Por lo que acabamos de ver en Málaga David Salle parece no
cansarse de ser David Salle desde hace ya demasiado tiempo. Y la verdad,
aburrre.
Si algo viene a corroborar su última cita española (todavía
vigente en el CAC malagueño) es que aquella centrifugadora de referencias y
maneras (en la que se amalgamaba por igual a Baldessari o Rosenquist con
Picasso, Picabia o el mismísimo Pontormo) a la que algunos llamaron, con cierta
graciosa precipitación, “postmodernismo” está hoy algo más que averiada y a
efectos de creatividad artística es una vía prácticamente estéril, un callejón
sin salida.
Si hacemos el ejercicio de comparar las 32 pinturas expuestas
en el CAC (fechadas entre 1992 y 2015) no solo con la retrospectiva que le
dedicara el Guggenheim de Bilbao en
el 2000, sino incluso con las dos exposiciones que a principios y mediados de
los noventa (92 y 96) organizó Soledad Lorenzo en su galería madrileña, nos
encontramos con que no hay apenas nada significativamente distinto en lo que
fijarse. La misma estrategia creativa basada en la cita, la fragmentación, el
uso de la fotografía escenificada y hasta del pastiche. Todo de rancio sabor
pop. Incluso la misma paleta de color: cruda, agria, velada, ligeramente
insultante y tendente a la grisalla (quizá lo más interesante, pese a todo, de
este pintor) es la misma a la que nos tiene acostumbrados desde hace varias
décadas.
Con resultar todo lo dicho nada estimulante, lo que más nos
irrita es su presunto cinismo, una actitud de “chico malo” que insiste en
forzar una supuesta provocación de la mirada que termina, ya lo hemos dicho,
por aburrir.
En definitiva, una estética postmoderna de corto aliento y
ningún futuro, lejos, muy lejos de cualquier posibilidad de poesía o trascendencia.
Siento decirlo, pero David Salle ha terminado por cansarme de
no gustarme.
Estoy de acuerdo contigo Fran, sus forzados "guiños fragmentados" en esta sociedad globalizada -para bien o para mal-, ya no aportan nada nuevo ni emocionan.
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