Bailarinas, E Degas |
Lo de esta ciudad es muy
curioso; átona en lo cultural, paupérrima en su oferta artística, se permite, a
la vez, el lujo de ignorar una exposición tan lograda y magnífica como la que
estos días podemos ver en la suntuosa y siempre deshabitada sede de su Museo de
Bellas Artes: “La mano con lápiz”, una reunión excelente de dibujos y pequeños collages de algunos de los mejores
artistas del siglo XX que la Fundación Mapfre ha logrado reunir a lo largo de
estos últimos dieciocho años.
No hay muchas oportunidades
de ver una muestra así por estos lares, razón de más por lo que resulta tan
desconcertante como deprimente observar el nulo entusiasmo popular y la escasa
repercusión mediática que esta iniciativa está recibiendo. La he visitado ya
tres veces, una de ellas en fin de semana, y nunca he coincidido con más de
tres o cuatro personas en las salas –generalmente visitantes foráneos- y en la
última ocasión estuve en la más completa soledad casi toda mi visita. En fin,
este es el tono de la ciudad pero al menos pude hacer algunas fotografías sin
que ningún conserje o vigilante me importunara con la dichosa normativa.
La exposición arranca con
una serie de dibujos de pintores como Burne-Jones, Fernand Khnopff (fascinante
el tratamiento formal del fondo con crayón de colores), Edgar Degas, Klimt (del
que puede verse uno de los bocetos de su “Mujer con sombrero”, tema que le
ocupó durante los años 1909-1910) o Matisse, todos ellos conspicuos
representantes de la expresión de un cambio trascendente en el ámbito de las artes
visuales entre los siglos XIX y XX. Junto a los dibujos de estos artistas
conviven otros de figuras como Darío de Regoyos, Nonell o el primer Picasso.
Por otra parte, es
evidente que el cubismo como nueva forma de leer el motivo ocupa un lugar destacado
en los fondos de esta colección. Obras de Juan Gris, Dalí, André Lhote o, de
nuevo, Picasso vienen a demostrar las distintas maneras de abordar el cuerpo y
el objeto desde el riguroso prisma cubista.
Estampa, Maruja Mallo |
En la última sala se han
dispuesto básicamente las obras de naturaleza surrealista y, aparte de los
consabidos Miró, Óscar Domínguez o Dalí (su dibujo a tinta y lápiz “Guerra
estética”, de un virtuosismo técnico que aspira a emparentarse con las figuras
del Laocoonte o las de “El incendio en El Borgo” de Rafael, es magnífico),
podemos disfrutar de los dibujos escultóricos de Alberto Sánchez o Julio
González así como de una refinadísima tinta china de José Caballero titulada
“La rosa y el velocípedo”.
La rosa y el velocípedo, José Caballero |
Fuera de toda
clasificación quisiera destacar, por un lado, la preciosa acuarela de Paul Klee
“Joven palmera” y, por otro, el impresionante carboncillo y aguada de Lyonel
Feininger, “Deep”, una característica
composición paisajística de robusta pero poética geometría que hace honor a su
título.
Por último y como único
pero ¡ay! lamentable desacierto solo señalar la inconveniencia de incorporar un
pamplinoso dibujo de Tàpies, extraña nota discordante en tan selecta colección.
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