Max Bill, Fundación Juan March, 2015 |
“Diseñar de la
cuchara a la ciudad” fue un ambicioso programa técnico-artístico con vocación
de totalidad que probablemente Max Bill encarnó mejor que ningún otro artista
de su tiempo. Estamos hablando, naturalmente, de una época concreta (los años
que siguieron a la Segunda Guerra Mundial) y de un lugar determinado (la
Alemania arrasada que encuentra en el Plan Marshall la vía obligada para su
imperiosa reconstrucción).
Las ideas de
Bill parten de que en el mare mágnum
de productos industriales de diseño de una sociedad cada vez más tecnologizada
es posible encontrar un sistema que aporte orden y coherencia a un supuesto corpus resultante de actividades y
conocimientos. Sistema que, por lo demás, vendría a restablecer los vínculos
entre el arte y el diseño, por un lado, y la ciencia y la tecnología por otro.
Así, el “arte concreto” y las teorías de la “buena forma” habría que
entenderlos como la respuesta “racional” tanto al informalismo europeo en boga
como al expresionismo abstracto norteamericano. “Arte concreto”, pues, como la
piedra filosofal de Bill, sobre la que edificó toda su producción artística,
así como la que guió el ideario de su influyente escuela, la Hochshule für Gestaltung de Ulm.
Max Bill en la Escuela de Ulm |
Todo esto, aun
siendo bien sabido, viene a cuento, como preámbulo, por la exposición que estos
días la Fundación Juan March de Madrid le dedica a la obra de Max Bill. El
campo de trabajo de Bill fue vastísimo, incursionando en la pintura, la
escultura, la publicidad o la arquitectura, sin olvidar su conocida labor como
diseñador gráfico e industrial (recuérdense, a este respecto, sus famosos
relojes para la firma Junghans). Pero
yo quisiera referirme ahora brevemente a su faceta de escultor y, dentro de
ella, a algunas de sus más características esculturas. Hablo de las sucesivas
versiones de “Endless Ribbon” (Cinta
sin Fin), que comenzaron en los primeros años treinta, y de sus variaciones
posteriores, las “Endless Twists” de
la década de los cincuenta. Ambas series
lo primero que ponen de manifiesto es la voluntad de tratar la cuestión formal
desde el rigor matemático. Lo que venía a amalgamar dos de las principales
pasiones intelectuales del artista: la reflexión sobre lo que él entendía como
la “buena forma” y el estudio sistemático de las matemáticas aplicadas al
espacio.
Desde muy
joven (la primera “Endless Ribbon” la
realizó con apenas 26 años) Max Bill se sintió atraído por lo que él definió
como “la pura expresión de dimensiones y leyes armónicas del arte”, de clara
inspiración matemática, y así se impuso trasladar al ejercicio de las artes
plásticas principios metodológicos matemáticos, en concreto de la topología. En
esto, sin embargo, no se distinguía demasiado de colegas como Theo van Doesburg
o del propio Gropius, profesor suyo en la Bauhaus. Lo que de verdad singulariza
de forma notable a Bill es que, aun reconociéndose como un artista lógico,
quiso incluir la belleza como uno más de los requisitos que todo objeto
artístico debía cumplir. No se trata, por tanto, de aplicar los procedimientos
matemáticos a las artes plásticas sin más, sino, antes bien, de producir “cosas
bellas” con el mismo grado de especificidad y rigor metodológico con que se
resuelve un problema lógico. Y aquí es donde aparece Möbius, matemático alemán
del siglo XIX, descubridor de la famosa cinta, una superficie no orientable de
una sola cara y un solo borde que, a buen seguro, inspiró a Bill sus esculturas
continuas, las sugestivas Endless Ribbons.
Cinta de Möbius |
Endless Twist, Max Bill, 1953. |
Y aunque el
propio Bill ha contado el origen de su conocida pieza como consecuencia de un
encargo privado[i],
lo que está fuera de toda duda es que sus esculturas (pero también toda su
pintura) parten de un riguroso estudio de la geometría como mecanismo a través
del cual poder aprender a visualizar las relaciones e interacciones de los
objetos en el espacio.
El juego de
esas relaciones es, por tanto, lo que importa en su obra, un juego que se
constituye en torno a un concepto clave: el de “continuidad” de la experiencia
estética. La idea de “continuidad” implica una doble dirección: de un lado,
implica una conexión en la separación y, del otro, un cierto movimiento dentro
de un orden inamovible. Esta doble dicotomía será precisamente la que una pieza
como “Endless Ribbon” logre
sintetizar felizmente como forma hasta llegar a convertirse en el perfecto
emblema de su teoría de la “buena forma”, que no es otra cosa que una forma
coherente tanto en lo “visible” como en lo “comprensible”.
[i]
Encargo que consistió en diseñar una escultura que aumentara el atractivo
visual de una moderna chimenea eléctrica de una casa de estética vanguardista.
Bill asegura que cuando ideó la escultura en cuestión no tenía en mente ni el
símbolo egipcio para el concepto de infinito ni tampoco la famosa cinta de
Möbius.
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