El Pastor, óleo sobre lienzo c 1911.Zak |
Que la fama no solo es
caprichosa sino además volátil nos lo recuerda con cíclico tesón también la
historia del arte y, dentro de ella, aun con más acento la historia del gusto
estético. ¿Quién se acuerda hoy, por ejemplo, de un pintor como Eugene Zak?
No voy a detenerme ahora en
sus pormenores biográficos, solo decir que el bielorruso Zak gozó desde muy
temprano del éxito de crítica y público (como suele decirse) y que su carrera
artística fue lo más parecido a un meteoro fulgurante. Entre los años diez y veinte
del siglo pasado su obra copaba los lugares más destacados de salones, museos y
galerías de París y Alemania al tiempo que los coleccionistas más pintureros
del beau monde, como el barón Henri
de Rothschild, aumentaban con sus insistentes compras el precio de sus cuadros
hasta alcanzar cantidades de vértigo. Incluso después de muerto (murió joven,
sin cumplir los treinta) su mujer abrió en París una galería a la que llamó por
su nombre, “Galerie Zak”, con el fin de poder seguir exprimiendo hasta el último
de sus jugos plásticos. En nuestro país, sin ir más lejos, un crítico como
Eugenio D´Ors (por lo general de fino criterio aunque de verbo pedante) acostumbraba
a ensalzarlo hasta el abuso, llegando a compararlo nada menos que con el
mismísimo Leonardo da Vinci.
Retrato Viril, 1918. Zak |
Todo esto, como es natural,
fue olvidándose con el tiempo, pero por mucho que en el suyo rigiera en los
destinos del arte europeo inmediatamente posteriores a la Primera Guerra
Mundial esa tendencia que los franceses bautizaron, algo después, como “le rappel a l´ordre” (entre nosotros,
neoclasicismo), no deja de llamar la atención que un pintor tan menor como Zak
ocupara tan destacada posición.
Si como dibujante su mano fue
diestra, su tendencia al preciosismo y a la voluta siempre termina por rebajar
el carácter de sus retratos y composiciones paisajísticas. En cuanto a los
óleos, témperas y aguadas hoy nos parecen
muy alejadas de la gracia a causa de un mal entendido decorativismo y de
un exceso de sentimentalidad. Hay siempre en Zak una inflación de sensibilidad
resbaladiza apoyada en ciertos recursos de estudiada pedantería que terminan
por desgraciar sus obras.
Baste demostrar lo que digo
una simple comparación entre “El bebedor” de Zak (1924) y el “Arlequín sentado”
de Picasso (de solo un año antes) y probablemente no hagan falta más
explicaciones.
El bebedor, 1924. Zak |
Arlequín sentado 1923. Picasso |
Nota: Aquellos pocos que
supieran de la existencia de Zak seguro que han entendido por qué me he
atrevido a compararlo, precisamente, con Picasso.
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