A menudo he visto el nombre de
Mendelsohn en la lista de los arquitectos presuntamente expresionistas. Es una
simplificación errada, con toda seguridad, producto de las prisas. Si en algo
destacan las construcciones de este artista es en la rigurosa adecuación al uso
para el que fueron concebidas. Una adecuación, sin duda, original, creativa y
llena de talento.
Su trayectoria pasó, como es natural,
por varias fases pero esta obra genial de juventud (tenía 31 años cuando se la
encargaron) es, en parte, deudora de la concepción ideológica y plástica que
Henry van der Velde aplicara a su tan elogiado como desgraciado teatro de
Colonia que en 1913 le encomendara la Deutscher
Werkbund. Cuando la ¡ª Guerra Mundial finaliza Mendelsohn ya había fraguado
las líneas maestras de su vocabulario edilicio en las que siempre destacaron el
dinamismo de las formas así como el modo en que logran fusionarse las partes
con el todo. Sin embargo, no había tenido muchas oportunidades de ver
levantadas sus ideas por falta de encargos. No será hasta 1917, cuando el
Instituto de Astrofísica de Potsdam le ofrezca diseñar la Torre Einstein, que
Mendelsohn demuestre cómo sus intuiciones biomórficas sobre un nuevo mundo
pueden traducirse en un edificio real.
La torre debía alojar un telescopio
y, a la vez, un laboratorio astrofísico. El arquitecto planificó estos
requisitos sobre una planta axial con perfiles curvos que van elevándose en un
tenso “crescendo” hasta alcanzar la cúpula de coronación que debía reflejar los
rayos de luz cósmica verticalmente hasta el laboratorio del subsuelo donde un
espejo inclinado los dirigía al instrumental que medía los espectros.
Toda la piel del edificio está
tratada como una escultura orgánica de formas vagamente bulbosas aunque, en
realidad, el material –que debía haber sido hormigón reforzado- tuvo que ser
sustituído por razones económicas por una amalgama más barata de ladrillo,
acero y hormigón cubierta con yeso para sugerir el efecto y la uniformidad
visuales.
Detalle del interior, planta baja |
Únicamente añadir que este proyecto
tan emblemático contó con la colaboración de un jovencísimo Richard Neutra, que
por aquel entonces trabajaba en el estudio de Mendelsohn.
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