LA
MUÑECA DE KOKOSCHKA
Kokoschka sufría de
soledad. Sufría apasionadamente. Cuando era profesor en la Academia de Dresden
en los albores del siglo XX, en sus ratos libres, se hizo con sus manos un
maniquí de tamaño natural con formas de mujer, según dijo a sus alumnos, para
enseñar los principios de la anatomía humana. Pero un día empezó a sacarlo de
la escuela y se paseaba con él hasta su casa. Al principio la gente no se
atrevía a decir nada, “cosas de un artista que enseña anatomía” farfullaban por
lo bajo.
Un día se le vio
con la muñeca sentado en un palco del teatro y la cosa empezó a resultar un
poco más embarazosa. Kokoschka la sentaba a su lado, la trataba con gran mimo y
hasta hubo algunos que le vieron susurrándole palabras al oído. Entonces todo
el mundo empezó a hablar de su patética extravagancia y unos pocos de sus
amigos terminaron por entender hasta qué punto Kokoschka sufría la terrible
soledad de los inadaptados.
Cualquiera que haya
visto los retratos de Kokoschka de esos años entenderá mejor por qué más que
pintar el artista austríaco prefería destripar a sus modelos hasta hacerles
imposible la visión de su propia imagen. Era Kokoschka finalmente quien salía
retratado.
"El profesor Auguste Forel", 1910 |
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