alas del cuervo; toda la ciudad palidecía y un temblor lento y
profundo comenzó a agrietar las piedras. Las verdes colinas que rodean Toledo
tomaban el color de los espectros y parecían ahora querer ahogar al río hasta
dejarlo seco. La hierba y los árboles ya no oponían resistencia, se dejaban
llevar por el miedo.
Se aproximaba el final y el pintor
pintó el terrible minuto del silencio, ese en que todo el mundo sabe que la
ciudad no resistirá y perecerá con ellos.
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Vista de Toledo, El Greco, c 1600 |
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