viernes, 23 de septiembre de 2011

VELÁZQUEZ POR GAYA

El título se aclara en la introducción. Y es muy probable que en la definición que del pájaro solitario hace San Juan de la Cruz esté ya dicho todo lo esencial de la tesis que, luego, Ramón Gaya desarrolla en su libro sobre Velázquez, Velázquez, pájaro solitario.
Dice el poeta: "las condiciones del pájaro solitario son cinco: la primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañia, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente".
De Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, "le peintre des peintres", como afirmara Manet, se ha escrito mucho, sobre todo desde finales del siglo XIX. Eruditos, investigadores, catedráticos de Historia del Arte, pintores, filósofos y escritores como Stirling, Aureliano de Beruete, Elie Faure, Moreno Villa, Lafuente Ferrari, Gómez de la Serna, Diego Angulo, Ortega y Gasset, Camón Aznar, López Rey, Jonathan Brown, Julián Gállego, Pérez Sánchez, M. Marini o Javier Portús han dedicado parte de su tiempo y de su trabajo a saber algo más sobre el pintor. No he leído todos sus libros íntegramente -aunque los tengo casi todos- y puedo decir de ellos que tengo una idea lo bastante aproximada como para sostener que las más finas y, a la vez, profundas apreciaciones sobre Velázquez las ha hecho Ramón Gaya, un pintor y escritor al que, por cierto, todavía no hemos sabido encontrar el sitio que, por sus méritos, le corresponde en la historia del arte del siglo XX en España.
Su aportación al corpus bibliográfico velazqueño apenas suma setenta páginas y en ninguna de ellas encontraremos noticias novedosas que puedan abrir nuevas líneas de investigación sobre su obra o que añadan datos relevantes a su biografía, sin embargo Velázquez, pájaro solitario es el más imprescindible de los ensayos que se han escrito sobre el artista y texto clave para comprender quién era este extraño creador y cómo entendía la pintura.
Reconozco que Gaya, quizá por contagio de algunas lecturas algo a la ligera de sus amigos Octavio Paz y María Zambrano en concreto, abusa a menudo de una retórica un tanto mística que, en ocasiones, le lleva a hacer algún disparo errado que, pese a todo, nunca llegan a invalidar la pertinencia de sus muy sagaces observaciones.
Estos ejemplos hablan por sí mismos: 
"Es cierto que en la pintura de Velázquez no hay propiamente colores, pero no se trata de una carencia, sino de una... elevación, de una purificación. El color no está, o no está ya en el lienzo, pero no ha sido suprimido, evitado, sino transfigurado".
"Velázquez no tiene, en realidad, paleta alguna, y no deja de ser curioso que la que aparece en su autorretrato de las Meninas resulte tan falsa, acaso la única cosa fingida, vacía, infecunda que podemos encontrar en ese cuadro sin semejante".
"Su conducta respecto al color, como respecto a tantos otros consabidos problemas técnicos de la pintura  -el dibujo, la composición, la perspectiva, el claroscuro, el estilo- es, desde luego, insólita (...) Se diría que lo suyo es libertarlo, disolverlo todo en la inmensa caja del aire (...) pero sin el subversivo propósito de cambiar unas reglas por otras, sin imponer nada. Lo suyo sería, pues, como una vigorosa conducta que no fuera propiamente hacer, sino estar, estarse en una quietud fecunda (...) que se apodera de todo para... irradiarlo".
"No se trata de una superioridad, sino de una superación, de una separación".
"El artista-creador, de casta, fecundo siente muy pronto esa tremenda diferencia entre su gusto y su instinto (...) No es empresa fácil, pues se trata, nada menos, que de pasar de la adolescencia a la madurez, de la adolescencia que es el arte, a la madurez que es la creación".
"Velázquez no investiga, no hurga, no se adentra jamás en la realidad (...) y más bien parece observarlo todo con un cierto despego, con un aire casi distraído, casi frio".
"La realidad en los lienzos de Velázquez aparece siempre yéndose; yéndose por el fondo, por la puerta del fondo".
"Goya, el intenso, terco Goya, será decididamente un apasionado realista, que parece esperar muchísimo de la realidad. Velázquez, en cambio, no espera de ella apenas nada (...) Velázquez ha sentido enseguida la pobreza, la indigencia de esa realidad en pena (...) A esa pobre, lastimosa realidad Velázquez la contempla lleno de amor, pero no enamorado".
"La luz de Velázquez no es, como suele ser la de otros muchos pintores, una luz pictórica, es decir, ocupada en modelar, en resaltar las formas (...) No es una luz estética, sino ética, buena (...) una luz que luce para todos".
"La pintura de Velázquez no tiene apenas nada que ver con la pintura española (...) Velázquez se encuentra tan lejos de la descocada belleza externa de la pintura italiana, como de la bronca y ríspida fisonomía de la pintura española".
Si todavía no han leído el libro y Velázquez les interesa, léanlo, estoy seguro de que no se arrepentirán.


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