La Torre Eiffel en 1889 |
La viga de hierro
laminado fue el invento con el que los ingenieros y arquitectos de finales del
XIX modificaron buena parte del paisaje que caracterizaría al mundo industrial:
las vías férreas, los puentes de grandes luces, las nuevas estaciones y hasta
los esqueletos de los rascacielos no pueden entenderse sin ella. El propio
Eiffel ya la había utilizado en sus proyectos para los puentes de Garabit y Oporto, pero no será hasta la erección de la torre que lleva su
nombre, pieza estrella de la Exposición de París de 1889 e icono más universal
de la Francia moderna, que la lámina de hierro se convierta en metáfora visual
capaz de establecer sus propias convenciones estéticas y, al tiempo, en emblema
capaz de expresar el poder tecnológico como instrumento del progreso de las
naciones.
Hay que decir que
Eiffel se mostró al principio poco receptivo a la idea de una torre tan alta
(305 metros sin la antena) y solo después de la insistencia en su viabilidad de
dos de sus socios ingenieros, Maurice Koechlin y Émile Nouguier, aceptó involucrarse
en el proyecto alegando su utilidad en el futuro como laboratorio para el
desarrollo de experimentos científicos relacionados con la meteorología, la
física o la telegrafía.
En la Torre Eiffel es
imposible diferenciar el aspecto externo de su estructura interna, pues toda la
obra está concebida como una red estructural de vigas y piezas metálicas cuyo
fin principal es aportar estabilidad sin dejar de sugerir levedad. Su diseño
obedece a una idea muy francesa: la simetría. Y tanto sus osadas dimensiones como
el material de su factura declaran la aspiración de volver a situar a Francia a
la vanguardia de la modernidad, muy amenazada por el empuje de los Estados
Unidos de América.
La torre vista desde el Campo de Marte |
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