viernes, 31 de agosto de 2012

Cercados por el Mal Gusto

¿Por qué el Poder tiene, por lo común, tan mal gusto? Porque obsesionado por el esplendor y la pompa, reformula por tierra, mar y aire, las construcciones y monumentos de la romana Roma, sin reparar en las verdaderas dimensiones y necesidades de sus actuales imperios.

¿Por qué el pueblo tiene, por lo común, tan mal gusto? Porque obligado a hacer de la necesidad, virtud, extrapola su domus, su doméstico dominio, a todo aquello que le rodea hasta conseguir hacer de la calle, el barrio o el parque una prolongación de su salita de estar. Así es como primero impulsa y luego refrenda a sus respectivos regidores (en eso también la democracia resulta muy útil) para que, por ejemplo, un parque se convierta en zona verde o una plaza en área de recreo infantil.
Y ¿por qué tienen, por lo común, los artistas dedicados al arte público tan mal gusto? Aquí las razones son varias aunque pueden resumirse en dos: los más ingenuos (que acostumbran a ser, asimismo, los más torpes) por querer complacer o bien al mecenas con dinero público o bien directamente al público (esa buena gente del pueblo). Y los más intrépidos, por pretender, sobre todo, dejar su huella original e imborrable en el suelo, sin recordar que no hay más origen que la voz de la tierra.

jueves, 30 de agosto de 2012

Degas, el dibujo que danza

Hay libros que una vez leídos te abastecen de razones que confirman tu destino, tu vocación en la vida. Libros que llegan para darte una alegría, para apoyarte y garantizar que no te has equivocado en aquello que consideras más esencial. Esto es lo que me ha ocurrido con Degas Danza Dibujo, el libro en el que Paul Valéry elucubra con maravillosa agudeza poética sobre el arte, el carácter y la técnica del "dibujante más inteligente, más reflexivo, más exigente y más empecinado del mundo", Edgar Degas.

Valéry cuenta con la ventaja insuperable de haber intimado durante años con el pintor y de haber podido frecuentar los círculos artísticos del París de finales del XIX y principios del XX, una ciudad en la que uno todavía podía cruzarse con Renoir, Monet, Cézanne, Morisot, Rouart, Mallarmé, los Goncourt o Zola, además de Degas, naturalmente.
El libro es un refinado manjar para todo aquel que sepa degustar las intuiciones geniales, el gran estilo elegante y lapidario y los intercambios entre las distintas artes. De los numerosos libros que sobre Degas he leído, éste -que ni mucho menos se centra sólo en el personaje- es el que con más emoción e inteligencia me ha acercado al artista, a ese artista que no tuvo inconveniente en exclamar una vez en público delante de algunos colegas: "La pintura no es muy difícil que digamos cuando no se sabe pintar... Pero cuando se sabe... ¡uy!... entonces...¡La cosa cambia!".

martes, 28 de agosto de 2012

Arte de saber mirar




Aquellos que hemos dedicado mucho tiempo y grandes esfuerzos a aprender a mirar un cuadro sabemos que saber mirar nos lleva irremediablemente a olvidar los nombres de las cosas que vemos.

lunes, 27 de agosto de 2012

El fresco de Cecilia


EL FRESCO DE CECILIA

Cecilia Giménez tiene una pena muy grande porque ella no es ninguna fresca y “¡el cura lo sabía!”.
Su corazón de ochentaiún años no está para que los reporteros de Ana Rosa y las televisiones de medio mundo anden jugando al pilla-pilla con ella por las calles de Borja con la aviesa intención de interrogarla sobre sus habilidades artísticas y destrezas manuales.


Enfrascada en su fresco ella hizo lo que pudo con una obra de escaso valor artístico que la iglesia dejó que la humedad se la tragara lentamente con el paso de los años. “Hay que ver todo lo que se ha formado” pensará la buena de la conservadora vocacional, “¡ni que Elías García fuera Miguel Ángel!

¿Qué culpa tiene ella si no le dejaron terminar su cirugía? Y es que en realidad lo de Cecilia Giménez nunca ha sido la restauración. Eso es algo que deja para los técnicos. Ella, como devota creyente de acreditado currículum, apuntó siempre más alto y cuando al fin iba a lograr, después de toda una vida, la genial transmutación de un Cristo en Paquirrín, viene un vecino quisquilloso y acusica y monta el cirio.

La gente es ingrata y el espectador anda ávido de chanzas y este verano, sin una sola alegría que llevarse a las vísceras, la han tomado con la pobre de Cecilia que, como mínimo, tiene el mérito de haber conseguido que millones de personas conozcan a un oscuro pintor del XIX, hablen de arte y opinen sobre restauraciones artísticas y, de paso, unos cuantos cientos entren de nuevo en una iglesia, aunque solo sea para comprobar que, en efecto, la vida imita al arte.