FOUJITA, PINTOR GATUNO
En
París Foujita ejerce de genuino japonés: gafas redondas, el típico sombrero Kasa, rectilíneo corte de pelo,
pendientes de aro en las orejas, vistosos kimonos, una prodigiosa destreza
manual, elegante exotismo y una gran capacidad de asimilación. Con el tiempo,
esa misma capacidad hará de él un auténtico parisiense: mirada despiadada,
espíritu permanentemente insatisfecho, siempre presto al ataque para organizar
su defensa y destinando las noches al trabajo o al placer pero jamás al sueño.
Gracias
a una justicia compensatoria Foujita restituye al Impresionismo lo que éste
saqueó, cincuenta años antes, al pintor Utamaro y compañía. Si tienen algo los
retratos de Foujita es una increíble mezcla de encanto decorativo y penetración
psicológica.
Arribado
a Francia en 1913, Foujita triunfa al poco de exponer en París en 1917. Los
años veinte lo verán auparse como un consumado y peculiar cronista de época.
Pero en donde, en mi opinión, no tiene rival es como pintor de animales, especialmente
perro y gatos. A medida que su siglo se va haciendo más perverso su amor por
los animales va creciendo (¿es esto acaso una señal de decadencia o una
esperanza en el horizonte?).
Observen,
si no, estos dos autorretratos con gato: ¿no observan una curiosa similitud en
las miradas, a la par astutas e ingenuas, una iluminación y coloración
demasiado parecidas, algún diente fuera de las bocas?
Foujita
hace como si dejara correr el trazo firme y seguro, nunca rectificado, para
luego extender las sombras como con un algodón hasta hacerlas independientes de
sus originarias formas. Igual que un mago que ejerciera un arte simple y
pérfido, aprendido probablemente de tanto mirar a los gatos.
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