martes, 26 de abril de 2011

Sevilla Cairota

Aquellos que aún confían en que el progreso de la historia nos hará mejores y más libres deberían leer a Spengler. Para el filósofo alemán todo lo que existe en el tiempo tiene un principio, un desarrollo y un final; como  los animales y las plantas, sin más fin que expresar su respectivo momento. Olvidémonos, pues, de la épica del progreso y fijémonos, por ejemplo, en Sevilla, donde aunque sus oligarcas no quieran verlo, también se ejecuta el ciclo spengleriano. La ciudad, como cualquier otro organismo vivo, es empujada por el tiempo y en su obligado progreso expresa su momento, que en el caso de Sevilla es obstinadamente cairota. Los que hayan estado alguna vez en El Cairo lo habrán pillado a la primera, a los que aún no, les explico.
Quizá porque, al igual que les ocurre a los cairotas, los sevillanos de todas las épocas suelen pensar que la Creación tuvo lugar en su ciudad, son tan desconfiados de todo estímulo exterior que les pueda desequilibrar su muy subvencionado subdesarrollo. La población sevillana, como la cairota, aplastada por el peso de un pasado espléndido, vive su presente imperfecto con una resignación casi bovina que le tapona cualquier reacción positiva ante desgracias cotidianas como su incívico y bochinchero tráfico para el que ya ni los semáforos significan nada o su hipertrofiada y jaranera clase funcionarial que cuando no está de feria o romería anda con el capirote puesto o está desayunando.
En fin, largo momento cairota de una ciudad que, como la del Nilo, ha hecho de la picaresca diaria un arte que no se sabe dónde tiene la gracia. Pero El Cairo encontró, no hace nada, otros usos para su gran plaza Tahrir. ¿Se atreverá el sevillano a usar, por ejemplo, su flamante plaza de la Encarnación para otros usos que no sea subirse a la azotea para ver, de nuevo, qué bien parece La Giralda?

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