viernes, 10 de febrero de 2012

Juan Ramón Jiménez y la Poesía

Juan Ramón Jiménez, poeta señorito, de apegos que, en su caso, rozan siempre lo patológico gozó del privilegio de poder vivir absolutamente para sí mismo. Pocos artistas que hayan aspirado a tal estado lo consiguieron de forma tan plena como él. Y esa abundancia de tiempo para la creación la empleó no sólo para escribir sino, a menudo, para reflexionar sobre lo escrito y, también, sobre lo escribible.
En una larga carta de respuesta a su "querido crítico poético" Luis Cernuda -carta sutilmente desdeñosa como era en él habitual- se encuentra, a mi entender, la exposición más nítida de su tan diseccionada poética. La carta, hay que subrayarlo, está fechada en julio del 43. A esas alturas el poeta puede permitirse reflexionar sobre su propia obra desde la atalaya de una experiencia artística que le posibilita la visión panorámica del conjunto de su poesía.
"Yo he desdeñado siempre, y más cada día, -le insiste a Cernuda- el asunto y la composición. Lo que siempre me tienta es la sensación que un fenómeno produce, la inquietud pensativa y sensitiva que queda después del asunto y antes de la composición; y lo que me interesa es libertar sensación e inquietud. Le recuerdo aquellas felices líneas del español Jorge Santayana que traduje hace años: "pero la poesía es algo secreto y puro, una percepción mágica que enciende el entendimiento un instante, así como los reflejos en el agua, inquietos y fugitivos. Mi verdadero poeta es el que coge el encanto de cualquier cosa, cualquier algo, y deja caer la cosa misma. Su sentimiento es estático, irónico, musical, triste. Sobre todo, involuntario".
Creo que en la escritura poética, como en la pintura o la música, el asunto es la retórica, "lo que queda", la poesía. Mi ilusión ha sido siempre ser cada vez más el poeta de "lo que queda" hasta llegar un día a no escribir. Escribir no es sino una preparación para no escribir, para el estado de gracia poético, intelectual o sensitivo. Ser uno poesía y no poeta".
La carta es prolija y sigue. Pero ya está todo dicho.
Y esto me recuerda las últimas palabras con que el propio Pasolini cierra su  filme "El Decamerón" en forma de pregunta: "¿Por qué realizar una obra cuando es mucho más bello soñarla solamente?".

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