miércoles, 7 de octubre de 2015

Picasso, algo más que un pintor


Françoise Gilot et Picasso, foto Doisneau.





Que no cite mucho a Picasso no constituye prueba alguna de mi desinterés por él. Quizá, en todo caso, evidencia mi perplejidad y, lo confieso, también una invencible inquietud ante la dimensión de su obra y el desmesurado peso de su legado. Siempre me he resistido al panegírico negligente y a la tentación ditirámbica al hablar de artistas y, en cambio, me siento mucho más cómodo en los más modestos límites del elogio razonado de sus méritos y en el análisis de las aportaciones singulares. Sin embargo con Picasso es difícil ser comedido y hace falta un gran esfuerzo para no perder el equilibrio. Hay en él –y en su obra, por supuesto- algo que lo convierte en excesivo.

Tengo en casa –todos leídos- más de 12 libros sobre el pintor y un estante entero dedicado a sus catálogos, pero hasta que no ha caído en mis manos “Vida con Picasso”, el libro que Françoise Gilot, pintora y compañera por 10 años del artista, escribiera junto a Carlton Lake en los años sesenta, no he encontrado la clave que me permitiera descifrar el enigma, por decirlo así. Gilot, al describir de manera minuciosa e implacable determinados aspectos de la creación artística de su pareja, nos descubre a un Picasso de una gran complejidad intelectual, a un hombre que es cualquier cosa excepto una “fuerza bruta de la naturaleza”, como en demasiadas ocasiones se le ha pretendido presentar.

Picasso se nos revela como un pensador agudo, casi como un filósofo del arte figurativo. En la página 85 de mi edición, enfrascados en una conversación que ambos mantienen en el estudio parisino del pintor, éste se explica así:  “Juan Gris dijo: “tomo un cilindro y hago de él una botella”, invirtiendo en cierto sentido una observación de Cézanne. Su idea consistía en que comenzando con una forma plástica ideal, uno puede hacer que una porción de realidad, la botella, entre en esa forma. El método de Gris era el de un auténtico gramático. Supongo que podrías llamar al mío enteramente romántico. Comienzo por una cabeza y acabo en un huevo. Incluso si comienzo con un huevo y termino en una cabeza siempre me encuentro en el camino que hay entre ambas cosas y nunca estoy satisfecho con ninguna de las dos. Lo que me interesa es establecer lo que tú podrías llamar rapports de grand écart, la más inesperada relación posible entre las cosas de las que quiero hablar porque hay cierta dificultad en establecer las relaciones en esa forma, y en esa dificultad existe un interés, y en ese interés, cierta tensión, y para mí esa tensión es mucho más importante que el equilibrio estable de la armonía, que no me interesa en absoluto. La realidad debe echarse a un lado en todo el sentido de la palabra. Lo que la gente olvida es que todas las cosas son únicas. La naturaleza nunca produce dos veces la misma cosa. De ahí que yo haga hincapié en buscar  los rapports de grand écart (…) Quiero dirigir la mente hacia una dirección desacostumbrada y despertarla. Quiero ayudar al espectador a descubrir algo que nunca descubriría sin mí. Es por eso que hago hincapié, por ejemplo, en la disimilitud entre el ojo izquierdo y el derecho. El pintor no debe pintarlos similares porque no son así. Por ello mi propósito es que las cosas se muevan y provoquen ese movimiento mediante tensiones contradictorias, fuerzas opuestas, y en esa tensión u oposición encontrar el momento que a mí me parezca más interesante”.


La cita no tiene desperdicio y creo que en ella se encuentra la clave principal que desentraña el significado de prácticamente toda su figuración, en los rapports de grand écart, es decir, en las sintonías que laten en las grandes diferencias.

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