jueves, 19 de septiembre de 2013

August Sander, ver, observar, pensar


Si algo tiene la fotografía de August Sander es dignidad. Su colección de seres humanos va mucho más allá de un catálogo de profesiones y clases sociales; está atravesada por una conciencia sutil y compleja –la del artista comprometido de modo absoluto con su proyecto- que consigue, de manera discreta pero eficaz, escarbar en el interior de sus modelos hasta reencarnarse a sí mismo dentro de ellos. Y el resultado final de tamaño esfuerzo es el mosaico fotográfico más radical y definitivo de la Alemania de Weimar.


Esto es precisamente lo que estos días puede verse en las salas de la galería La Fábrica de Madrid. Sander, por lo demás, es un fotógrafo bien conocido en España. No hace tanto tiempo parte de su legado se expuso en Valladolid y todavía recuerdo una exposición suya que peregrinó por ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Palma de Mallorca a mediados de los ochenta del pasado siglo. Fue entonces cuando vi por primera vez sus retratos (la mayoría tirajes de época hechos por su nieto Gerd Sander) y desde entonces pasó a ocupar un puesto relevante entre mis maestros tutelares.
En Sander la condición de fotógrafo no es lo único que cuenta. Desde muy temprano en su trayectoria quiso levantar acta de su tierra y de su tiempo. Hijo de minero, creció en el medio rural en las cercanías de Colonia pero desde muy joven sintió fascinación por la incipiente técnica fotográfica, logrando fundar su propio estudio en Lindenthal en 1910. Como ocurriera con otros tantos pioneros de esta técnica, Sander vivió en primera persona la rápida evolución social del invento que pasó, en pocos años, de ser considerado una curiosidad mecánica más a convertirse en un medio de expresión artística. Y en el debate que pronto se estableció sobre si la nueva herramienta mecánica debía competir con la mirada de la pintura o, por el contrario, buscar su razón de ser en la consecución de una nueva objetividad, más precisa aun de lo que el ojo humano es capaz, Sander optó, sin dudarlo, por lo segundo.

Su magno proyecto Menschen des 20. Jahrhunderts (Hombres del siglo XX), de clara vocación sociológica, es la prueba palmaria de su concepción de la fotografía como un medio de expresión de la conciencia humana. Contemplando sus hipnóticos retratos parece como si el autor quisiera descubrir a través de los procesos mecánicos el secreto del alma del hombre contemporáneo. Ese hombre abocado sin remedio a una deriva industrial que terminará por alejarlo definitivamente de la naturaleza. Y el artista está ahí para fijar ese proceso histórico en imágenes de una simple pero rigurosa objetividad.
¿Albergaba Sander intenciones de taxonomista de lo humano? Es probable, pero definirlo como un taxonomista del hombre sería decir bien poco de él.
“Me han preguntado a menudo cómo me surgió la idea de este trabajo: ver, observar, pensar. Nada me parece más idóneo que la fotografía para ofrecer una imagen histórica absolutamente fiel de nuestro tiempo”.

Solo que Sander no era uno más de los fotógrafos realistas de su tiempo. Como solo los artistas saben, consigue trascender aquello que ve. Ese es el misterio que aun palpita en las imágenes de sus retratados y que seguramente tanto tiene que ver con su propia mirada.

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