La mayoría de los
dibujos de Rosso Fiorentino son estudios de figuras, a menudo desnudas, que con
bastante probabilidad servían de ensayo o preparativo a pinturas de mayor
tamaño y complejidad. Sin embargo, esto no fue así en todos los casos. Este
dibujo, no. 6478f del inventario del Gabinetto dei Disegni de los Uffizi, tiene
trazas de ser un dibujo independiente de carácter más privado o espontáneo hecho
seguramente por el artista para probar gestos y actitudes que le interesaban
por cualquier motivo.
Si nos fijamos en este
dibujo hecho a lápiz de sanguina sobre papel (37x17,8 cm) es, más que nada,
porque ya en él se pueden observar los rasgos principales del modo de hacer un
tanto excéntrico que caracterizará la
primera etapa de la pintura de Rosso. Fechado alrededor de 1522, antes de su
viaje a Roma donde coincidirá con Miguel Ángel, en él se representa a una mujer
desnuda en una artificiosa postura claramente antiacadémica, opuesta al ideal
que imperaba en su época. No olvidemos que Rosso se forma en el taller de
Andrea del Sarto en un ambiente artístico en el que la imagen del cuerpo era
tratada como compendio de las virtudes humanas a través de técnicas y recursos
pictóricos cada vez más sofisticados y orientados a conseguir una potente,
emocionante y absolutamente ilusoria simulación de presencia. En este sentido
habría que recordar las palabras que Angelo Poliziano dedicó a Fra Filippo
Lippi en su epitafio: “con mis dedos animaba las pinturas sin vida y tan bien
engañaba a la mente que ésta esperaba que hablasen”. En definitiva, dedos de
pintor, ejercitados a conciencia para que el esplendor de la vida brille en
cuerpos inertes.
Contra estos supuestos
es contra los que se revolverá un pintor como Rosso Fiorentino, que siempre vio
con irónica desconfianza la propensión de ciertos colegas a creerse divinos y a alimentar ese culto. Para
Rosso el impulso de la creación artística, lejos de estar motivado por una
“divina inspiración”, se aproxima peligrosamente a un estado de “sombría
locura”, a una suerte de posesión, a lo que en italiano se llama estar
“spiritato”.
Esta mujer del dibujo
de Rosso en absoluto cumple con la normativa canónica del cuerpo renacentista
que seguía, de algún modo, vinculada aún a la estética petrarquista del ideal
femenino. Muy al contrario, en ella se evidencian la vulnerabilidad de la carne
y las primeras señales de los estragos de la edad. Tanto su actitud corporal
como su expresión facial nos llevan a pensar en la finitud de la vida y a tomar
conciencia de la cercanía de la muerte.
La técnica del dibujo
enfatiza los atributos distintivos del cuerpo femenino (pechos, glúteos,
vientre y rostro) sin idealización alguna, más bien al contrario, y el rostro
en concreto está imbuido de una tristeza profunda en la mirada que roza la
desesperación. Lo que el pintor parece querer resaltar es la materialidad de un
cuerpo que obedece a un característico pathos
que lo hace ostensiblemente distinto de los divinos cuerpos heroicos de los
dibujos de un Miguel Ángel, por ejemplo.
Aunque esta pobre mujer
desnuda no nos parezca grotesca, su angustiada presencia y su anti-idealizada
pose nos sugieren una concepción patética
de la vida, de alguna manera parecida a la poesía naturalista y un tanto
paródica de un poeta contemporáneo como Francesco Berni.
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