miércoles, 14 de marzo de 2012

Lo que le debo a Facundo Cabral

Acabo de enterarme de que Facundo Cabral murió asesinado, lo confieso. Por entonces estaba yo en otro país de vacaciones y desconectado de la tele. Aun así mi despiste me ha lastimado y no solo por el tiempo transcurrido -unos ocho meses- sino sobre todo por las circunstancias bien dramáticas de su crimen. Han sido, por tanto, ocho meses en los que he vivido ajeno por completo al drama e inconsciente del destierro definitivo del cantante de este mundo.


Facundo Cabral fue en mi adolescencia de estudiante una compañía frecuentada con asiduidad. Lo conocí en casa, gracias a los discos de mi padre y luego lo busqué por tiendas de mi ciudad y de otras ciudades más lejanas. A él le debo, en buena parte, mi inclinación por las letras y hasta mi vocación de escritor nada menos. Recuerdo como si fuera ayer, la primera vez que oí Pobrecito mi patrón y lo que sentí cuando de pronto me asaltaron sus versos "Juan Comodoro buscando agua encontró petróleo, pero se murió de sed". Toda la canción es un repertorio de proverbios memorables pero éste fue un destello, un latigazo en el cerebro, una descarga eléctrica en la piel que despertó en mí las ganas de escribir un cuento (y todavía recuerdo el esfuerzo) que a pesar de su bisoñez y, estoy seguro, de su ingenuo moralismo llegó a ganar el primer premio de un concurso literario que los padres jesuitas instituyeron en el colegio ad maiorem Dei gloriam y, de paso, de sus más inquietos alumnos. Si a alguien le debo aquel premio primerizo y lejano es también a Facundo Cabral.
Después de tantos años la canción me sigue gustando casi tanto como la primera vez. Y no solo ella sino No soy de aquí ni soy de allá, Cuando un amigo se va, Luna Tucumana, Dios va contigo a todas partes y tantas otras...
Cabral era un trovador, un eterno vagabundo librepensador y poeta de sangre. Para mí será siempre el joven rebelde de ojos picassianos y barba bíblica, el indio gasparino, el amigo de las madres de mayo y el enemigo de Videla.
El narcotráfico lo mató y que estuviera sentado en el asiento equivocado junto al amigo inadecuado es, en esto, lo de menos. Al parecer sus asesinos no iban a por él pero él estaba allí. Y los sicarios de Palidejo (uno más de los muchos narcotraficantes que salpican de oro y sangre el continente americano) repartieron fuego sin mirar. Ahora Palidejo está en Guatemala esperando a que lo juzguen, cuando en realidad está esperando a escaparse de la cárcel.
Cabral tenía 74 años y una vida brillantemente justificada; Palidejo tiene 38 y ningún mérito para seguir disfrutando de la suya.

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