martes, 29 de enero de 2013

"Las Cosas" de Borges


“Las Cosas”


El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.


Parece un soneto pero no lo es. Y de este modo comienza el trampantojo. Borges invocando a las cosas se retrata a sí mismo. En la parca y lineal enumeración de los objetos que a diario le acompañan el poeta traza su programa de vida. Así es como vemos el bastón de un hombre que se detiene ante una puerta y toca unas monedas -¿quizá las mismas que los griegos se ponían debajo de la lengua para, al morir, alcanzar el paraíso?- en el bolsillo antes de encontrar la llave que abrirá “la dócil cerradura”. Y luego, se instala en su escritorio y ve las notas escritas, la baraja de naipes y el tablero de ajedrez, sus entretenimientos más dilectos. Y repara, algo más tarde, en un libro que abre para descubrir “la ajada violeta” cuya evocación frustrada le lleva a observar la luna –“el rojo espejo occidental”- que presagia la noche cercana e invita a disfrutar de la casa al regreso del trabajo.
Morandi
Como ya nos recordara Rilke “todo está lleno de acontecer” en las cosas y más que una terca personificación en ellas por obra de Borges asistimos a una cosificación de Borges por causa de las cosas. Las cosas, más que útiles (“nos sirven como tácitos esclavos”), son misteriosas (ciegas y extrañamente sigilosas) y comparten con nosotros la ceguera y el sigilo. Lo que no comparten es la perentoriedad de nuestro destino. Y será esa dimensión ultramundana de las cosas lo que el poeta nos deje condensado en los labios como sabor final. El pareado de aire sutilmente quevedesco con que se cierra el poema no admite contrarréplica:

         “Durarán más allá de nuestro olvido;
          no sabrán nunca que nos hemos ido”.

Nota: léase el poema cada vez que, inocentemente, piense que las cosas tienen sentido.
          

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