jueves, 24 de mayo de 2012

Un Aristocrático Cambiazo



el conde detenido

Estas cosas pueden pasar en cualquier sitio pero si pasan en Italia parece que pasan en el lugar más adecuado. Aristocracia decadente, patrimonio artístico desbordante y un poco demasiado accesible, codicia incontenible, dos o tres carabinieri y un muy relajado sentido de la amistad: podrían ser los ingredientes de una película, pongamos, de Visconti; solo que la pinta del protagonista, el conde Barozzi, más bien encajaría en un film de James Bond, y de los rancios. Un personaje, el suyo, que perfectamente podría haber representado David Niven.
Ya lo poco que se adivina de su camisa da mucho que pensar. Y nada bueno, por cierto. ¿Qué se puede esperar de un señor, por muy amigo tuyo que sea, que a su edad se atreve a ir de esa guisa por el mundo?
Cristiano Barozzi, septuagenario en años pero con unas jovencísimas ansias de seguir acumulando euros, robaba cuadros y objetos de arte por el arraigado método del cambiazo. 41 obras de muy diversa índole -paisajes a lo Guardi, telas de la escuela de Tintoretto, un Carlevaris, un Marco Ricci, mobiliario antiguo, etc- que fotografiaba y grababa en video cuando los dueños de la casa, confiando en la amistad, lo dejaban solo. Por lo visto, el conde Barozzi presumía de sensibilidad y buen gusto artístico y a sus amigos les enternecía verlo disfrutar tanto delante de sus cuadros. Así se ha pasado los últimos diez años de su larga vida entrando muchas veces en palacios y villas de recreo de Venecia y sus lacustres alrededores, en ocasiones acompañado de algún criado que no actuaba más que de compinche, y tomando fotos que luego le servían para hacer reproducciones idénticas de forma digital que sustituía por los originales previamente cortados con preciso cálculo. Respetaba el marco, los envejecía con barnices y betunes y se cuidaba de que fueran obras por lo general mal iluminadas, colgadas en ángulos oscuros o en lugares de paso. Las viejas familias de la nobleza veneciana están cargadas de obras así y cada vez prestan menos atención a sus patrimonios privados, quizá porque sus ojos ya no están educados para ello.
Y como en las películas, fue un mayordomo el que terminó por cambiar el guión y exigir un papel de mayor protagonismo. Uno de esos mayordomos que por un poco más de dinero (el conde sólo pagaba 1500 euros por timo) no tiene inconveniente en admitir públicamente su complicidad en los hechos.
Según parece, las obras robadas se están recuperando poco a poco en el siempre turbio mercado internacional del arte. Sin embargo, la recuperación del prestigio y buen nombre del apellido Barozzi es bastante probable que tarde algún tiempo más en llegar. Un título este, el de Conde de Santorini, que viene de antiguo, nada menos que de un familiar que ocho siglos atrás fue nombrado Barón de Santorini por el emperador bizantino de la época. Y que ha dado, a lo largo de la historia, generales, patriarcas, obispos, intelectuales y matemáticos de renombre a la familia que ahora ha venido a acabar -como tantas otras cosas- en el más plebeyo y bajuno de los escalafones: el del estafador bronceado en la tienda de rayos uva.

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