De Renoir debo decir que me gusta más el hombre que su obra. Hay algo deliciosamente blando en su pintura que me empalaga un poco más de la cuenta. Incluso cuando encuentra su equilibrio como en "El palco" o en las "Muchachas de negro" del museo Pushkin no deja de exhalar cierto tufillo a pachuli. En el mejor de los casos, me parece un Watteau deslumbrado por la luz. Sin embargo, el hombre llamado Pierre Auguste Renoir me resulta fascinante. Un hombre franco, cordial, lleno de energía hasta el último momento y con una lengua tan viva como desenvuelta. De él decía Vollard que "su único placer constante fue pintar". Y ese placer se nota en sus telas.

Gabrielle sigue leyendo títulos y al llegar a "La leyenda de los siglos" el pintor, con gesto de repulsión, no puede callarse: "No niego que Hugo tenga genio, pero su arte, tal como es, me horripila. Y le odio, sobre todo, porque ha sido él quien deshabituó a los franceses a hablar con sencillez".
Gabrielle, un poco desazonada a estas alturas, sigue recorriendo los lomos y de pronto se le ilumina el rostro y grita: "Señor, he encontrado un libro de Alejandro Dumas. Si titula La dama de las camelias".
"¡Jamás! -sentencia Renoir- Detesto todo lo que hizo ese escritorzuelo, y ese libro más que ninguno. Siempre me ha horrorizado el sentimentalismo barato".
Creo que esa noche Renoir se durmió sin su ración de lectura y Gabrielle seguro que se fue un poco mohína, por sentirse culpable de no dar con el título adecuado entre tantos supuestos genios de las letras.
Despotricar así de Hugo, Baudelaire y Dumas hijo, como poco, testimonia que Renoir no se dejaba impresionar fácilmente por los grandes nombres ni por el peso de la fama. Al menos delante del servicio.
Y esto también por lo que atañe a la pintura. Cuando una tarde su amigo, el marchante Vollard, le preguntó por Courbet, peso bastante ya pesado en ese momento, Renoir no se anduvo por las ramas:

Renoir pensaba que en el arte nada desconcierta tanto como las cosas simples. Y ponía como ejemplo las severas amonestaciones de Jules Dupré ante una de las primeras exposiciones del grupo impresionista: "Hoy en día -se quejaba el paisajista melancólico- se pinta igual que se ve. Ya ni siquiera se preparan las telas como es debido. Es la decadencia más completa".
Pero si algo no es Renoir es decadente. Lo que, en cambio, no podría decirse, en justicia, de Dupré.
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