lunes, 13 de febrero de 2012

Degas, el pincel como batuta

No me cansaré de repetirlo: Degas es un pintor seminal, una incubadora. De su obsesión por captar el movimiento (la característica más visual de la vida moderna) se deriva lo más novedoso del arte que está justo por llegar. Desde el cubismo y su tendencia hacia la secuenciación de planos hasta los primeros ensayos del arte cinético de gentes como Duchamp, Naum Gabo o Alexander Calder. Y yo diría que asimismo las primeras abstracciones de Kandinsky, tan deudoras de una cierta visión musical del movimiento, podrían interpretarse a la luz de algunos pasteles de Degas.
danseuse sur une pointe, Degas
El dibujo de Degas es danza, como lo vio perfectamente el poeta Valéry. Degas no pinta bailarinas, pinta el baile. No pinta caballos sino su cadencia y trote en el espacio. Lo que pinta son sus respectivos esfuerzos en movimiento. Y seguramente, en el caso de las bailarinas quisiera pintar también las lentas horas de ensayo, el cansancio físico de la eterna aprendiz. A veces, sin duda, también la miseria que se esconde debajo del tutú.
A Degas nunca le importó el modelo, ajustarse a él. De hecho, no tenía compasión por ellos. Lo único que le importaba era poder captar en un momento dado, en su justo instante, aquello que de él se mueve en el aire, aquello que desaparece en el momento de ocurrir.

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