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Broadway Boogie Woogie, 1942 |
Es evidente que a Piet Mondrian le
sentó bien Nueva York. Digamos que la bulliciosa cuadrícula de la gran manzana
, con sus ritmos sincopados y sus centelleantes luces, animó lo suyo el
hierático y teosófico formalismo del holandés. El Jazz le hizo más simpático si
cabe y terminó por disolver los restos más pesados de la herencia calvinista
europea.
Resulta ciertamente difícil
imaginarnos al frío y austero mondrian improvisando unas cuantas contorsiones
en la pista de baile al ritmo de una agitada banda de jazz pero, a decir de los
que lo conocieron, a los sesenta y tantos años de edad el viejo Mondrian cayó
rendido a los encantos de esa música de negros que no se cansaba de bailar.
“Broadway Boogie Woogie” (de un año
antes de su muerte en Nueva York) es la prueba de que la energía de la gran
ciudad americana, vital, ruidosa, moderna e imperfecta, sumada al espíritu
alegre y deshinbido del jazz logran hacer que un cuadro de Mondrian nos resulte
hasta sexy.
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