jueves, 31 de marzo de 2011

¡o tempora, o mores!

Ya lo dijo Oscar Wilde en célebre aserto: “la moderación es algo fatal. Nada tiene más éxito que el exceso”. Wilde, que ha logrado pasar a la posteridad como un maestro del aforismo (aunque por debajo de muchos de ellos asome la patita peluda del lugar común ingenioso y un poco indiferente a la verdad), incluso decidió vivirlo en carne propia, con los desastrosos resultados por todos conocidos. Un exceso de estética le condujo al decadentismo y la dilución. Sin embargo, no lo olviden, Wilde, antes de eso, fue una celebridad...
Por edad llegó a coincidir con el arranque de diferentes movimientos artísticos que ya apuntaban maneras. El principal, el Art Nouveau, lo compartió plenamente con sus semejantes, y en tal sentido todavía recordamos sus colaboraciones con el ilustrador Aubrey V. Beardsley, uno de los más conspicuos representantes del Modern Style. ¿Y qué fue el Art Nouveau si no un arte de la desmesura, una respuesta excesiva, profilácticamente excesiva, contra el culto victoriano por el pasado? Una catarata de curvas excéntricas y seductoras invadió los teatros, comercios y salones domésticos materializándose en mesas, sillas, jarrones, lámparas, vajillas, chimeneas, joyas, rejas, puertas y ventanas. Un exceso que terminó teniendo tanto éxito social que todo aquel que pudo permitírselo se apuntó.
Luego vendrían otros que el pobre Wilde no pudo llegar a ver, pero que seguramente presintió: James Joyce y su epígono Beckett (dublineses como él) renovaron las formas de la novela y el drama con no pocos excesos estilísticos; los fauves Matisse, Derain y compañía enfatizaron hasta la exaltación el color puro y la simplificación de las formas. No llegaron a abandonar todavía la figuración pero abonaron el camino para la abstracción. Y no me dirán que Matisse no ha tenido éxito. Dirán, no obstante, que Derain menos, pero si esto es así fue porque enseguida se corrigió y adoptó luego una postura más moderada que mantuvo el resto de su vida. Lo que, como ya se habrán dado cuenta, vendría a probar de nuevo el acierto del aserto de Wilde.
Y es que los artistas excesivos siempre han encantado: Van Gogh, Kandinsky, Mondrian, Picasso, Pollock o Dalí. Cada uno, naturalmente en su especialidad, siguen batiendo records en las subastas.
Si reparan un momento en el éxito universal, por ejemplo, de Kafka (un escritor de apenas tres novelas) convendrán en que radica principalmente en su capacidad proverbial para llevar a sus protagonistas a situaciones que alcanzan el trastorno. Kafka encarna como nadie la pesadilla alucinante que ha tenido que vivir el hombre del siglo XX, es decir,en él todos nos damos por aludidos. Y eso que sólo vivió hasta 1924, con lo que se evitó los excesos terroríficos de los pogromos nazis y comunistas. ¿Y no fueron acaso Hitler y Stalin dos luciferinos excesos políticos? El primero, conviene no olvidarlo, arrasó en unas elecciones libres y las masas populares lo adoraron demasiado tiempo. Del éxito del segundo todavía hoy tenemos que seguir sufriendo regímenes tan atroces como los de Cuba o Corea del Norte.
La democracia, por desgracia, tampoco se libra del éxito de los líderes excesivos. Sin necesidad de salir al extranjero, Zapatero. La suma de populismo y demagogia (dos excesos políticamente muy productivos entre una masa electora corrompida a conciencia) es definitiva para alcanzar el poder. Sólo que el populismo y la demagogia tienen un ligero defecto: terminan por dejar la hucha vacía. Pero para cuando te das cuenta, ya te han sableado.
Nos hemos acostumbrado a convivir tan ricamente con el exceso en nuestra cotidianidad que ya no sólo no sorprende sino que ni siquiera nos damos cuenta de él. A los más ingenuos o benditos incluso les encanta. ¡Cómo si no explicarse el éxito urbi et orbe de documentalistas como Michael Moore o modistos como Jean Paul Gaultier! Por no salir del mundo de la farándula ¿qué me dicen del éxito de especuladores artísticos del tipo Jeff Koons o Damien Hirst? ¿No se basa su éxito en la astuta administración de un exceso de polémica? Si ésta alcanza las proporciones de un escándalo, mejor que mejor: negocio cerrado.
Oscar Wilde, un hijo aventajado del siglo XIX, anticipó con esclarecimiento el siglo XX y lo dejo sentenciado como nadie. Observen que no dijo “prestigio” sino “éxito”. Repito: “La moderación es algo fatal. Nada tiene más éxito que el exceso”.

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