¡Qué placer
extraordinario reencontrarse después de tanto tiempo con Cioran! Pocos
pensadores tan estimulantes como él. Leerle siempre me produjo una enorme
satisfacción intelectual, pero oirle hablar en franca y aguda conversación con
distintos interlocutores –como ahora es el caso- no tiene precio. Cioran en
estado puro, es decir, una sacudida certera y constante a las ideas
establecidas, a las convenciones heredadas y a tantos de los tópicos de nuestra
cultura occidental.
Enseguida percibes
que no es ni un pedante ni un charlatán, que se sitúa en ese reducidísimo y
milagroso espacio que solo ocupan los sabios y los vencidos y que su espíritu
descreído, lejos de ser una pose, obedece, por un lado, a su inteligente
observación de sus semejantes y, por otro, a la ingente cantidad y calidad de
sus concienzudas lecturas en varios idiomas.
A Cioran lo leí por
primera vez en París y en francés, idioma que él mismo adopta en 1947, siendo
un estudiante de posgrado (allá por el Pleistoceno, cuando aun las personas
leían libros en el metro) que se las apañaba para dilatar el regreso a España
hasta donde dieran la imaginación y el dinero. Recuerdo que por aquel entonces
yo leía a Cortázar con arrobo y un punto de exhibicionismo. Hasta que, por
casualidad, me topé con el primer libro de Cioran, “Syllogismes de l´amertume”, que compré de segunda mano simplemente
porque me atrajo el título. A partir de ese momento algunas cosas invisibles
empezaron a cambiar en mí (aunque después se fueran haciendo más visibles).
Dejé, por ejemplo, de pasearme con “Rayuela” por la calle, fuera a ser que
alguien, con conocimiento de causa, me tomara por un ingenuo surrealista
trasnochado. Cioran me hizo madurar de un golpe y por unos años su inestimable
ayuda me evitó lamentables pérdidas de tiempo y me previno de la peligrosa
amistad de ciertas utopías. Luego, como suele ocurrir con el correr de los
años, la pasión se fue enfriando, probablemente a causa de haberlo leído por
completo y quedarme sin más títulos.
La semana pasada,
en la librería del Pompidou de
Málaga, reparé en “Conversaciones”,
el volúmen que Tusquets publicara hace ya 20 años y en el que se recogen una
veintena de entrevistas y conversaciones con el pensador rumano, y me puse sin
falta a leerlo. Y hasta hoy.
Voy a darles solo
tres razones para leerlo, si no lo han hecho todavía. Miren lo que dice:
1. -- “Yo creo en la catástrofe final.
Para un poco más adelante. No sé qué forma adoptará, pero estoy absolutamente
seguro de que es inevitable. Toda predicción es arriesgada y ridícula, pero se
siente perfectamente que se trata de un viraje negativo y que esto no puede
acabar bien (…) Un día vino a verme aquí un filósofo. Nunca me entiendo con él
porque lo ve todo de color de rosa. Al salir de aquí continuamos la
conversación en la calle. Nos dirigimos hacia el cruce del Odeón y me dijo:
“mira, en el fondo, la frase de Marx de que no hay problema que no pueda
resolverse…”. En aquel preciso momento vimos un inmenso embotellamiento. Todo
estaba bloqueado. Dije: “¡Mira hombre!¡Mira este espectáculo! El hombre creó el
coche para ser independiente y libre. Ese es el sentido del coche y mira en qué
ha acabado”. Y todo lo que el hombre hace acaba así. Todo acaba bloqueado. Eso
es la humanidad”.
2. -- “Todo hombre que actúa proyecta un
sentido. Atribuye un sentido a lo que hace, es algo absolutamente inevitable y
lamentable (…) Yo mismo he vivido en simulacros de sentido. No se puede vivir
sin proyectar un sentido (…) Sin embargo, la historia tiene un “curso” pero
carece de “sentido”. Tome usted el Imperio romano: ¿por qué había de conquistar
el mundo para después verse invadido por los germanos? (…) ¿Por qué se esforzó
la Europa occidental durante siglos para crear una civilización que ahora está
visiblemente amenazada desde dentro, ya que los europeos están minados
interiormente? (…) ¿Para qué haber hecho catedrales? Mire París, que hizo
catedrales. Ahora tiene la torre de Montparnasse. ¡Hacer la torre de
Montparnasse después de haber hecho catedrales!, ¿podemos decir después que la
historia tiene un sentido?”.
3. -- “Lo hermoso del suicidio es que es
una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse (…) La vida es
soportable tan solo con la idea de que podamos abandonarla cuando queramos (…)
Ese pensamiento, en lugar de ser desvitalizador, deprimente, es un pensamiento
exaltante”.
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