ANDRÉ LHOTE, LA
TERCERA VÍA DEL CUBISMO
La Escalera, óleo sobre lienzo, 1913 |
No deja de resultar intrigante la manera
en que evoluciona la popularidad –y a menudo hasta el prestigio profesional- de
algunos personajes públicos, especialmente si éstos han desarrollado cualquiera
de las actividades llamadas artísticas.
¿Por qué algunos nombres parecen estar suscritos ab aeternum al éxito y otros, en cambio, no resisten siquiera el
ímpetu del siguiente ismo? ¿Quién tiene una explicación convincente para los
vaivenes de determinados prestigios o bien para el ninguneo de otros que, con
mucha suerte, pueden aspirar todo lo más a vegetar entre el polvo de los
anaqueles de alguna biblioteca especializada?
¡Ah, la tornadiza suerte! O quizá la
suerte la construyamos entre todos. En cualquier caso, el ojo sensible, culto y
exigente no puede sino juzgar como
decepcionante que circunstancias perfectamente ajenas al arte –aunque muy
pegadas a la vida- terminen por auspiciar reputaciones inmerecidas o abortar
reconocimientos más que justos.
"14 de julio, Avignon", 1923 |
El caso de André Lhote, por ejemplo, me
parece uno de los muchos de estos últimos. Aunque hoy prácticamente nadie sepa
reconocer uno solo de sus cuadros, en los años 20 y 30 del pasado siglo su
predicamento era tan amplio que su apellido dio origen al término “lhoteismo”,
siendo Ramón Gómez de la Serna el primer intelectual español que lo utiliza. De
los 25 capítulos de su fundamental libro “Ismos” uno de ellos está dedicado íntegramente a
desentrañar el “lhoteismo”, esa tercera vía del cubismo de marcada inclinación
analítica de la que el pintor se sirvió, como patrón generador, para exhibir
una nueva figuración de carácter más “científico”.
Lhote fue, por lo demás, uno de los más
activos teóricos y críticos del arte de su tiempo, como lo demuestra su ingente
obra escrita entre la que destacan sus dos tratados, “Traité du paysage” (1939) y “Traité
de la figure” (1950) o su monografía dedicada a Corot (1923) o su antología
“Les peintres français nouveaux”
(1926).
Pintor y apóstol de un cierto tipo de
pintura sincrética, que sin romper con la tradición de la clasicidad asume
algunos de los avances que desde Cézanne hasta el cubismo de un Juan Gris se
han ido sucediendo, su labor como pedagogo en su propia Academia del barrio de
Montparnasse, abierta en 1921, hará que su influencia se sienta en algunos de
sus numerosos alumnos como Tamara de Lempicka, William Klein o un jovencísimo
Henri Cartier-Bresson. Entre los españoles su huella es incuestionable en el
Vázquez Díaz de los años veinte, en Torres García y en Pancho Cossío entre
otros.
"Bañistas", óleo sobre lienzo, 1935 |
Precisamente esa pintura de síntesis que
practica y su aversión a los dogmas estéticos han contribuido a que su lugar en
el arte de su tiempo haya estado siempre mal definido. Malentendido del que él
es, en parte, también responsable al evitar a conciencia someterse a los
dictados de los diversos estilos que practicaba. Hombre culto, cosmopolita y
profundamente independiente si por algo me gusta y reivindico su obra, además
de por su extrema sensibilidad para las bellas formas y las armonías cromáticas,
es por su firme compromiso con la vida, por haber logrado que la emoción
conviva cómodamente con el rigor y el análisis formal y por su obstinada
determinación en ser moderno sin necesidad de hacer tabla rasa con el inmenso y
rico legado de la tradición occidental.
Bodegón en el jardín, óleo sobre lienzo, 1919 |
La última oportunidad que tuvimos en
España de acercarnos a su obra fue en 2007 cuando la Fundación Mapfre le dedicó
una exposición en su sede madrileña que,
por desgracia, no pude llegar a ver.
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