Tengo que hablar de los muertos, así que disculpen si bajo la voz. Uno puede pasar años y años sin reparar en que ha estado menos solo de lo que se creía, de que ciertas presencias discretas pero tenaces lo han ido no solo acompañando en su vivir sino probablemente también orientando, aunque solo sea en esa forma precaria en que lo hacen los que ya no están aquí.
A los muertos de la familia de mi madre siempre los he tenido más presentes, a los de la familia de mi padre seguro que les he hecho esperar más hasta aceptar su convivencia. Pero un día también empecé a oir sus voces al yo hablar, a ver sus gestos en algunos de los míos, por ejemplo al saludar o al llevarme la mano al mentón cuando no sé qué creer.
El carácter, la personalidad, lo poco que tú mismo agregas, es una menudencia en comparación con la marca que los muertos de tu sangre te han dejado. Familiares que ni siquiera has llegado a conocer sobreviven en ti, se ponen nerviosos y escriben versos o refrenan sus instintos y alimentan deseos como tú.
Sobrevivir en los gestos, en las inflexiones de voz, en los arrebatos pero también en la manera de fumar o de besar en la boca. Es el modo en que los muertos se manifiestan y sin hacer ruido se resisten a morir.
A Böklin. La isla de los muertos. |
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