jueves, 5 de mayo de 2011

Pintores del XX: Rothko

Rothko fue, en esencia, un metafísico, un instruido emigrante letón al que los ritos y mitologías antiguos fascinaron y un hombre atormentado siempre por las ideas de sacrificio y sufrimiento humanos. Si su arte aspiraba a algo era a ser arte funerario. En realidad, no se sintió nunca cómodo entre los abstractos. "Me adhiero a la realidad del mundo -dijo- y a la sustancia de las cosas. Aumento tan sólo el área de dicha realidad". Si, poco a poco, fue desprendiéndose de la figura humana fue porque ésta le distraía de su principal preocupación: lograr la emotividad, la emoción del contemplador. Ya Motherwell se dio cuenta: " Si Rothko no hubiera existido no habríamos conocido ciertas posibilidades emocionales en el arte moderno".
Sus grandes cuadros clásicos conviene verlos como meditaciones profundas sobre la luz y el color, sobre cómo alcanzar la claridad. La claridad como anhelo, pues alcanzarla supone lograr la eternidad, es decir, la muerte. Rothko exige fe, requiere creencia. Aunque sólo sea para poder sentir el poder de la revelación de que el hombre nunca podrá descifrar el misterio de lo absoluto. Por eso una mirada cínica, la mirada descreída del crítico de arte contemporáneo no logrará jamás entender a Rothko por mucho que pontifique sobre él.

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