A lo largo
del siglo XVI en la Italia renacentista la capacidad de infundir “animación”
–una especie de pálpito espiritual- a la figura se consideraba el rasgo más
parecido al poder creador de Dios que un artista podía tener y, por
consiguiente, era la prueba de fuego que todo artista debía superar si quería
verse ungido por el título de “divino”.
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ignudi, M. A. |
En realidad,
la noción de “divino” aplicada al arte era un lugar común en el léxico de los
artistas y escritores italianos del Renacimiento, algo que flotaba en el aire
de Roma, especialmente durante la primera mitad del siglo XVI. Recuérdese, por
poner sólo dos ejemplos, la alusión a Miguel Ángel en el Orlando Furioso de Ludovico Ariosto (1516), “Michel più che mortal Angel divino” o las palabras de Vasari abundando
en el carácter sobrehumano de Miguel Ángel y empleando a conciencia la palabra
“divino”, “divinissime mani di
Michelangelo”.
Y, en
efecto, esa capacidad en Miguel Ángel era un don, un don reconocido hasta por
sus más duros enemigos, que eran unos cuantos. El más viperino de ellos, Pietro
Aretino, lo utilizó incluso para acusarlo de profanador de templos.
Aprovechando la polémica que suscitó la interpretación clásica que del Juicio Final
hace el pintor en sus trabajos para la Capilla Sixtina, Aretino se pregunta
públicamente “¿Cómo es posible que el mismo Miguel Ángel de tanta fama y
notable prudencia (…) haya preferido mostrar antes al público la perfección de
su arte que la infidelidad de los impíos?”. En el fondo, lo que Aretino viene a
decir es que el artista, amparándose en su gran
estilo trufado de recursos paganos, convirtió el más importante de los
hechos de la historia sagrada (el Juicio Final) en un burdel. Una manera
retorcidamente irónica de poner en duda la divinidad
de Miguel Ángel como artista.
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ignudi, M. A. |
Bromas (de
mal gusto) aparte, lo que a nosotros nos resulta claro es que las figuras de
Miguel Ángel parecen estar concebidas más como “fantasías prometeicas” que como
modelos humanos. Los frescos de la Capilla Sixtina dan buena prueba de lo que
digo. Y esa capacidad, la más singular de todas las que poseía, contribuyó como
ninguna otra a extender la idea de su sobrehumanidad,
de su divinidad como artista. La
analogía estaba clara: Miguel Ángel actúa en sus figuras como Dios en el
hombre, dando vida.
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