Antes de convertirse
en el más radical de los modernos arquitectos de su tiempo Adolf Loos pasó
buena parte de sus años de formación en los Estados Unidos, en Chicago y otras
ciudades del norte, de donde quizá trajo consigo su conocida aversión por el
detalle decorativo. Se sabe que lo que más admiraba de ese país era su
fontanería y la eficiente funcionalidad de sus puentes. De vuelta a Austria
pasó por un leve sarampión secesionista para terminar abrazando la fe en una
especie de ascetismo moderno, en su rama más extremista.
Como consumado
polemista arremetió en un artículo que sentó cátedra, algo anterior a la
construcción de esta casa y titulado “Ornamento y delito”, contra la tendencia
al ornamento aduciendo que era la prueba de una cultura enferma. “He encontrado
la siguiente sentencia y se la ofrezco al mundo: la evolución de la
civilización es proporcional a la desaparición del ornamento en los objetos de
uso cotidiano” afirmaba, y para demostrarla utilizaba ejemplos pintorescos y
perfectamente ridículos que ahora no tenemos tiempo de repetir.
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Fachada del jardín trasero |
No obstante, y como lo
demuestra también esta villa privada (encargo de la pintora Lilly Steiner),
Loos practicaba una filosofía arquitectónica que adolecía de una cierta esquizofrenia
gramatical: por un lado (digamos que moderno) ofrecía fachadas lisas, más o
menos simétricas y libres de todo adorno (en este caso, no del todo), pero por
otro (digamos que más clásico) hacía del diseño de los interiores y de su
equipamiento un santuario del confort burgués hasta rayar en la opulencia. Esta
paradoja la justificaba arguyendo la doble dimensión, social y privada, de la
vivienda unifamiliar: si la parte exterior debe permanecer muda porque
pertenece a la ciudad y, por tanto, no tiene derecho a distinguirse de las
construcciones vecinas, en cambio el interior, al ser de dominio privado, puede
permitirse el lujo de tener voz propia y reflejar el gusto del propietario.
Desde el punto de
vista externo, lo más reseñable de la Casa Steiner está en la ambivalente
solución que el arquitecto ofrece para las dos fachadas, la de la calle y la
del jardín trasero. Por normativa legal en esa zona de Viena las casas no
podían superar más de una planta frente a la calle, así que Loos idea la estrategia
del techo semicircular envuelto en chapa que al levantar tan alto el arco
permite tres plantas en la fachada opuesta, simétrica y severa que da al jardín
de atrás. Sin embargo, como ya hemos señalado, no existe una correspondencia
entre el interior y el exterior. Respetando su propia teoría del “Raumplan” el
eje central del interior de la casa es la gran sala de estar alrededor de la
cual se van organizando las diferentes estancias como si trazasen una espiral.
Por medio del “Raumplan” Loos jerarquiza los diferentes espacios de la vivienda
tanto en planta como en altura o localización, y así los dormitorios, por
ejemplo, además de ser más pequeños y más bajos quedarán dispuestos en la
primera y segunda plantas. La importancia del estudio de la pintora queda, por
otra parte, subrayada por el gran ventanal del volumen saliente en el centro
del tejado curvo.
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Interior de la sala de estar |
En fin, personaje
contradictorio, polémico y brillante, sin casas como esta (o la Rufer o la
Müller) no se podrán entender los futuros diseños domésticos de Gropius y, en
especial, de Le Corbusier, dos de los arquitectos más icónicos del siglo
XX.
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