Lo dijo con corrosiva
lucidez Karl Kraus en tiempos en que solo los muy perspicaces podían entrever
lo que se avecinaba: “cuando el sol de la cultura está bajo en el horizonte,
incluso los enanos proyectan grandes sombras”. El caso de André Elbaz es, a
este respecto, paradigmático. Lo que presenta estos días en el Museo ABC no
deja lugar a dudas. Entre crear o destruir opta por jugar con lo segundo para,
sin embargo, terminar recreando un despojo.
Eso sí, todo con un toque muy conceptual y profusamente aliñado de verborrea
sociológica.
Desde el pomposo título, “La destrucción o la obra. Urnas y
laceraciones”, preñado de veleidades trascendentes, hasta declaraciones
públicas justificativas del jaez de “en el momento en que tomo conciencia a
través de la televisión de la destrucción de las Torres Gemelas y de esas
personas saltando del edificio o esas otras atrapadas en un avión sabiendo que
van a morir… Ante todo eso no puedo mentir, no puedo seguir pintando cosas
bellas, tengo que destruir. En ese sentido soy un pintor contemporáneo y creo
que tengo razón en lo que hago. Tengo que destruir”, a donde mires de esta
exposición se desprende un conocido tufillo a estratagema oportunista barnizada
con sonrojante torpeza mediante el típico sermón ético construido ad hoc.
Laceraciones. A. Elbaz en su estudio. |
Veamos: ¿tomar conciencia,
a través de la tele, de la dimensión trágica del mundo precisamente cuando caen
las Torres Gemelas un judío nacido y educado en el Marruecos de Mohamed V como
es André Elbaz? ¿Es que antes del 2001 no había tenido acceso, aunque solo
fuera por la tele, a las atrocidades cometidas contra su propio pueblo en
Europa o a sucesos tan truculentos como los pogromos de kurdos en Turquía o de
musulmanes en Srebrenica? ¿O es que acaso la tragedia humana en Nueva York es
más catártica y espectacular? Y luego, esa afirmación naif de que tiene que
destruir porque es un pintor contemporáneo y, además, sincero. Desde luego no
deja de ser una conmovedora manera de asumir la contemporaneidad histórica
desde el arte.
Lo que pasa es que si su
impulso ético fuera, en efecto, sincero y palpitara en él la intención real de
solidarizarse con el horror y el sufrimiento humanos y, por tanto, intentar
darles consuelo, como hicieron en cambio Picasso en sus trabajos del Guernica u
Otto Dix al finalizar la Gran Guerra desde un punto de vista colectivo y a un
nivel más personal artistas como Bacon o Giacometti (todos ellos, por cierto,
ligados aún a lo humano), su obra no nos parecería tan bonita como de hecho nos parece. Porque la paradoja, patética en
grado sumo, es que pretendiendo escapar de la belleza en aras de la solidaridad
con las víctimas inocentes de la Historia consigue, nada menos, que alcanzar la
problemática categoría de lo decorativo.
Un decorativismo, dicho sea de paso, de naturaleza escaparatista. Tantas
decenas de botes de bruñido cristal –como los usados para guardar espaguetis-
llenos de trizas de colores de lo que se supone en su día fueron dibujos,
acuarelas o guaches del propio artista, ahora destruídos, no nos sugieren sino
un largo, bonito y colorista lineal de supermercado. ¿Destruir la obra y
abandonar la belleza para esto?
A. Elbaz y sus urnas. |
Pero en esta falacia Elbaz
no está solo y, por tanto, no es el único farsante. Todo lo más, el tonto útil
de una institución llamada Arte que hace algunas décadas decidió que su objeto,
la obra de arte, ya no tenía por qué durar ni aspirar a una cierta
intemporalidad y que, en cambio, eran mucho más rentables y simpáticas las
obras deliberadamente fungibles y banales. Y todo tan ricamente.
Sin embargo este "Laceraciones" de la foto parece interesante... Lo que está de más es la banal retórica que muy bien criticas.
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