Corot, Mujer Italiana, c 1870 |
Corot y Daumier, aunque sus trayectorias como
artistas fueran muy distintas, compartieron una misma y curiosa desgracia: la
exagerada admiración de un público que ignoraba casi por completo sus más
serios e inspirados trabajos.
En los últimos veinte años de su vida y
durante, al menos, los cincuenta años posteriores a su muerte la reputación
popular de Corot dependió de unos paisajes en los que unos flácidos árboles
cercanos a unas riberas en sombra aparecían velados por las nieblas del
amanecer o de la tarde. Plateadas, seductoras, tiernamente verdigrises estas
escenas desprendían una poesía obvia y sentimental que, una vez desgastada su
novedad, se convertiría en la única cualidad exigida a Corot. Y Corot cedió a
la demanda.
Más aún que Corot, Daumier sufrió la
popularidad de una parte de su obra que él mismo llegó a despreciar, sus
litografías. Hacia 1835 se había convertido en uno de los dibujantes políticos
más admirados y temidos de Francia. Ya en 1870 había compuesto alrededor de 5000
historietas cómicas, litografías satíricas y xilografías. Estos trabajos
constituyeron prácticamente su única fuente de ingresos por mucho que él los
considerara simples medios de supervivencia, con el inconveniente añadido de
que subestimaban su valor como artista plástico. Y uno puede entender
fácilmente su disgusto, pues le mantuvieron alejado de la única disciplina que
le interesaba de verdad, la pintura.
Se da la circunstancia de que Corot y Daumier
sentían una mutua devoción por la pintura del otro aunque sus vidas y
personalidades no podían ser más divergentes. De hecho, el más bello elogio de
Daumier fue obra de Corot, y sin necesidad de decir una sola palabra. Nos
cuenta el crítico Champfleury: “ El bueno de Corot en su habitación no tenía
más que dos cuadros: uno era un retrato de su madre, el otro, el cuadro
titulado “Los abogados”, aquella escena de Daumier que tanto le gustaba a Gambetta. Así, cuando el paisajista se
levantaba le ofrecía un rápido pensamiento a su querida vieja madre y un guiño
de camarada a la recia escena de su amigo Daumier. Y, luego, comenzaba contento
el día”.
Daumier, Los abogados, c 1865 |
No hay comentarios:
Publicar un comentario