Funerales de S Buenaventura, Zurbarán, 1629 |
Cuenta Françoise
Gilot que, preocupado por el escaso número de obras de Picasso en los museos
públicos parisinos, George Salles, nieto de Gustave Eiffel y, a la sazón,
director de los Museos Nacionales franceses, buscaba con insistencia el modo de
convencer al artista para que se desprendiera de algunas de sus obras más
representativas y así poder reparar esa carencia. Como quiera que Picasso se solía
mostrar reacio a complacer cualquier petición gubernamental –máxime cuando,
como era este caso, no había buenas sumas de dinero por medio- a ella se le
ocurrió pensar en ciertos grandes lienzos de los que el pintor se quejaba
porque andaban ocupando demasiado espacio en el estudio de la Rue des Grands-Agustins y en el piso
vacío de la Rue La Boétie.
“Serenata”, el primero, de 1942 y “El taller de la modista” el otro, pintado en
1926. Dejó pasar algún tiempo y un día le sugirió a su pareja que debido a su
tamaño esos cuadros eran demasiado difíciles de vender a causa de su precio y
que su lugar más adecuado sería un museo donde podrían lucir y representarle al
lado de los cuadros de Matisse y Braque que colgarían en las salas vecinas a la
suya. A Picasso, siempre competitivo cuando se trataba de medirse con los
grandes, le animó la idea y después de rumiarla durante un mes decidió que
regalaría al Museo de Arte Moderno esos dos enormes lienzos y ocho cuadros más
pequeños entre los que se encontraban “La mecedora” de 1943, “Cacerola
esmaltada en azul” del 45 y dos retratos de Dora Maar.
Emocionado con la
decisión de Picasso, George Salles, antes de trasladarlos al Museo de Arte
Moderno, se los llevó al Louvre para
poder disfrutarlos con calma en su propio despacho. Y como detalle de
agradecimiento invitó al artista y a ella misma a que se pasaran por el museo
el día que éste cerraba para sorprenderles con una “divertida experiencia”.
-Será usted el
primer pintor vivo que verá su obra colgada en el Louvre- le dijo al pintor mientras le explicaba que pretendía
colgar sus obras al lado de las obras maestras del museo que Picasso eligiera.
-Tiene usted la
posibilidad de elegir los lienzos que desearía ver colgados junto a los suyos.
-Antes que nadie,
póngame al lado de Zurbarán, de sus “Funerales de San Buenaventura”- le
contestó Picasso sin pensárselo dos veces. Un cuadro, dice Gilot, por el que el
padre del Cubismo se sentía fascinado y al que habían ido a ver en múltiples
ocasiones al museo para estudiar juntos su composición y el sabio manejo de
todas sus líneas de fuerza.
Picasso observó
atentamente cómo los guardas del Louvre
sostuvieron durante un tiempo algunos de sus cuadros junto al de Zurbarán y no
dijo nada. Luego la operación se repitió con otros cuadros de pintores como
Delacroix, Courbet o Uccello, pero Picasso ya no estaba tan emocionado.
Dice Gilot que
cuando salieron del museo Picasso seguía en un mutismo completo y que solo al
llegar a casa consiguió murmurar que siempre había anhelado contemplar alguno de
sus cuadros junto al de Zurbarán.
Serenata, P Picasso, 1942 |
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