Después de mucho ver y
contemplar e irremediablemente analizar retratos de tantos pintores aquí y
allá, antiguos y modernos y dispersos por el mundo, no puedo evitar hacerme la
misma pregunta, ¿qué es lo que ha pintado, una persona o una figura? No me lo
pregunto con ningún afán capcioso ni por deformación clasificatoria alguna ni,
mucho menos, para poder formular un juicio estético completamente ajeno a la
naturaleza de esa pregunta. Me la formulo por el simple gusto de saber y por querer
ponerme, hasta donde alcance, en el lugar de ese pintor, por conocer un poco
más de su “actitud” frente al retrato y frente al retratado.
Creo que hay un diferencia
notable entre el pintor que pinta personas y el que prefiere pintar figuras.
Para empezar, el primero debe abstenerse de echar mano de su memoria, por un
lado, y de la fotografía por el otro. El pintor que pinta personas pinta algo
que no se puede inventar y que no se puede reproducir, algo que él no ha creado
ni podrá crear nunca. La suya no es una mirada omnisciente sino más bien una
mirada sometida, supeditada a un cuerpo que vive y que, por tanto, es
imperfecto, limitado y único. En este sentido, pintar una persona es asumir un
reto fabuloso y conseguirlo, una hazaña
de proporciones épicas.
En cambio, el pintor que
pinta figuras lo hace con otra mirada que puede ayudarse de la memoria y de
cualquier otro dispositivo a su alcance. Incluso si la figura mantiene una
escrupulosa fidelidad con su modelo no dejará de ser, básicamente, una imagen,
algo que se colma en su visibilidad, en su superficie. Las hay bellísimas, como
las Madonnas de G. Bellini o las
mujeres de Puvis de Chavannes.
Las personas, sin embargo,
tienen una visibilidad externa pero una invisibilidad de fondo que solo en
contadas ocasiones puede llegar a ser desentrañada en la pintura. Creo que
ciertos pintores, algunas veces, han logrado alcanzar ese fondo y elevarlo a la
superficie, como Antonello da Messina en los viejos tiempos o Lucien Freud en
nuestros días.
Retrato de un hombre, Antonello da Messina |
Madonna Dudley, G. Bellini |
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