martes, 26 de diciembre de 2017

Moroni, un retratista particular

Moroni, un retratista particular

G B Moroni, El sastre, c 1570




Poco importa si es un sastre o un acaudalado comerciante de tejidos el joven que nos mira. En cambio, su condición de menestral sin complejos es, para lo que nos ocupa, mucho más significativa.
Gallardo y distinguido el personaje se nos presenta de pie con el rostro ligeramente vuelto hacia nosotros y una mirada directa y evaluativa que adivinamos recién levantada de los utensilios de trabajo dispuestos sobre su mesa. Deben de irle bien los negocios pues las ropas que luce –calzas acuchilladas de seda roja, jubón abotonado beige y puños plisados del mismo estilo español que la gorguera- denotan una opulencia semejante a la que acostumbran duques y cortesanos. He ahí parte de la razón de la asombrosa novedad de este retrato: no es solo el hecho de que Moroni le dé a un supuesto sastre la misma dignidad y el mismo noble porte que a sus más exclusivos y aristocráticos clientes y que las veces de la espada la hagan aquí unas tijeras y las de un histórico documento o mapa, un simple trozo de tela negra marcada con tiza. Si fuera solo eso el retrato sería únicamente una sofisticada burla de carácter político. En connivencia con tal propósito está el insólito hecho de que el retrato carezca de “estilo”, muy probablemente por propia decisión de su autor. Es marca de la casa la sorprendente neutralidad –no exenta de empatía- que el pintor se impone con cada uno de sus retratados. Los describe con tal naturalidad, practicando un realismo tan directo y falto de retórica o de cualquier otro atisbo de carácter que se diría los captura (con ojo de fotógrafo sin máquina) en su anónima mismidad. Lo que vemos es lo que hay, no queramos ir más allá. Su estrategia es concentrar nuestra atención en el rostro y la actitud general del sastre, en el aire que desprende, en su apostura, de ahí que el fondo sea una elegante y nebulosa mancha agrisada con toques de verdín sin más función que la de crear “intimidad”.
Moroni, y esto se pasa por alto a menudo, es un colorista consumado, un maestro en el arte de las armonías cromáticas. Lo que pasa es que también aquí es discreto: trabaja en un estrecho rango de colores (negros, grises, marrones, verdes, siempre muy mezclados) que a veces contrasta con un color más llamativo, en este caso el granate de las calzas, cuyo brillo se atempera por una iluminación convenientemente parca. El resultado es de una económica elegancia.

Con las tijeras en una mano y sujetando por la esquina una tela con la otra el joven parece tomar nuestra medida justo en el mismo momento en que nosotros tomamos la suya. Soy un trabajador manual, nos está diciendo, pero en sus palabras se presiente asimismo el deseo de ocupar un lugar en el mundo, un lugar como hombre que se ha ganado el derecho a ser retratado por un pintor de primera. Que todos los que lo miren lo sepan.         

No hay comentarios:

Publicar un comentario