La Cueva, Antonio Sosa |
"Demiurgo" es un concepto demasiado ambicioso -y tal vez un tanto anacrónico- para lo que se estila y prolifera en el actual mundo del arte. Si los platónicos lo entendían como algo parecido a un "Dios creador", los gnósticos lo asimilaban más bien a "un principio activo del mundo". Palabras, en cualquier caso, mayores -y ajenas- al trabajo y producción de la inmensa mayoría de los artistas contemporáneos. No es extraño, pues, que un artista de la enjundia de Antonio Sosa, al que la palabra "demiurgo" le sienta tan bien, lleve años tomando una prudente pero decidida distancia con respecto a lo que la Institución Arte y sus variados circuitos (no solo comerciales y mediáticos sino asimismo ideológicos y programáticos) han convenido en las últimas décadas en identificar como arte.
Penitente marismeño, A. Sosa |
Bastaría con poner discretamente un pie dentro de su "cueva" para comprobar que el artista nos vuelve a cautivar ojo y mente con el poderoso misterio de una iconografía que, aparte de personalísima, es capaz de suspender nuestros sentidos entre el vértigo y el jeroglífico.
De clara inspiración religiosa la cueva de Antonio Sosa apela sin ambages ni rubor a lo más profundo de nuestra tradición barroca, tradición que exige siempre el pago de un tributo de orden psicoanalítico que tampoco en este caso el artista hurta ni enmascara, pese a lo que pueda parecer. Recomiendo, en este sentido, no dejarse engañar por las superficies; hay que rascar: en lo hondo todo cobra sentido y se hace ley.
Las criaturas de la cueva de Antonio Sosa no necesitan tanto de nuestro entendimiento como de nuestro amor. De un amor inevitablemente unido al pálpito indomable de la parte más intestina de nuestra herencia cultural y del que estoy seguro que el artista es plena y lúcidamente consciente, y que utiliza como palanca creativa con la que seguir elaborando una poética de enorme y fértil complejidad que, como un rizoma, crece y se enriquece de sí misma.
Un servidor ante la Cueva |
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