jueves, 26 de enero de 2023

Arte Tribal/Arte Occidental

 


Decir, como dijo Picasso, que "la escultura primitiva nunca ha sido superada" es, en última instancia, una afirmación absurda, entre otras cosas porque seguramente nunca se concibió ni realizó como “escultura”.  Reconocer que las tallas tribales, que Rubin las considera como "iconos" y no como "narraciones", tienen genio y combinan lo racional y lo mágico de una extraña manera provocativa, es una cosa, pero decir que cualquier objeto o grupo de objetos tribales de la exposición que comisarió para el MoMA en 1984[1] puede estar al mismo nivel que las obras que son, a la vez, icónicas y narrativas, como los frontones de Zeus de Olimpia o la Capilla de los Medici de Miguel Ángel, por poner dos ejemplos conocidos, es pecar en exceso de negligencia y perder de vista la riqueza de nuestra propia complejidad como cultura occidental.

Y luego está la cuestión, interesantísima, del supuesto efecto apotropaico del arte tribal. Una razón que puede explicar, en parte, la fascinación que ha ejercido en Occidente. En su muy reveladora explicación de las "Demoiselles d'Avignon", que Picasso describió más tarde como su "primer cuadro de exorcismo", Rubin cita la declaración del artista a André Malraux de que las máscaras tribales eran "intercesores" contra todo tipo de espíritus desconocidos y amenazantes ''. “Si damos forma a estos espíritus '', dijo Picasso,  “nos podemos liberar”. En el momento en que Picasso tuvo la revelación de que el arte primitivo era apotropaico (diseñado para evitar o conjurar el mal), pudo sentir una cierta liberación de sí mismo.

La cuestión de la intención apotropaica[2] del arte primitivo es tan controvertida como lo puedan ser sus relaciones con el arte occidental. Ciertamente, una gran parte del arte tribal no estaba destinado a este propósito. Sin embargo, sí es cierto que muchas palabras y gestos humanos tienen alguna función apotropaica  (son, de alguna manera, un intento de aliviar la ansiedad, cortejar, persuadir, confrontar o golpear los poderes de las tinieblas) entonces, ¿por qué no van a poder tener esa intención curativa, sanadora muchas de las obras tribales? Aceptando, a priori, que no es ese un criterio válido de valoración artística sí, en cambio, es una derivada a tener en cuenta en la intención de la obra. Ciertamente,  detalles formales como la frontalidad y las distorsiones del arte primitivo han sido experimentadas por artistas occidentales modernos como recursos para nombrar lo innombrable y así, al menos por un momento, poder mantenerlo a raya.

 

 



[1] Primitivismo en el arte del siglo XX. Afinidad de lo tribal y lo moderno fue su título.

[2] Efecto apotropaico es un término antropológico para describir un fenómeno cultural que se expresa como mecanismo de defensa mágico o sobrenatural evidenciado en determinados actos, rituales, objetos o frases formularias, consistente en alejar el mal o protegerse de él, de los malos espíritus o una acción mágica maligna en particular, purificándose (catarsis) con este rito u objeto ritual.

El término deriva del verbo griego αποτρέπειν (apotrépein ‘alejarse’), y se relaciona fundamentalmente con la necesidad psicológica de hallar cierta seguridad ante lo incierto y desconocido, lo que comúnmente se relaciona con lo peligroso y posiblemente dañino.

 

jueves, 19 de enero de 2023

Paisaje, distancia e identidad. Irene Sánchez Moreno, Alba Cortés y Miguel Gómez Losada

 Hace unos dos meses el crítico y comisario de arte Guillermo Amaya me pidió un texto de sala para la exposición "Paisaje, distancia y entidad" que reunió a tres artistas muy queridos por mí, Irene Sánchez Moreno, Alba Cortés y Miguel Gómez Losada en el peculiar espacio de la recién abierta galería Domo, en Sevilla. Este es el texto en cuestión. 

                                            Irene Sánchez Moreno


“En un paisaje no hay nada que comprender, se nos presenta vacío de razón” afirmaba Ruskin en uno de sus textos más conocidos[1] y Hodler, gran paisajista, añade ratificando lo anterior: “reproducimos lo que amamos; la emoción es una de las primeras causas que determinan a un pintor a hacer una obra”[2]. El paisaje, digámoslo desde el principio, no es la naturaleza sino, en todo caso, una elaboración personal que el artista ejecuta a partir de lo que ve o siente al contemplar un lugar o la imagen de un lugar. En la pintura de paisaje el artista, por tanto, accede a la naturaleza por medio de una operación estética. Esta experiencia estética acarrea, en términos históricos, una vinculación nueva del ser humano con la propia naturaleza que, así, puede ser vista como una entidad anímica o emocional, a veces de resonancias épicas o sublimes, como queda patente por ejemplo en ciertas obras de Irene Sánchez Moreno o Alba Cortés, presentes las dos pintoras en esta exposición, y otras como escenificación del deseo o la nostalgia, siempre en un sutil equilibrio entre naturaleza y cultura, como es el caso de Miguel Gómez Losada, el tercero de los artistas que completa esta concisa y excelente colectiva.

Contra lo que pudiera parecer el paisajismo tanto de I.S.M. como de A.C. no es un paisajismo topográfico, interesado en la descripción física de accidentes geográficos por muy pintorescos o sugestivos que puedan resultar a la mirada. Si en los parajes alpestres de I.S.M. se adivina una inclinación por el carácter inmutable de la naturaleza y su condición de enigma frente a lo transitorio y efímero que distingue a la condición humana, en el paisajismo de A.C. cobran fuerza intereses de alcance netamente posmoderno como son la descontextualización de fragmentos naturales o la reinterpretación de imágenes virtuales procedentes de cámaras ultravioletas pasadas al óleo.

                                            Alba Cortés en su estudio

Caso muy distinto es el de M.G.L. Su poética del paisaje –yo diría de toda su pintura- se nutre de la sorprendente combinación de lo aparentemente sólido con lo elusivo y hasta intangible. Su imaginería parece circundada por un aura romántica u onírica de tal potencia que lleva a sus imágenes al borde de la disolución, como si estuvieran en un tris de desaparecer delante de nuestros ojos. Ficciones románticas son lo que parecen.

Por último, creo que resulta pertinente enfatizar el hecho de que los tres pintores tengan por costumbre partir, para su trabajo, de originales fotográficos ajenos consiguiendo, así, que sus imágenes se distancien necesariamente de la experiencia personal. Una manera de abundar en la tesis posmoderna de que la realidad es siempre problemática y se desenvuelve de manera más neta en nuestra mente que en eso que hemos dado en llamar mundo exterior.   

                                            Miguel Gómez Losada

                                                                                  

 



[1] Ruskin, John, Los Pintores Modernos. El paisaje, Valencia, Prometeo, 1913, p. 8

[2] Hodler, Ferdinand, La misión del artista, Palma de Mallorca, José J. de Oñaleta editor, 2009, p. 9