martes, 12 de abril de 2011

Pintores del XX: Derain

Cuando el fauvismo era el último juguete de las fieras, Derain se encerró en la jaula a jugar con ellas. Luego, conoció a Picasso y le ofreció de balde el rico yacimiento de la primitiva talla africana que el malagueño explotó a su antojo ya desde las mismas Señoritas de Avinyó. Una vez pudo salir de "la más colosal, sanguinaria y mal planteada carnicería que en el mundo había habido", según opinión de Hemingway sobre la Gran Guerra, su alma y su obra se vieron obligadas a rehacerse por completo y buscaron acomodo y consuelo en el ejercicio de una nueva clasicidad que pudiera ofrecer algunas pocas certezas. Esta vuelta al orden hizo de aquel joven enfebrecido por el color, un hombre melancólico y un punto descreído.
Sus retratos y desnudos rezuman introversión y casi nunca miran de frente quizá porque enfrente no hay nada interesante que mirar. Miradas que jamás se fijan en quien las contempla, esquinadas o absortas, parecen fuera de este mundo. Bodegones que son lecciones de austeridad, paisajes tan bellos como amargos. Es imposible, una vez vistos, librarse de ellos.

La sombra ancha y oscura de Derain, después de cincuenta años bajo tierra, todavía nos alcanza y nos refresca.

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