Si algo
tiene la fotografía de August Sander es dignidad. Su colección de seres humanos
va mucho más allá de un catálogo de profesiones y clases sociales; está
atravesada por una conciencia sutil y compleja –la del artista comprometido de
modo absoluto con su proyecto- que consigue, de manera discreta pero eficaz,
escarbar en el interior de sus modelos hasta reencarnarse a sí mismo dentro de
ellos. Y el resultado final de tamaño esfuerzo es el mosaico fotográfico más
radical y definitivo de la Alemania de Weimar.
Esto es
precisamente lo que estos días puede verse en las salas de la galería La Fábrica de Madrid. Sander, por lo
demás, es un fotógrafo bien conocido en España. No hace tanto tiempo parte de
su legado se expuso en Valladolid y todavía recuerdo una exposición suya que
peregrinó por ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Palma de Mallorca a
mediados de los ochenta del pasado siglo. Fue entonces cuando vi por primera
vez sus retratos (la mayoría tirajes de
época hechos por su nieto Gerd Sander) y desde entonces pasó a ocupar un
puesto relevante entre mis maestros tutelares.
En Sander la
condición de fotógrafo no es lo único que cuenta. Desde muy temprano en su
trayectoria quiso levantar acta de su tierra y de su tiempo. Hijo de minero,
creció en el medio rural en las cercanías de Colonia pero desde muy joven
sintió fascinación por la incipiente técnica fotográfica, logrando fundar su
propio estudio en Lindenthal en 1910. Como ocurriera con otros tantos pioneros
de esta técnica, Sander vivió en primera persona la rápida evolución social del
invento que pasó, en pocos años, de ser considerado una curiosidad mecánica más
a convertirse en un medio de expresión artística. Y en el debate que pronto se
estableció sobre si la nueva herramienta mecánica debía competir con la mirada
de la pintura o, por el contrario, buscar su razón de ser en la consecución de
una nueva objetividad, más precisa aun de lo que el ojo humano es capaz, Sander
optó, sin dudarlo, por lo segundo.
Su magno
proyecto Menschen des 20. Jahrhunderts
(Hombres del siglo XX), de clara vocación sociológica, es la prueba palmaria de
su concepción de la fotografía como un medio de expresión de la conciencia
humana. Contemplando sus hipnóticos retratos parece como si el autor quisiera
descubrir a través de los procesos mecánicos el secreto del alma del hombre
contemporáneo. Ese hombre abocado sin remedio a una deriva industrial que
terminará por alejarlo definitivamente de la naturaleza. Y el artista está ahí
para fijar ese proceso histórico en imágenes de una simple pero rigurosa
objetividad.
¿Albergaba
Sander intenciones de taxonomista de lo humano? Es probable, pero definirlo
como un taxonomista del hombre sería decir bien poco de él.
“Me han
preguntado a menudo cómo me surgió la idea de este trabajo: ver, observar,
pensar. Nada me parece más idóneo que la fotografía para ofrecer una imagen
histórica absolutamente fiel de nuestro tiempo”.
Solo que
Sander no era uno más de los fotógrafos realistas de su tiempo. Como solo los
artistas saben, consigue trascender aquello que ve. Ese es el misterio que aun
palpita en las imágenes de sus retratados y que seguramente tanto tiene que ver
con su propia mirada.
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