martes, 14 de mayo de 2013

Grimaldi S.A.

Resulta palmario que Alberto de Mónaco ha estado de vacaciones en Dubai, ese oasis del capitalismo en pleno desierto arábigo, y paseando por Palm Island y por Jumeirah Beach ha terminado de comprender lo que la minúscula pero boyante roca heredada de su padre necesita. En realidad, no ha tenido que esforzarse mucho, simplemente hacer algún retoque de remozado y, por supuesto, procurarse una coartada tan de actualidad como el "ecologismo", para encontrar el camino que ya el príncipe Rainiero había transitado en sus años mozos: construir hacia arriba emporios de lujo que el escaso suelo familiar no permitía estirar hacia lo largo y lo ancho. Así fue como reanimó aquel pequeño y decadente balneario del Gotha europeo después de la Segunda Guerra Mundial. Y como, de paso, terminó por convertirlo en segunda residencia privilegiada para el dinero a espuertas de dudoso origen. Una operación que, por cierto, cerró con una jugada de cine: amancebado con el ladrillo optó, en cambio, por casarse con una elegante actriz de Hollywood que supo vender mejor que nadie lo que ese ladrillo construía. Y la operación funcionó, al menos hasta que los ecos de aquella cariátide dejaron de oírse. 
barrio de Fontvieille, Mónaco.
Ahora el hijo de la actriz con óscar y del empresario de una roca con título quiere, de nuevo, hacer caja, quizá porque la competencia del negocio del lujo se está llevando a los mejores clientes a otras terrazas con vistas a mares más tranquilos y lejanos. Y como su padre apenas dejó un palmo de roca sin construir, se le ha ocurrido expandir su negocio por el mar. Pero ya digo, ni siquiera la idea es suya, pues el nuevo y espectacular barrio residencial y comercial y ecológico y parcialmente submarino que impulsa desde su festivo trono no es más que la prolongación gigantesca del área de Fontvieille que ya su padre había encargado al arquitecto Manfredi Nicoletti para que se lo quitara al mar. Solo que ahora el hijo amenaza a lo grande: 350.000 metros cuadrados robados a un mar que nuestros antepasados romanos llamaban nostrum para levantar sobre él un meganegocio básicamente suyo y de algún que otro buen amigo de ocasión.
megaproyecto
Un meganegocio que no solo crecerá por encima del mar sino también por debajo (solo la parte submarina del proyecto está presupuestada en unos mil millones de euros) y un meganegocio donde la ecología servirá de oportunísimo barniz capaz de maquillar la codicia. El coste total del proyecto calculan que superará los 15.000 millones de euros y para ello el príncipe (de limitados recursos) espera convencer a inversores y constructores de medio mundo ofreciéndoles la explotación de la parte más rentable de los espacios comerciales y los servicios consagrados al disfrute de lo que los millonarios entienden por lujo.
No hace falta añadir que a las puertas del Palacio Magnífico de Montecarlo ya han llamado los más pizpiretos estudios de arquitectura high-tech del mundo y parece ser que el gato se lo llevará al agua (¿captan la intención?) Norman Foster o Daniel Libeskind, que para el caso tanto da. 
Está claro que en Mónaco saben que las llaves del dinero están en el fondo del mar. Matarile-rile-ron. Chimpón.

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