Como ya Vasari
sabía, el abuso de la memoria en la práctica del dibujo explicaba el diseño de
muchas de las figuras humanas de artistas que se imponían imaginar cuerpos ideales, infinitamente más bellos que los que un
ojo físico y mortal pudiera aquilatar en el estudio. Cuerpos, a menudo,
heroicos o sublimes que adoptaban posturas tan caprichosas como difícilmente
concebibles en un trabajo del natural. Una prueba más, por supuesto, de que el
arte supera a la naturaleza.
Pero una
costumbre, la de la composición de cuerpos alla
fantasia, que obligaba al pintor a vestir de carne a su figura en vez de a
construirla desde su propio esqueleto estructural. Una concepción del cuerpo,
en definitiva, externa, envolvente, opuesta a la visión anatómica. En este
sentido, habría que recordar lo que decía un teórico y estudioso del asunto
como Paolo Pino en su “Dialogo di Pittura”
(1548): “un cadáver está primeramente organizado como anatomía y luego como
corteza carnal, y en él podemos distinguir venas, tendones, arterias,
ligamentos y órganos –sus verdaderos componentes- que posibilitan que alcance
la calidad de conjunto perfectamente coordinado”.
Ilustración del libro de Vesalius |
Antes de que
Vesalius sistematizara el estudio de la anatomía a través del método de la
disección en su obra maestra “De Humani
Corporis Fabrica” en 1543 (por cierto, dedicada al emperador Carlos V) la
práctica disectiva seguía socialmente degradada y se la juzgaba como un
ejercicio infamante. El propio Vesalius intentó desligarla de todo aquello que
oliera a ocultismo. Una obra tan canónica como las “Vidas” del ya citado Vasari
tampoco evita la tentación de abundar en el lado macabro de la anatomía que el
humanista italiano asocia a ciertos artistas de temperamento obsesivo y
enfermizo. Artistas entre los que Gian Paolo Lomazzo incluye a Miguel Ángel. En
uno de los últimos retratos literarios que el gran Buonarroti tuvo que sufrir
Lomazzo lo presenta como un ser “melancólico” cuyas “terribles figuras parecen
sacadas de los secretos más profundos de la anatomía”.
Leonardo da
Vinci será otro de los insignes que no podrá escapar de la maldición anatómica : en 1515, estando en Roma entre el séquito de
Giuliano de Medici, fue denunciado ante el Papa por uno de sus propios
asistentes simplemente por haberse interesado en la investigación organológica.
Y se le prohibió practicar ninguna nueva disección.
copia de Sangallo de la Batalla de Cascina |
En cuanto a su
eterno rival, y no obstante, colega de fatigas artísticas, Miguel Ángel,
sabemos gracias al Anonimo
Magliabechiano de los rumores y maledicencias más o menos escandalosas que
salpicaron sus labores disectivas. Parece ser que cuando se encontraba
embarcado en la realización de la “Batalla de Cascina” entró un día en “una
cripta donde había muchos cuerpos depositados y allí mismo se puso a hacer
anatomías cortando y desmembrando algunos de ellos”. Pero resultó que uno de
esos cadáveres sin nombre era el de un extraviado miembro de la poderosa
familia Corsini al que, en concreto, había desollado. Tal transgresión, por lo
visto, causó la ira y la indignación de sus parientes vivos que no pararon
hasta ver al artista fuera de la ciudad.
Y Rosso
Fiorentino, siempre un paso por delante en la asunción de riesgos, va más lejos
y se atreve a incluir cuerpos explícitamente cadavéricos en varias de sus
composiciones religiosas (ver “Virgen con el Niño, Sta Ana y S. Juan” del
County Museum of Art de Los Ángeles o el San Jerónimo del retablo Buonafede, hoy en los Uffizi, o el
anciano San Roque dando limosna a los pobres del dibujo homónimo del Louvre).
Es como si el pintor se empeñara en demostrar que es posible, con los únicos
medios del arte, “hacer de algo muerto una presencia viva”, por emplear la
célebre frase de Francesco Lancilotti.
Copia del San Roque de Rosso Fiorentino |
Y así, de
nuevo, el pintor como un reanimador, un recreador de vida, alguien que se ve
capaz de revocar el trabajo de la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario