Françoise Gilot et Picasso, foto Doisneau. |
Que no cite mucho a Picasso no
constituye prueba alguna de mi desinterés por él. Quizá, en todo caso,
evidencia mi perplejidad y, lo confieso, también una invencible inquietud ante
la dimensión de su obra y el desmesurado peso de su legado. Siempre me he
resistido al panegírico negligente y a la tentación ditirámbica al hablar de
artistas y, en cambio, me siento mucho más cómodo en los más modestos límites
del elogio razonado de sus méritos y en el análisis de las aportaciones
singulares. Sin embargo con Picasso es difícil ser comedido y hace falta un
gran esfuerzo para no perder el equilibrio. Hay en él –y en su obra, por
supuesto- algo que lo convierte en excesivo.
Tengo en casa –todos leídos-
más de 12 libros sobre el pintor y un estante entero dedicado a sus catálogos,
pero hasta que no ha caído en mis manos “Vida con Picasso”, el libro que
Françoise Gilot, pintora y compañera por 10 años del artista, escribiera junto
a Carlton Lake en los años sesenta, no he encontrado la clave que me permitiera
descifrar el enigma, por decirlo así. Gilot, al describir de manera minuciosa e
implacable determinados aspectos de la creación artística de su pareja, nos
descubre a un Picasso de una gran complejidad intelectual, a un hombre que es
cualquier cosa excepto una “fuerza bruta de la naturaleza”, como en demasiadas
ocasiones se le ha pretendido presentar.
Picasso se nos revela como un
pensador agudo, casi como un filósofo del arte figurativo. En la página 85 de
mi edición, enfrascados en una conversación que ambos mantienen en el estudio
parisino del pintor, éste se explica así:
“Juan Gris dijo: “tomo un cilindro y hago de él una botella”,
invirtiendo en cierto sentido una observación de Cézanne. Su idea consistía en
que comenzando con una forma plástica ideal, uno puede hacer que una porción de
realidad, la botella, entre en esa forma. El método de Gris era el de un
auténtico gramático. Supongo que podrías llamar al mío enteramente romántico.
Comienzo por una cabeza y acabo en un huevo. Incluso si comienzo con un huevo y
termino en una cabeza siempre me encuentro en el camino que hay entre ambas
cosas y nunca estoy satisfecho con ninguna de las dos. Lo que me interesa es
establecer lo que tú podrías llamar rapports
de grand écart, la más inesperada relación posible entre las cosas de las
que quiero hablar porque hay cierta dificultad en establecer las relaciones en
esa forma, y en esa dificultad existe un interés, y en ese interés, cierta
tensión, y para mí esa tensión es mucho más importante que el equilibrio
estable de la armonía, que no me interesa en absoluto. La realidad debe echarse
a un lado en todo el sentido de la palabra. Lo que la gente olvida es que todas
las cosas son únicas. La naturaleza nunca produce dos veces la misma cosa. De
ahí que yo haga hincapié en buscar los rapports de grand écart (…) Quiero
dirigir la mente hacia una dirección desacostumbrada y despertarla. Quiero
ayudar al espectador a descubrir algo que nunca descubriría sin mí. Es por eso
que hago hincapié, por ejemplo, en la disimilitud entre el ojo izquierdo y el
derecho. El pintor no debe pintarlos similares porque no son así. Por ello mi
propósito es que las cosas se muevan y provoquen ese movimiento mediante
tensiones contradictorias, fuerzas opuestas, y en esa tensión u oposición
encontrar el momento que a mí me parezca más interesante”.
La cita no tiene desperdicio y
creo que en ella se encuentra la clave principal que desentraña el significado
de prácticamente toda su figuración, en los rapports
de grand écart, es decir, en las sintonías que laten en las grandes
diferencias.
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