Son muchas las cosas para las que el arte es inútil. No
devuelve la vida a los muertos ni logra la paz donde se propaga la guerra. No
puede dar agua al que agoniza de sed ni sombra al que vive en una tierra sin
árboles. No cura el cáncer o el sida ni detiene el avance de la desertización
planetaria. Y aún así su valor es incalculable: es capaz de parar nuestro paso,
de hacernos conscientes de nuestra propia vulnerabilidad como seres humanos y
de nuestra capacidad como seres sensibles, de dejarnos muchas veces sin
aliento. Tiene su manera de curar las heridas y de mostrarnos, incluso, que no
todas las heridas necesitan curarse, de que una cicatriz bien llevada puede, a
veces, mejorar nuestro aspecto. Y, sin duda, nos socorre y alivia el daño de
las desdichas que sin excepción a todos nos infligirá la vida.
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