La tarde del jueves 5 de abril presentamos en el Museo de Alcalá de Guadaira el esperado libro de "Conversaciones con Félix de Cárdenas" así como la exposición panorámica de su obra "Caligrafías de la emoción". Fue un doble acto emocionante y de justicia para con su figura y su obra en el que estuvimos rodeados de muchos de sus compañeros pintores y de buena parte de su familia. Quiero dejar aquí recogidas las palabras que pronuncié en el acto de presentación:
Muy buenas tardes a todos. Es esta la cuarta ocasión que
tenemos de presentar un libro y una exposición en este museo de Alcalá de
Guadaira de un artista andaluz de larga trayectoria y calidad incontestable y
agradezco a todos su presencia hoy aquí. Pero quisiera, en mis agradecimientos,
hacer una expresa mención al equipo humano de este museo, al que, después de
tantos años, considero ya como parte de mi familia y así me siento tratado
también por él: a Cecilia, Inmaculada, Javier y a su director, Paco Mantecón
con quienes es siempre un placer y una suerte tratar de asuntos culturales en
unos tiempos tan poco proclives a la cultura.
Este cuarto volumen de conversaciones que tienen ahora en sus
manos viene a integrarse a una colección que llamamos “Palabra de pintor” y que -perdonen la inmodestia- no tiene
equivalente en ninguna otra ciudad o institución andaluzas de nuestro tiempo.
Que yo sepa solo hacen algo parecido a esta colección, hoy en día, el Gobierno
de Navarra y el Instituto Valenciano de Arte Moderno. Esto es algo que, como
dicen ahora, hay que poner en valor y de lo que muchos en esta tierra no son del
todo conscientes todavía. Son libros de lenta y concienzuda elaboración: las
conversaciones se desarrollan durante aproximadamente un año en largas sesiones
de una hora o más. Y una vez grabadas éstas, dedico otro año a darles forma en
el ordenador. El resultado es una suerte de biografía contada en primera
persona por el propio artista en la que se abordan no solo cuestiones
estéticas, sociales y culturales sino también de carácter más íntimo y
personal. Lo que contribuye a que, al final de la lectura, se tenga la
impresión de conocer, de primera mano, las claves artísticas y vitales que
definen y justifican la obra del artista en cuestión.
En este caso, y por desgracia, el libro también ha adquirido
un valor de testamento que quizá lo hace, todavía si cabe, más singular e
interesante. Félix de Cárdenas, el protagonista de este libro y de esta
magnífica exposición, se nos fue en el transcurso de su elaboración, cuando aun
nos quedaban algunas cosas importantes por tratar. En todo caso, en él han
quedado para siempre recogidas sus últimas reflexiones sobre lo que fue su
intensa vida y su extraordinario trabajo. De muchas de las cosas que su
repentina muerte no nos permitió hablar he podido, sin embargo, seguir tratando
con sus amigos más cercanos que, por eso mismo, he querido incluir también como
co-protagonistas en este libro. Su galerista más íntimo como es Félix Gómez y
tres de sus colegas más queridos, el también recientemente desaparecido Joaquín
Sáenz, Manolo Sánchez y Fernando Ruiz Monedero, a los que yo llamo la “laica
trinidad” por ser padre, hijo y hermano artísticos de Félix respectivamente.
Félix de Cárdenas era un idealista, y como todos los
idealistas se llevaba mal con la realidad. Tenía con ella una relación
problemática que por analogía y, también por coherencia ética, trasladaba a su
pintura. Su figuración no es estrictamente realista
sino más bien idealista. Ni imita lo
que ve ni crea en el vacío. Félix dibujaba o pintaba olvidando a propósito las
apariencias y poniendo el foco en la esencia misma de la cosa. La imagen, el
motivo, ya fuera éste una de las sugestivas barcas que nos rodean, o un molino
o una rica fruta o un pecho de mujer con forma de montaña va tomando cuerpo,
acercándose a su plenitud, en paralelo al resto del cuadro, al entorno
atmosférico que lo envuelve. Pintar la esencia de la barca, la esencia de la
fruta, la idea de cuerpo de mujer sin olvidar el misterio que a todos los
envuelve. Sin duda, una tarea al alcance de muy pocos y que Félix de Cárdenas
logró, con rigor y mucho trabajo, alcanzar. No quisiera terminar estas palabras
sin recordar su faceta de aguafortista que a mí me parece fundamental. No creo
exagerar si digo que fue el mejor de su generación y que en algunos de sus
grabados alcanzó el nivel técnico y el grado de inspiración de un Rembrandt, de
un Goya o de un Morandi, tres de sus más admirados maestros. Amaba la alquimia
del taller, le gustaba respirar el perfume del oficio y sentía una profunda
emoción por los útiles de grabar.
Siento de veras su ausencia que considero un abuso
imperdonable de la vida y lamento en lo más hondo verme obligado a cobrar un
protagonismo por este libro y por esta exposición que no me pertenece y que en
justicia le corresponde solo a él. Me queda, nos queda el consuelo de que en
sus cuadros y en el libro sigue y seguirá vivo para siempre. ¡Viva Félix de
Cárdenas!
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