sábado, 25 de julio de 2015

Antonio Montalvo o el veneno de la pintura


La serpiente de bronce, óleo sobre tela, 2015


La pintura de Antonio Montalvo nos traslada a un mundo sin tiempo, a una acronía vaga que termina por desdibujar también los mismos límites del espacio. La visión de sus cuadros impone entonces el silencio del desconcierto y, en todo caso, nos obliga a bajar la voz y refrenar el paso por unos terrenos para los que no hay mapas.
Montalvo es un superdotado bisbiseador de historias únicas, cautelosas y reservadas, con principio y fin en el propio lienzo, y ante las cuales conviene estar siempre un poco precavidos. Su realismo es una máscara y también una coraza: disfraza de posible lo que, en verdad, es imposible y con él se protege de la fatuidad de su tiempo. Sus cuadros suelen ser lecciones de cultura y en todos acecha una ligera advertencia.
En este, por ejemplo, de tan bíblico título, toma prestado un relato del Antiguo Testamento que el lienzo apoyado frente al desnudo sedente manifiesta a las claras y sin ninguna reserva. Una bella copia de un fragmento del gran cuadro que Anton van Dyck pintara sobre idéntico asunto. Dios castiga a su pueblo por su poca fe enviándoles serpientes venenosas y Moisés termina por salvarlo levantando una vara con una serpiente de bronce a modo de antídoto redentor. Quien la mire se salva. Sin embargo, no parece ser ése el caso de la figura desnuda de espaldas, herida en el costado quizá por mordedura, que bien por desconocimiento o bien por incredulidad no solo no mira al ídolo metálico sino que agacha la cabeza hasta hacerla desaparecer por detrás de sus hombros y así nos oculta su identidad y su derrota.


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