LOVIS
CORINTH: TRES PINTORES EN UNO
Fue en uno de
mis viajes a París cuando por chiripa –había ido buscando otras cosas- descubrí
en el Musée D´Orsay a un pintor del
que hasta entonces no recordaba haber oído ni una palabra: Lovis Corinth.
Aquella amplia exposición de la primavera del 2008 me dejó bastante
impresionado, no tanto por la novedad de su estilo o por la contribución
destacada del artista al desarrollo de la historia de la pintura cuanto por la
muy llamativa evolución técnica personal, que hace del caso Lovis Corinth que
se pueda hablar de dos –y hasta tres- pintores en uno.
Franz Heinrich
Louis –que así se llamaba hasta que él mismo se rebautizó con su nombre
definitivo en Munich ya como pintor plenamente profesional- había mostrado
desde jovencito unas admirables dotes para el dibujo y después de pasar por
distintas academias de arte en Prusia y Holanda decide dar el salto a París
para matricularse allí en la mítica Académie
Julian y seguir los cursos del influyente y hoy denostado Bouguereau. Con
él se ejercita en el dibujo del natural, costumbre que seguirá practicando el
resto de su vida pero siempre –y éste será uno de sus rasgos distintivos- en la
estela de la tradición holandesa de un Rembrandt o un Hals y, por tanto, inclinándose
por la captación de escenas de la vida doméstica, incluso cuando revisa el
catálogo de ciertos asuntos mitológicos que, en sus manos, tienden a celebrar
los placeres de la carne así como la victoria de lo mundano frente a lo
histórico o lo puramente mitológico, como lo demuestran cuadros como “Susana y
los viejos” (1890), “Diógenes” (1891) o su mismo autorretrato de 1887.
Susana y los viejos, 1890 |
Al regresar a su país se instala en Munich donde empezará a entablar relaciones con el
círculo de artistas secesionistas al tiempo que adquiere cada vez mayor
prestigio como retratista de sociedad. El vínculo con la Secession le empuja a trasladar su residencia a Berlín en 1899 y un
año después inaugurará allí su primera individual nada menos que en la galería
del afamado marchante Paul Cassirer, principal promotor de la obra de los
impresionistas franceses en el mercado germano. Es ahora, a lo largo de toda la
primera década del XX, cuando la pincelada de Corinth se va descontrayendo y su
paleta vira hacia los colores brillantes y poco mezclados. Es el Corinth
secesionista que asimila, siempre desde un sincretismo estético muy personal,
las lecciones de sus colegas impresionistas franceses.
Autorretrato con vaso, 1907 |
Autorretrato con modelo, 1903 |
En obras como
“Autorretrato con modelo” (1903), “Autorretrato con vaso” (1907) y especialmente
en sus desnudos femeninos, “Mujer desnuda tumbada” (1907), “Desnudo femenino”
(1911) entre otros, la pincelada vibrante y pastosa, los fuertes contrastes de
color y la preocupación por captar el movimiento del instante (algunas de sus
modelos desnudas conducen nuestra mirada hacia las forzadas y rotundas
anatomías de Lucien Freud, uno de sus más conspicuos admiradores) hacen de
Corinth un artista de complicada catalogación, a caballo entre el arrebato
emocional y la aguda sensibilidad para los detalles lumínicos. Se observa, en
todo caso, que su acercamiento al impresionismo queda atemperado por su
voluntad de no querer desprenderse del peso de su tradición nórdica.
Desnudo femenino tumbado, 1907 |
Y en esto
llega de repente el duro golpe de la enfermedad. Víctima de un ataque de
apoplejía que le deja parcialmente inmovilizado el lado izquierdo de su cuerpo
a finales de 1911, Corinth se ve obligado a rehacerse como pintor. Es el
verdadero punto de inflexión en su carrera. Siendo como era zurdo, el pintor no
se deja vencer por tan terrible sacudida y con la ayuda y cuidados de su mujer,
Charlotte Berend (perenne musa y modelo obsesiva), vuelve poco a poco al
dibujo, el grabado y finalmente la pintura.
Pero vuelve
como un pintor distinto. Hasta entonces el artista prusiano había evitado caer
en las pantanosas aguas del expresionismo, sin embargo, haciendo de la
necesidad virtud, Corinth comienza ahora a explorar ese nuevo derrotero y sus
obras se empapan del estilo que hasta la fecha había evitado. Así, de su pulso
tembloroso hace una pincelada violenta y la nueva manera con la que abarca los
temas de sus representaciones –especialmente los paisajes realizados en los
alrededores del lago de Walchen donde poseía una casa- marca el inicio de una
evolución que le lleva hacia la libertad y lo que hoy podríamos llamar “la
autonomía de la pintura”, esa especie de figuración de raíz impresionista pero
barrida, ya hasta el final, por el ímpetu rabioso y un punto descontrolado tan
característico del expresionismo alemán canónico. Etapa, esta última, que
terminará por consagrarlo como eminente artista en su país y en la que la
crítica ha decidido encontrar los mejores ejemplos de su amplísima e
interesantísima producción.
Autorretrato en el lago Walchen, 1924 |
No estaría mal reflejar las fuentes de información de este artículo.
ResponderEliminarEstimado Javier, las fuentes de información son variadas y obedecen a diversas lecturas, así como a mi propia experiencia como espectador. Al no ser un artículo académico y solo divulgativo no he considerado necesario citarlas.
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