jueves, 5 de septiembre de 2013

Villar Rojas o cómo se fabrica una reputación artística




Quedan apenas tres semanas para que Adrián Villar Rojas sea bendecido como artista consagrado. Una de las instituciones con verdadero pedigree en el panorama artístico occidental, la Serpentine Gallery de Londres, no ha querido que nadie se le adelante para la ocasión y a los dos años de haber tomado los votos (de riqueza, producción y obediencia) en la 54ª Bienal de Venecia (Benesse Prize incluído), el sumo pontífice Hans Ulrich Obrist, el hombre más poderoso del mundillo artístico del momento (lo digo para aquellos interesados en las tontas listas que publican revistas como ArtReview), ha tenido a bien ordenar a Villar Rojas gran sacerdote del arte contemporáneo.

Proyecto Serpentine Sackler Gallery

Como digo, la ceremonia se llevará a cabo en Londres y nada menos que al abrigo de un edificio de Zaha Hadid, la más ortodoxa de las arquitectas del deconstructivismo arquitectónico tan en boga. La Serpentine se había quedado pequeña y unos filántropos de la cosa han financiado la Serpentine Sackler Gallery, al otro lado del puente de la Serpentina, en el codiciadísimo pulmón verde de los jardines de Kensington. Una segunda capilla de 900 metros cuadrados (en lo relativo al arte moderno también los espacios tienden a sobredimensionarse) donde la luz y las sensuales curvas de su cubierta consiguen disimular su antigua condición de polvorín. Una capilla con voluntad de “objeto de arte” en la que los contenidos, por supuesto, deben dialogar con el continente.
En fin, que el joven escultor argentino ha sido el elegido para inaugurarla. Y el dedo arbitral, el del sumo pontífice Obrist, el mismo que ya lo había pescado para participar en una de sus codiciadas (por todos los artistas que aspiran a ser alguien en el mundo) maratones de la Serpentine, de la que es codirector desde 2006. La Map Marathon (maps for the 21st. Century) es un macroproyecto  en curso  que pretende trazar un mapa, provisional pero de referencia, que recoja algunas de las propuestas internacionales que mejor sepan acercarse a fenómenos tan actuales como la globalización, los flujos migratorios y la conciencia de la tierra como casa del hombre, todo correctísimo y oportunísimo. Ya digo, un ambicioso mapa donde jóvenes y no tan jóvenes artistas e intelectuales luchan por estar. Precisamente en la maratón del 2010 conocí a Villar Rojas. Presentaba un proyecto multidisciplinar con cierto aire de performance. “Songs during the war” se llamaba y me pareció un chiquillo algo retraído que, sin embargo, se atrevía con todo: mientras cantaba con voz aniñada versos apocalípticos en inglés que hablaban de cosas como nuestros antepasados neardentales y rasgaba sin mucho ánimo unos elementales acordes de guitarra, nos obligaba (al público) a desplegar un enorme e incómodo poster lleno de números  del que no entendí apenas nada. La verdad es que en el pequeño teatro donde nos convocó había poca gente, puede que para cubrir dos filas de butacas. Pero Adrián Villar Rojas había conseguido llegar hasta allí y eso ya era mucho.

Las ruinas del futuro, Bienal de Venecia 2011.
Claro que antes su galerista de Buenos Aires, Ruth Benzacar, lo había paseado por todas las Bienales posibles (la de Estambul, la de Cuenca de Ecuador, la del Fin del Mundo de Ushuaia, y así sucesivamente). Para un chaval que no alcanzaba los treinta años era, sin duda, ir tan rápido como un meteorito.
Lo que presentó en Venecia en 2011 fue ya otra cosa, mucho más grandilocuente e hipertrofiada. “Las ruinas del futuro” la llamó (por cierto, el título se lo tomó prestado a Don DeLillo), y cumplía con los principales requisitos de la instalación contemporánea comme il faut: específica, espectacular y esperpéntica. Un paisaje de restos arcillosos con voluntad de ruina arqueológica pero con pinta de atrezzo del Planeta de los Simios. El profesor y crítico de arte argentino Rodrigo Alonso dijo que eran “monumentos a una memoria ignota y metáforas de una resistencia silenciosa”. A mí más bien me parecen despojos sobrantes de un taller fallero para el que no hay adjetivo menos adecuado que “silencioso”.

No sé si para la inauguración de la Serpentine Sackler Gallery el joven Villar Rojas nos tiene reservados algunos más de sus fosilizados parientes muertos o si ha optado por algo más tonificante, pero estoy seguro de que sea lo que sea nos sorprenderá y apabullará con su rotunda presencia porque, en realidad, de eso es de lo que se trata.

Mi abuelo muerto, Berlín 2010.




2 comentarios:

  1. Hay un libro, sustancioso en cuanto a datos, y ademas divertido de Philipp Blom, Años de vertigo, en que la tesis principal es la similitud (social, cultural, economica, etc) entre los comienzos del S.XX y estos que vivimos del S.XXI...interesantisimo...me parece.
    Y este articulo tuyo me ha remitido al capitulo referente a la decadencia del Imperio Austro-Hungaro, focalizado principalmente en la Viena de Preguerra.
    Si tienes ocasion, consultalo.

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