miércoles, 11 de noviembre de 2015

Max Bill y la Cinta de Möbius


Max Bill, Fundación Juan March, 2015



“Diseñar de la cuchara a la ciudad” fue un ambicioso programa técnico-artístico con vocación de totalidad que probablemente Max Bill encarnó mejor que ningún otro artista de su tiempo. Estamos hablando, naturalmente, de una época concreta (los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial) y de un lugar determinado (la Alemania arrasada que encuentra en el Plan Marshall la vía obligada para su imperiosa reconstrucción).
Las ideas de Bill parten de que en el mare mágnum de productos industriales de diseño de una sociedad cada vez más tecnologizada es posible encontrar un sistema que aporte orden y coherencia a un supuesto corpus resultante de actividades y conocimientos. Sistema que, por lo demás, vendría a restablecer los vínculos entre el arte y el diseño, por un lado, y la ciencia y la tecnología por otro. Así, el “arte concreto” y las teorías de la “buena forma” habría que entenderlos como la respuesta “racional” tanto al informalismo europeo en boga como al expresionismo abstracto norteamericano. “Arte concreto”, pues, como la piedra filosofal de Bill, sobre la que edificó toda su producción artística, así como la que guió el ideario de su influyente escuela, la Hochshule für Gestaltung de Ulm.

Max Bill en la Escuela de Ulm

Todo esto, aun siendo bien sabido, viene a cuento, como preámbulo, por la exposición que estos días la Fundación Juan March de Madrid le dedica a la obra de Max Bill. El campo de trabajo de Bill fue vastísimo, incursionando en la pintura, la escultura, la publicidad o la arquitectura, sin olvidar su conocida labor como diseñador gráfico e industrial (recuérdense, a este respecto, sus famosos relojes para la firma Junghans). Pero yo quisiera referirme ahora brevemente a su faceta de escultor y, dentro de ella, a algunas de sus más características esculturas. Hablo de las sucesivas versiones de “Endless Ribbon” (Cinta sin Fin), que comenzaron en los primeros años treinta, y de sus variaciones posteriores, las “Endless Twists” de la década de los cincuenta.  Ambas series lo primero que ponen de manifiesto es la voluntad de tratar la cuestión formal desde el rigor matemático. Lo que venía a amalgamar dos de las principales pasiones intelectuales del artista: la reflexión sobre lo que él entendía como la “buena forma” y el estudio sistemático de las matemáticas aplicadas al espacio.
Desde muy joven (la primera “Endless Ribbon” la realizó con apenas 26 años) Max Bill se sintió atraído por lo que él definió como “la pura expresión de dimensiones y leyes armónicas del arte”, de clara inspiración matemática, y así se impuso trasladar al ejercicio de las artes plásticas principios metodológicos matemáticos, en concreto de la topología. En esto, sin embargo, no se distinguía demasiado de colegas como Theo van Doesburg o del propio Gropius, profesor suyo en la Bauhaus. Lo que de verdad singulariza de forma notable a Bill es que, aun reconociéndose como un artista lógico, quiso incluir la belleza como uno más de los requisitos que todo objeto artístico debía cumplir. No se trata, por tanto, de aplicar los procedimientos matemáticos a las artes plásticas sin más, sino, antes bien, de producir “cosas bellas” con el mismo grado de especificidad y rigor metodológico con que se resuelve un problema lógico. Y aquí es donde aparece Möbius, matemático alemán del siglo XIX, descubridor de la famosa cinta, una superficie no orientable de una sola cara y un solo borde que, a buen seguro, inspiró a Bill sus esculturas continuas, las sugestivas Endless Ribbons.
Cinta de Möbius








Endless Twist, Max Bill, 1953.
Y aunque el propio Bill ha contado el origen de su conocida pieza como consecuencia de un encargo privado[i], lo que está fuera de toda duda es que sus esculturas (pero también toda su pintura) parten de un riguroso estudio de la geometría como mecanismo a través del cual poder aprender a visualizar las relaciones e interacciones de los objetos en el espacio.
El juego de esas relaciones es, por tanto, lo que importa en su obra, un juego que se constituye en torno a un concepto clave: el de “continuidad” de la experiencia estética. La idea de “continuidad” implica una doble dirección: de un lado, implica una conexión en la separación y, del otro, un cierto movimiento dentro de un orden inamovible. Esta doble dicotomía será precisamente la que una pieza como “Endless Ribbon” logre sintetizar felizmente como forma hasta llegar a convertirse en el perfecto emblema de su teoría de la “buena forma”, que no es otra cosa que una forma coherente tanto en lo “visible” como en lo “comprensible”.




[i] Encargo que consistió en diseñar una escultura que aumentara el atractivo visual de una moderna chimenea eléctrica de una casa de estética vanguardista. Bill asegura que cuando ideó la escultura en cuestión no tenía en mente ni el símbolo egipcio para el concepto de infinito ni tampoco la famosa cinta de Möbius.

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