viernes, 27 de septiembre de 2013

André Elbaz: el arte hecho trizas



Lo dijo con corrosiva lucidez Karl Kraus en tiempos en que solo los muy perspicaces podían entrever lo que se avecinaba: “cuando el sol de la cultura está bajo en el horizonte, incluso los enanos proyectan grandes sombras”. El caso de André Elbaz es, a este respecto, paradigmático. Lo que presenta estos días en el Museo ABC no deja lugar a dudas. Entre crear o destruir opta por jugar con lo segundo para, sin embargo, terminar recreando un despojo. Eso sí, todo con un toque muy conceptual y profusamente aliñado de verborrea sociológica.
Desde el pomposo título, “La destrucción o la obra. Urnas y laceraciones”, preñado de veleidades trascendentes, hasta declaraciones públicas justificativas del jaez de “en el momento en que tomo conciencia a través de la televisión de la destrucción de las Torres Gemelas y de esas personas saltando del edificio o esas otras atrapadas en un avión sabiendo que van a morir… Ante todo eso no puedo mentir, no puedo seguir pintando cosas bellas, tengo que destruir. En ese sentido soy un pintor contemporáneo y creo que tengo razón en lo que hago. Tengo que destruir”, a donde mires de esta exposición se desprende un conocido tufillo a estratagema oportunista barnizada con sonrojante torpeza mediante el típico sermón ético construido ad hoc.

Laceraciones. A. Elbaz en su estudio.

Veamos: ¿tomar conciencia, a través de la tele, de la dimensión trágica del mundo precisamente cuando caen las Torres Gemelas un judío nacido y educado en el Marruecos de Mohamed V como es André Elbaz? ¿Es que antes del 2001 no había tenido acceso, aunque solo fuera por la tele, a las atrocidades cometidas contra su propio pueblo en Europa o a sucesos tan truculentos como los pogromos de kurdos en Turquía o de musulmanes en Srebrenica? ¿O es que acaso la tragedia humana en Nueva York es más catártica y espectacular? Y luego, esa afirmación naif de que tiene que destruir porque es un pintor contemporáneo y, además, sincero. Desde luego no deja de ser una conmovedora manera de asumir la contemporaneidad histórica desde el arte.
Lo que pasa es que si su impulso ético fuera, en efecto, sincero y palpitara en él la intención real de solidarizarse con el horror y el sufrimiento humanos y, por tanto, intentar darles consuelo, como hicieron en cambio Picasso en sus trabajos del Guernica u Otto Dix al finalizar la Gran Guerra desde un punto de vista colectivo y a un nivel más personal artistas como Bacon o Giacometti (todos ellos, por cierto, ligados aún a lo humano), su obra no nos parecería tan bonita como de hecho nos parece. Porque la paradoja, patética en grado sumo, es que pretendiendo escapar de la belleza en aras de la solidaridad con las víctimas inocentes de la Historia consigue, nada menos, que alcanzar la problemática categoría de lo decorativo. Un decorativismo, dicho sea de paso, de naturaleza escaparatista. Tantas decenas de botes de bruñido cristal –como los usados para guardar espaguetis- llenos de trizas de colores de lo que se supone en su día fueron dibujos, acuarelas o guaches del propio artista, ahora destruídos, no nos sugieren sino un largo, bonito y colorista lineal de supermercado. ¿Destruir la obra y abandonar la belleza para esto?

A. Elbaz y sus urnas.


Pero en esta falacia Elbaz no está solo y, por tanto, no es el único farsante. Todo lo más, el tonto útil de una institución llamada Arte que hace algunas décadas decidió que su objeto, la obra de arte, ya no tenía por qué durar ni aspirar a una cierta intemporalidad y que, en cambio, eran mucho más rentables y simpáticas las obras deliberadamente fungibles y banales. Y todo tan ricamente.

1 comentario:

  1. Sin embargo este "Laceraciones" de la foto parece interesante... Lo que está de más es la banal retórica que muy bien criticas.

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